Cambio de paradigma

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Foto: Archivo


Las sociedades occidentales han venido expresando de diferentes modos demandas por mayor autonomía. Este fenómeno, que también habita en nuestro país, ha sido examinado con atención en el ámbito de las libertades individuales. Ahora se está expandiendo hacia la política y es pertinente observar cómo está modificando la generación de prácticas sociales ciudadanas y, por qué no, la representación política.

Los partidos políticos tradicionales ya no tienen la exclusividad de la representación. El proceso de refichaje de militantes y las candidaturas presidenciales (independientes o vinculadas a movimientos) fue una señal al respecto, así como también las formas en que se expresan y canalizan las demandas sociales. Son los movimientos sociales los que están logrando articular a parte de la sociedad civil y tensionar la actividad política a nivel cupular. Nuestra clase política, en general, ha sido interpelada por estos movimientos y los partidos están observando los conflictos desde una postura analítica antes que protagonista. Nuestro sistema de partidos no está en riesgo, pero ciertamente no han sido ellos quienes han logrado cautivar las urgencias ciudadanas que se expresan a través de movilizaciones sociales.

Tal parece que asistimos al "momento" de los movimientos sociales. Varios son los motivos que explican este fenómeno. Desde luego, el hecho de que la ciudadanía prefiera adherir a causas concretas más que sostener un compromiso integral como el que demandan las cosmovisiones de los partidos. Además, las pugnas al interior de los diferentes partidos, las coyunturas que lesionaron la imagen pública de la mayoría de ellos y el socavamiento que parte de la izquierda hizo a nuestro modelo de desarrollo, han contribuido a distanciar a la ciudadanía de los partidos tradicionales.

Lo cierto es que los movimientos sociales han irrumpido fuertemente logrando activar a la sociedad civil tras la visibilización de sus demandas. Y si bien han cobrado mucha más fuerza en el lado izquierdo de nuestra cartografía política, la derecha también se ve afectada por este fenómeno. Transversalmente, los movimientos sociales se caracterizan por relatos intensos, con identidades muy heterogéneas, que persiguen canalizar malestares y recurren a la autonomía y horizontalidad como piedras angulares. Estas singularidades interpelan a los partidos y a los gobiernos, y podrían modificar los modos de organización, acción y representación política.

En el caso de nuestro país, hasta ahora la heterogeneidad de identidades y el énfasis en la autonomía de cada movimiento les ha impedido construir proyectos políticos que generen alianzas con probabilidades de proyectarse establemente. Sin embargo, dado que enfrentamos un cambio de época, estas señales deben ser reflexionadas y asumidas como desafíos de renovación por los partidos políticos. Esto implica detenerse a mirar a la ciudadanía, repensar el rol de los liderazgos y los proyectos políticos que proponen y, particularmente, estar dispuestos a asumir causas, pero que no traicionen ni diluyan sus propias identidades.

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