¿Hasta cuando el ranking de notas?

PSU
Foto: Patricio Fuentes Y./Archivo


En fechas recientes se ha activado un debate respecto del uso del ranking de notas en el proceso de admisión a la educación superior y la ponderación de éste, en conjunto con los resultados de la Prueba de Selección Universitaria (PSU). En términos estrictos, un 26% de los alumnos que obtuvo 850 puntos en el ranking, no logró llegar a los 500 puntos promedio en la PSU. Pareciera ser que detrás de las opiniones vertidas en distintos medios de comunicación, en torno a los resultados, se cuestiona el uso del ranking de notas como herramienta para la admisión.

Los principales cuestionamientos al uso de dicho ranking tienen que ver con que los resultados en este indicador no están alineados con la PSU. Y se ha argumentado que esto tiene que ver con que, en muchos colegios, no se enseña todo el currículum, en parte debido a que los estudiantes de educación media técnico profesional tienen menos contenidos evaluados en la PSU, en función del currículum oficial. Sin embargo, más allá de la cantidad de contenidos abarcados, considero que el problema está relacionado con la forma en que se enseña el currículum; la forma en que se entregan los contenidos, más que con la cantidad de éstos.

Detrás de las críticas se puede leer la pregunta: ¿hasta cuándo el ranking de notas entonces? Para contestarla, hay que enfrentar el problema desde dos perspectivas. La primera tiene que ver con el contexto social y educativo de Chile. La segunda, con el sistema de admisión a la educación superior que tenemos.

Desde el punto de vista del contexto, en nuestro país, las desigualdades socioeconómicas son profundas, lo que claramente se traduce en diferencias educativas, que terminan reflejándose en los resultados PSU. Desde la perspectiva del sistema de admisión, por mucho tiempo éste estuvo basado en los resultados de pruebas estandarizadas como principal indicador para aceptar estudiantes.

En ese sentido, el ranking es una medida "parche" desde la educación superior, para tratar de aminorar las graves desigualdades sociales, que se transforman en diferencias de oportunidades en el acceso a la educación superior. Así, el uso del ranking tiene que ver con paliar las desigualdades de acceso que se generan por la PSU y su alta correlación con el nivel socioeconómico.

Para decirlo de forma clara, si solo se usaran los resultados PSU para la admisión a la educación superior, sería más barato seleccionar a los estudiantes por nivel socioeconómico, y se llegaría al mismo resultado en siete de cada diez casos. Con ello, existiría un importante ahorro, dado que se evitaría el costo de la prueba.

El ranking de notas viene a dar una medida de mérito relativo al contexto de origen de los estudiantes, y trata de corregir los efectos perversos de la PSU. Por lo tanto, no es esperable que dichos puntajes y el ranking coincidan, pues el propósito de este último ha sido justamente atenuar las consecuencias negativas de la selección únicamente vía PSU.

En esa línea, esta herramienta paliativa parece distorsionar, en alguna medida, la asignación de notas en las escuelas, lo que puede generar falta de colaboración entre los estudiantes.

Queda preguntarse entonces, ¿hasta cuándo el ranking y sus sesgos? Por ahora, se hace necesario mantenerlo, mientras no avancemos en políticas enfocadas en mejorar y llevar la excelencia a todos los establecimientos del país. Sin embargo, es urgente direccionar los esfuerzos en corregir la abrumadora desigualdad económica y social imperante en Chile.

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