¿Cuánto vale el show?

Congreso


Desde hace un tiempo, esta frase viene con frecuencia a mi mente. Es el nombre de un programa de TV antiguo que expresa mi inquietud por lo que a ratos veo en la política nacional. Desde las aulas de liceos emblemáticos que formaron a diversos líderes de nuestra historia, hasta las salas del Congreso, donde se deciden los destinos del país. Mientras los alumnos de los primeros han ido reemplazando sus lápices por mólotovs, hasta el punto de iniciar desórdenes en el metro que luego dieron pie a la destrucción de 80 estaciones, los legisladores han empobrecido el debate hasta el punto de pretender destituir a ministros y al mismo Presidente de la República.

El problema es que estas actitudes tienen un costo para la ciudadanía que, frente a sus legítimas demandas, espera que la clase política esté a la altura. El de la violencia ha sido, primero, el ocaso de liceos como el Instituto Nacional que, tras la constante paralización de clases, dejó de ser una alternativa para familias de esfuerzo que buscan progresar. Prueba de ello es que hoy por primera vez le sobran vacantes. La tolerancia -por no decir aliento- de autoridades y figuras públicas frente a la violencia le permitió salirse de control, extendiéndose a las calles, destruyendo infraestructura pública y privada y provocando un desplome del comercio y la economía. Desde el 18 de octubre, más de 140 mil personas han perdido el empleo debido a dificultades de las empresas y en los dos últimos meses se registra un alza de 70% en los despidos respecto al año pasado.

Por su parte, el show que viene protagonizando una parte de la clase política en los últimos años se antepuso a la tramitación de proyectos que buscaban aliviar a la clase media y que tal vez hubiesen permitido contener parte del malestar que ésta ha manifestado, como la creación de un seguro catastrófico de salud, de un nuevo crédito universitario en reemplazo del CAE o la ley de sala cuna universal. En lugar de tratar de mejorar las propuestas del gobierno, la oposición ha usado su mayoría para bloquear toda iniciativa presentada por éste, a veces sin siquiera evaluarla en su mérito. Pero en su afán de impedirle llevar a cabo su programa, ha terminado por sabotearse ella misma, cayendo todos en un desprestigio y desaprobación inéditos y perjudicando con ello a la institucionalidad que representan y a la propia ciudadanía que los votó.

Con todo, el principal costo que nos ha impuesto la clase política con su show es la polarización, la cultura de la funa y el daño a la convivencia, que difícilmente recuperaremos mientras ésta no dé el ejemplo, asumiendo su rol en el descontento de la ciudadanía y emprendiendo acciones para favorecerla de manera responsable y realista dentro de sus atribuciones. Y mientras no le conceda la tranquilidad de que el caos de los últimos meses no se repetirá, así como que el camino constitucional que decidió iniciar, no terminará siendo un capítulo más del mismo show que ya nos agotó.

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