Cumbre de las Américas en Lima



Señor director

La próxima Cumbre de las Américas en Lima despierta curiosidad, pero ningún entusiasmo. Muchos fijan su atención en un posible y anunciado intento de Nicolás Maduro por llegar a la cita y la negativa peruana a dejarlo pasar, o en el debut internacional del nuevo presidente del Perú. Otros, en la repentina ausencia de Trump y la poca importancia que su gobierno le atribuye a América Latina. No faltarán quienes presten atención a la última presencia de Raúl Castro.

Pocos analizan el contenido de la Cumbre, dedicada esta vez a la lucha contra la corrupción, flagelo que asola a todos los países de la región, provocando efectos en la política y en la actividad económica. Sobre la materia no hay ningún acuerdo sustantivo, más allá de la retórica que permita avanzar en probidad y transparencia. Tampoco existe alguna idea nueva para impulsar las relaciones con EE.UU. Más bien hay puntos de conflicto: barreras arancelarias, migraciones, calentamiento global, uso internacional de la fuerza, papel de los organismos internacionales, por ejemplo. Tampoco se verá algún avance en materia de integración latinoamericana que revitalice a Unasur o el Celac.

Es posible que la delegación de EE.UU. haga propuestas en complementación energética y cooperación científica. Pero todo quedará oscurecido por el caso de Venezuela -con o sin la presencia de Maduro- y la disputa entre el Grupo de Lima y los gobiernos del ALBA.

Queda la esperanza de que los encuentros bilaterales y las con versaciones de pasillo sean, a fin de cuentas, lo más sustantivo de la Cumbre. Y los analistas más agudos se fijarán en los encuentros bilaterales de los presidentes latinoamericanos y en los trascendidos de esas citas.

José Antonio Viera-Gallo

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