Decretos menos, decretos más

Fachada-de-la-Moneda005
Palacio de La Moneda. Foto: Patricio Fuentes


Ocasionalmente las noticias más sustantivas parecen anodinas, como la que puso sobre la mesa La Tercera días atrás. La de los 405 decretos que fueron retirados. Se puede minimizar su trascendencia, que es lo que el gobierno trató de hacer insistiendo que ello pasa entre una administración y otra -sería habitual- aunque no se dio una cifra comparable de cuántos decretos anuló Bachelet en 2014. Cuestión que, claro, molestó a la oposición, pero no lo suficiente como para rasgar vestiduras (haría otro tanto con Piñera si volvieran a La Moneda). Nada, pues, muy grave.

Pero, veamos, quedó en evidencia un enorme tráfico de órdenes emanadas del Ejecutivo que reglamentarían o pondrían en ejecución materias, algunas de ley, sin especificarse mayormente sus reparos o valor en juego. A lo sumo se mencionaron vagamente ciertos temas, se aludió a faltas de prolijidad, errores formales, necesidad de mayor estudio y ansiedad de la anterior administración por dejar todo bien atado. Pero quedó en el aire cierta nebulosa y al actual Ejecutivo no le afectó en nada sus prerrogativas reglamentarias, al contrario. Es que así es como de verdad se nos gobierna: a punta de resoluciones, mandatos, dictámenes preferentemente complicados, capciosos, que llevan al Congreso a delegar su potestad legislativa en entes ministeriales o presidenciales que contarían con mayor capacidad "técnica" (e.g. los decretos con fuerza de ley).

Ello es lo grave. Que el Poder Legislativo no cuente ni pese en todo el asunto por incompetencia, porque renuncia a favor del Ejecutivo, primando normas con un menor nivel de valor, publicidad y discusión, emanadas de órganos burocráticos, estos sí que acostumbrados a funcionar entre cuatro paredes. Y que la única fiscalización posible se vea reducida a cuando cambian los gobiernos y, de un plumazo, pueden dejarse sin efecto actos de una administración anterior.

Pocas veces el sistema se autodelata tan burdamente, enterándonos de cómo se nos gobierna. De hecho, muy distintamente a lo que se cree que ocurre. Octavio Paz data el fenómeno desde nuestras independencias en Hispanoamérica cuando se enseñoreó un "absolutismo sin monarca, pero con reyezuelos: los señores presidentes", dando lugar a lo que persiste hasta nuestros días: "el reino de la máscara, el imperio de la mentira", convertido en "constitucional, consustancial". En efecto, a estas alturas no existe la separación ni equilibrio de poderes. A Montesquieu se le enseña en facultades de derecho (sinvergüenzas mediante) para justamente bypasearlo, y por eso el enorme poder del Estado es manejado y codiciado incluso por quienes supuestamente abjuran de su intromisión en todo -obvio, que desde la Presidencia de la República- no importando si son de derecha o izquierdas. En fin, se agradece la nota.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.