Día del Síndrome de Down: en el contexto de la nueva ley de inclusión laboral

En el mundo existen 650 millones de personas con discapacidad, de las cuales casi 3 millones están en territorio chileno. De éstas, el 61 por ciento está fuera del mercado laboral, pero a partir del primero de abril el escenario podría ser diferente con la nueva ley de inclusión. Eso sólo si la transformación social no nos queda grande en el camino. ¿Por qué lo digo?

Hasta ahora la regla ha sido la creación de escenarios ficticios de integración en el sector privado, donde se ha concebido la inclusión desde la responsabilidad social empresarial. Se ha mirado desde la caridad y la lástima; "haciendo parte" a las personas con discapacidad; exigiéndoseles menos y felicitándoselos con mayor fuerza que a los demás cuando algo lo hacen bien. Una ilusión, que ha dado pie a situaciones impresentables, como el artículo 16 de la ley 18.600 que  permitía pagar menos del sueldo mínimo a personas con discapacidad mental. Aplaudimos que la nueva normativa venga a derogarla y a reconocer el principio básico de dignidad.

A solo 10 días de la implementación y vigencia de esta ley, debemos convencernos de que los cambios sociales jamás han surgido ni surgirán desde la caridad. Necesitamos empresarios convencidos y comprometidos desde su ADN con la diversidad. Líderes que respondan con eficiencia y eficacia a las exigencias económicas de la empresa, pero que además sepan cómo potenciar y equilibrarlo con entornos organizacionales que estén definidos por los parámetros de igualdad que exige hoy una sociedad más diversa.

Ese cambio partirá sólo de ellos, pero no solo con voluntad. Tomarlo en serio requiere romper prejuicios y temores y, sobre todo, tomar acciones que permitan conciliar las necesidades e intereses de ambas partes, empleador y trabajador, entendiendo que es un imperativo generar valor en esta relación para darle estabilidad y perdurabilidad en el tiempo. El umbral del éxito de la inclusión ocurre cuando se da este match perfecto, donde se incorporan mecanismos a la empresa que permiten aunar los requerimientos del negocio, con las necesidades del cargo, las habilidades de la persona y la accesibilidad universal del espacio de trabajo y la organización.

Es una tarea que puede no sonar fácil, pero ninguna conquista se ha logrado sin dar un par de batallas. Tampoco se ha ganado un espacio sin hacer alianzas y, por tanto, en esta puesta en acción también debe involucrarse la familia. Esta puede ser, sin quererlo, una de las principales barreras de acceso a la inclusión de personas con discapacidad, por el natural temor de que sus parientes sigan siendo discriminados, manteniendo así el estatus quo social y desincentivando el desarrollo de ellos y de la inclusión en general. La familia tiene la responsabilidad de empoderarse y de empoderarlos a ellos, porque su inserción laboral no solo les permitirá la independencia económica, sino que su realización personal. Todos sabemos que estar dentro de un entorno laboral fortalece la imagen sobre uno mismo; facilita el sentido de pertenencia, las relaciones y el reconocimiento social. ¿Qué más positivo que esto?

Por eso en el Día del Síndrome de Down se hace más presente que nunca la importancia de comprometernos en serio, buscando apoyos y mecanismos para cambiar la mirada frente a la discapacidad, y aportar, ya no solo desde la voluntad, sino eligiendo ver el valor en las diferencias, en la riqueza de ser una sociedad diversa. El mensaje a ustedes, los festejados hoy, es que pueden ser lo que quieran ser! Que nadie les diga que no se puede, descubran sus talentos y vayan por eso, lo más probable es que les va a costar, que van a ver barreras, puertas cerradas, pero a quien no le ha costado emprender y crear sus sueños.

La evidencia es mucha... jóvenes con síndrome de down son empresarios, masoterapeutas, bailarines profesionales, profesores de zumba, modelos, actores, deportistas, psicopedagogos, técnicos agrícolas y así podría seguir la larga lista.