Días intensos, imágenes nocturnas

Imagen SEBASTIAN PINERA 1820


Cien días cuentan poco en la historia de un gobierno. Pero pesan mucho en su identidad definitiva. Según la cátedra, son las primeras experiencias y señales las que valen. Tal vez sea así. Hasta aquí, el saldo de estas primeras semanas para la actual administración es favorable. No solo porque los niveles de aprobación sean superiores a los del primer mandato (en junio del 2010 marcó 52%, según Adimark), sino porque el Presidente ha madurado y está más cauteloso que entonces. Sabe que no es cosa de ponerle y ya. Ni tampoco de estar en todas. Ahora, Sebastián Piñera tiene prioridades más precisas, habla menos y se contiene más. Se lo ve más cómodo en su rol y más reconciliado con la majestad que la orgánica republicana acuerda a la Presidencia de la República.

Aunque quizás es cierto que la gente en lo básico no cambia, está claro que Piñera aprendió. Sus pulsiones y ansiedades seguirán siendo las mismas, pero la experiencia y las canas lo templaron. A diferencia de su mandato anterior, donde prácticamente no hubo plan político, esta vez el gobierno cuenta con una hoja de ruta definida, tiene una coalición alineada y, en lo grande, se ha propuesto hacer converger sus prioridades con las grandes demandas nacionales. Por mucho que esto parezca una obviedad, la verdad es que no deja de ser subversiva tras un gobierno que se dedicó, precisamente, a contrariar en varias de sus reformas lo que la mayoría de la gente quería y esperaba del Estado.

Hay otra diferencia entre el Piñera del 2010 y el actual. Concierne al estado anímico y político de la oposición. Cuando perdió el gobierno el 2010, la Concertación vio en su derrota una suerte de error de la Historia o una broma artera de los dioses. La experiencia de fracaso ha sido mucho más dramática para la Nueva Mayoría, porque el bloque perdió la brújula y vio que el país no lo acompañó en su aventura. Fue un golpe feroz. Hay dos partidos que pasaron a la UTI (la DC y el PPD), otros dos que tratan de encontrarse con su destino, el PS y el PR, y también hay una izquierda nueva, cuyo primer cometido, por ahora, es tragarse a la izquierda tradicional. Así están las cosas en la oposición y no se divisa, como se divisaba hace ocho años en la figura de Bachelet, un liderazgo político potente capaz de acercarla a un proyecto ganador. Que vuelve a ser ella la única capaz de asegurarle algo parecido a eso solo habla de lo mal que andan las cosas en el sector.

Piñera sabe que será medido en lo básico por tres variables: por el crecimiento de la economía, por sus esfuerzos para combatir la delincuencia, de reimponer el orden y por el foco social de las políticas públicas. Pero también intuye que su verdadero triunfo, a la postre, será proyectarse en un gobierno de continuidad, y estas sí que son palabras mayores. Es temprano a lo mejor para planteárselas. Pero tal vez no para imaginarlas cuando el Mandatario vuelve de noche a casa, después de agotadoras jornadas de trabajo en La Moneda.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.