Discutir y no censurar



He migrado cuatro veces en mi vida. Una de ellas incluso fui parte de la "ola de…" que amenazaba a los locales. En ese entonces, 2012, era una más de los ecuatorianos que inundamos España. Pero casi siempre he sido parte de una minoría que "pasa piola". Eso no ha evitado que, gracias a mi color de piel, me pidan limpiar una casa en Madrid a cambio de alquilarme un departamento (que iba a pagar), o que en Santiago me mandaran a usar uniforme (como las demás "nanas"). Sin embargo, hoy, ya lejos de eso, e instalada como migrante en un país europeo, no puedo hacer más que preocuparme ante el silencio con el que se pretende ignorar, peor aún, censurar la discusión sobre el tema migratorio en Chile.

Los argumentos son básicamente los mismos: "la migración es buena bajo cualquier circunstancia", "no hay que ser alarmista los que llegan no son tantos", o, simplemente, "no seas racista".

Para el primer argumento hay estudios (por ejemplo, este de la OCDE) que tienden a concluir un efecto positivo para la economía, especialmente en países que enfrentan desafíos demográficos. Los migrantes pueden ayudar a aumentar la fuerza laboral y, con ello, aportantes al sistema previsional. Esto último clave en los países con sistemas de reparto.

El segundo argumento se basa en que la población migrante llegaría más o menos al 2,7%-2,9% de la población chilena. Una cifra que, en porcentaje, suena baja.

El tercer argumento, no lo es. Es simplemente una frase con la que se busca callar/condenar a quienes expresan sus temores.

Porque en el rechazo a la migración lo que hay es miedo. No es un miedo a perder el trabajo, por lo que los argumentos económicos son innecesarios. Está claro que la gran masa de migrantes que están llegando a Chile están aceptando labores y condiciones de vida precarias.

Detrás del rechazo a la migración hay un miedo al cambio cultural que "los otros" representan. Más aún cuando ese otro tiene un color de piel oscuro (asociado a una serie de estereotipos), habla otro idioma y tiene otra cultura/religión/valores. Hay temor a los fenómenos sociales que se pueden generar con las instalaciones de guetos y grupos en condiciones de marginalidad. Hay temor a que ese 2,9% sea 80%-90% en determinados barrios.

¿Es negativa la migración? Por supuesto que no. Lo que es negativo es no abordar su discusión y necesidad de regulación.

En Alemania ya se están viendo los efectos sociales y políticos (dejemos de lado el tema económico) de la política de fronteras abiertas que adoptó la canciller, Ángela Merkel, en septiembre 2016. Un millón de personas entraron al país, sin que se controlara su identidad o sus antecedentes. ¿Eran todos refugiados sirios que huían de la guerra? No. Con el paso del tiempo ha quedado en claro que muchos huían de la pobreza de otros países de Medio Oriente y África, varios revelaron luego ser islamistas radicales, otros tienen antecedentes criminales, y dos tercios eran analfabetos.

Ese millón de indocumentados representaba apenas a 1,2% de la población del país. Pero se sumó a otro 12,3% de población migrante. Las cifras parecen aún bajas. Sin embargo, se traducen en escuelas donde la población extranjera es tan mayoritaria que se ha visto un declive del nivel de enseñanza, simplemente por una deficiencia en el idioma de los estudiantes. También en comunidades pequeñas como Essen, donde un servicio de alimentos para personas de bajos ingresos ha sido públicamente condenado (acusados de nazis, el arma de censura en este país) por anunciar que no entregaría ayudas a refugiados, en su mayoría hombres jóvenes, africanos o árabes, porque sacaban ventaja sobre las madres y pensionadas que eran la clientela usual del servicio. (Los refugiados ya reciben alimentos en los centros de acogida) A esto se suma un creciente malestar por historias de femicidios y agresiones, con migrantes de países no occidentales como sus protagonistas.

Al igual que ahora en Chile, las crecientes quejas de la población fueron censuradas por el statu quo, condenadas por grupos progresistas e ignoradas por las autoridades. Los políticos harían bien en tomar nota de los problemas que aquejan hoy a Merkel. El débil resultado electoral de septiembre pasado, que hoy tiene su cuarto período pendiendo de un hilo, es resultado de su decisión de abrir las fronteras, en contra de la institucionalidad alemana. Ella mismo se dio cuenta de esto y dio un giro para anunciar una política migratoria más dura, cuando vio como caían los niveles de aprobación de su partido antes de las elecciones. Ella es la responsable de que un partido de derecha nacionalista haya vuelto al Bundestag, por primera vez desde la vuelta de la democracia, y ahora empate con los socialdemócratas en las encuestas como segunda fuerza política del país.

¿Hay racismo en las críticas a la migración haitiana a Chile? Sí. Pero la respuesta no es condenar y seguir de largo. Detrás del racismo hay temor, y detrás de ese temor hay una sociedad que está pidiendo a sus autoridades que les aseguren que esos "otros" que llegan no serán una amenaza. Para eso, como para otras discusiones valóricas, hay que dejar de un lado los tabúes y la censura.

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