¿Dónde y cómo se aprende sobre Género?



Esta columna fue escrita junto a Marigen Narea, Alejandra Caqueo-Urízar, Andrés Bernasconi y Ernesto Treviño.

A propósito de la potente proclama de mujeres universitarias que hoy en nuestro país reclaman por una educación no sexista, queremos compartir algunos puntos para aportar a la conversación. En el contexto de abismantes números de denuncias de acoso, violencia verbal y física, maltrato y femicidios (ya casi naturalizados en los medios de comunicación) es importante entender cómo estas prácticas sexistas se aprenden en espacios escolares y universitarios.

¿Dónde se aprende la forma en que pensamos a las mujeres y a los hombres? ¿Cómo se aprende sobre género?¿Por qué predominan unas formas de entender lo masculino y lo femenino por sobre otras? Las claves para las respuestas a estas preguntas se aprenden en el hogar y en la escuela.

La escuela es un espacio principal en donde se aprende una forma de ordenar el mundo en el que las mujeres son débiles, amorosas, ordenadas, silenciosas; en cambio los hombres son agresivos, racionales, fuertes. Este ordenamiento del mundo social, cultural y biológico del género se expresa en el espacio escolar de innumerables maneras y en actos más o menos conscientemente vividos por todos y todas: ya sea a través de las clases de biología o historia, en el patio, en los protocolos disciplinares, y en la vida cotidiana de la escuela.  A las mujeres se les pide que se sienten como señoritas si están sentadas con las piernas abiertas. A los varones que lloran se les interpela como "poco hombres." Así, a través de miles de gestos grandes y pequeños la escuela transmite ideas de identidad sin necesariamente decir "con esto te estoy enseñando género" o "en esto consiste ser hombre y en esto otro, mujer".

El planteamiento que hacen todas las mujeres que hoy se han levantado para exigir una mirada más seria y crítica a temas de género, exigiendo revisar estas prácticas invisibilizadas en espacios universitarios, nos invita a revisar cómo aprendemos el orden de género así planteado: las mujeres son menos, los hombres son más. Los tiempos ya no están para pasar por alto las múltiples formas de denostar a las mujeres. Si bien hemos avanzado y hay voluntades políticas asociadas a "equiparar" lugares institucionales para las mujeres, queda un largo camino en lo que implica transformar culturas institucionales sostenidas en estas formas de pensar el género. No solo dicha transformación augura un lugar más igualitario para las mujeres, sino también, para alivianar la carga de los hombres que han aprendido, de mala manera, lo que significa ser hombre.

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