Humanos de segunda clase



Por Cristián Valenzuela, abogado

En los últimos 30 días, Moisés y Pedro fueron asesinados en La Araucanía. No fue un simple homicidio: fue una ejecución. En ambos casos, según relatos de testigos, se trató de grupos armados, equipados con chalecos antibalas, pasamontañas y armamento de grueso calibre. A cientos de kilómetros, en el centro de Santiago, Anthony fue empujado violentamente por un carabinero en el contexto de un procedimiento policial. Anthony participaba activamente de una violenta protesta y por error, voluntario o intencional, terminó herido en el lecho del río Mapocho.

En menos de una semana, el caso de Anthony ha llenado portadas de diarios nacionales e internacionales, copado las menciones en redes sociales y generado, especialmente en la izquierda, un impulso de condena y exigencia de responsabilidades que ha energizado a los opositores al gobierno. En contraste, pocos se acuerdan de Moisés y Pedro, luego del masivo funeral del lunes, pasará al olvido rápidamente.

Un breve análisis de redes sociales nos muestra que, de los 82 diputados de oposición, la mayoría de ellos expresaron rabia e indignación por Anthony: exigiendo renuncias, amenazando con rechazar el presupuesto y anticipando la presentación de una acusación constitucional. En contraste, los casos de Moisés y Pedro apenas llamaron la atención de los parlamentarios.

El Ministerio Público, por su parte, actuó con una eficacia sorpresiva en el caso de Anthony. En menos de 48 horas ya había detenido y formalizado a un carabinero por homicidio frustrado y encubrimiento, con testimonios y evidencias supuestamente conclusivas. Lamentablemente, ni Moisés ni Pedro se vieron beneficiados con la agilidad de la Fiscalía. Luego de varios días, no hay un solo formalizado por la causa y las evidencias, si es que las hay, son totalmente desconocidas.

En cualquier país del mundo, el asesinato de dos personas por un grupo de terroristas habría causado revuelo mundial y la paralización de una nación completa. En el caso de Chile, los asesinatos, incendios y crímenes en La Araucanía se han normalizado, al punto que parecen no incomodar a autoridades, instituciones, políticos ni medios de comunicación.

Habrá quienes piensan que tirar piedras es más admirable que trabajar arduamente en la faena agrícola. Otros, más osados, podrían afirmar que un carabinero, en el ejercicio de sus funciones, es más peligroso que un grupo armado de terroristas. Los más temerarios dirán, con un arrojo sorprendente, que una fractura de muñeca es mucho más grave que un balazo en la cabeza.

Pero con la misma sinceridad, es hora de que muchos de ellos dejen de llenarse la boca hablando de derechos humanos y empiecen a reconocer que su compromiso por ellos, es por conveniencia y no por convicción. Como tristemente hemos constatado en las últimas semanas, para muchas personas e instituciones, hay humanos de primera clase, como Anthony, y otros de segunda clase, como Pedro y Moisés, que no vale la pena defender.

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