La "amenaza migrante"

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Oficinas de Migraciones y Extranjería en el Centro de Santiago.


En la última década, la migración ha sido uno de los temas que más ha posibilitado la emergencia de las derechas nacionalistas en Europa. La estrategia ha sido casi "de manual": se enarbola un discurso de "amenaza migrante" para encarnar los problemas de cesantía, inseguridad y falta de oportunidades que han afectado a los trabajadores europeos tras la crisis del 2008. Las derechas del viejo continente, muchas de ellas con discursos abiertamente racistas, han sido muy hábiles en movilizar los miedos de una población que se siente insegura y precarizada en sus condiciones materiales de reproducción (o sea en las cosas que no pueden sino importar). Los triunfos electorales no han tardado en llegar y son prueba de la eficacia de esa estrategia. Todo a vista y paciencia de los partidos socialdemócratas, que tras ofrecer respuestas apegadas a un discurso moralista que apela al "derecho de todos los humanos a vivir y trabajar donde quieran", sufren un desfonde político de proporciones.

¿Qué habría de malo en ello? En principio nada, pues para las fuerzas progresistas la defensa del derecho humano a migrar es -y en buena hora- una lucha de dignidad humana irrenunciable. Sin embargo, de fondo hay una carencia peculiar: confundir la lucha moral con la lucha política. Desde luego, al enarbolar un discurso abstracto (pero correcto), la socialdemocracia europea ha salvado sus principios, pero ha perdido la lucha por los sentidos en vastos sectores de la población. Ha olvidado por completo antagonizar al verdadero responsable de la inseguridad y la precarización, a saber: el capital financiero y su excesiva desregulación, que ha privado de gran parte de la soberanía económica a los otrora poderosos Estados-nación. Convengamos, en todo caso, que la socialdemocracia europea había renunciado ya algunos años antes (con la "Tercera Vía") a practicar una política de constitución de pueblo (de apelación y movilización popular), privilegiando la administración y la mal llamada eficiencia tecnocrática. La crisis no hizo más que evidenciar su impotencia y, en muchos casos, su consonancia con la globalización financiera de la cual fueron sus principales exégetas.

¿Qué lecciones podemos sacar para Chile? Al igual que en Europa, estamos observando en nuestro país un fenómeno parecido, aunque todavía atenuado. Las derechas locales se han lanzado a movilizar los miedos e inseguridades de los chilenos y chilenas volviendo actual algo que en Chile (de acuerdo a todas las estadísticas serias) es ciertamente una mera ilusión: que los migrantes (un tipo especial de ellos en verdad, los "negros", pobres y desaliñados) serían un riesgo para la salud, la seguridad y el trabajo nuestro. Tal y como pasó en Europa, la "amenaza migrante" es un discurso muy movilizador de adhesiones electorales (racionales pero sobre todo libidinales) para las derechas, y ellas lo saben. Por eso no ha extrañado el lugar central que ocuparon las políticas de control migratorio en la campaña y programa de Piñera, y ahora en la nueva política de restricción migratoria anunciada en el primer mes de su mandato (cuestión que según las encuestas de la plaza ha tributado un 75% de adhesión).

Sin embargo, lo que sí ha sido una sorpresa es la repetición, casi con calco, de las respuestas progresistas y de izquierdas europeas que se han enarbolado desde las fuerzas democráticas chilenas en contra de tales estrategias de derechas, a saber: la moralización del fenómeno de la migración. Dichas respuestas, como he dicho, aunque son correctas en lo ético, son insuficientes en lo político, en particular en el caso chileno. Ello se debe a que el discurso de la "amenaza migrante" se da en nuestro país de manera más atenuada, cuidando en cada paso los excesos xenófobos por parte de los liderazgos más institucionales de la derecha en el gobierno. Con ello se facilita su sintonía con el sentido común de la población, reacia a los extremos discursivos, y se extiende así la hegemonía.

Pero además y principalmente, es un error pues se renuncia desde los progresismos y las izquierdas chilenas a disputar las articulaciones de nuevos sentidos políticos para los problemas y dilemas que las derechas buscan achacar al fenómeno de la migración. Se trata de una renuncia fuerte a lo político, que en definitiva siempre es la disputa por la constitución (progresista o conservadora) de antagonismos sociales que escinden el campo social y permiten la lucha democrática. Es, finalmente, una renuncia que tiene un doble riesgo: por una parte, el vaciamiento de la fuerza propia (política, ideológica y cultural) y, por otro, dejar el camino libre para la consolidación y eventual radicalización de los discursos de derechas. Y con ella, el advenimiento de un populismo de derechas, que es una de las nuevas amenazas a nuestra democracia.

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