La dolce vita



Contrariamente a la creencia popular, hoy la inmensa mayoría de las personas goza de condiciones de vida sin precedentes en la historia de la humanidad. De hecho, el mundo es 20 veces más rico que a mediados del siglo XIX, y esa riqueza está distribuida más igualitariamente.

Esta mayor prosperidad se sustenta en innumerables indicadores sociales. Uno crucial es la reducción en las horas trabajadas.

Etimológicamente ocio es estudio, escuela y paz, aunque en su acepción moderna, y como contraposición al negocio, es inactividad e indecisión. Sin embargo, el progreso que acompaña al desarrollo económico reciente reivindica el origen clásico del término: Aristóteles usó scholés - griego para ocio - refiriéndose a "estar liberado".

Y lo estamos logrando, porque mientras en Europa hacia el año 1800 se trabajaba 15 horas diarias de lunes a sábado, en el presente la jornada típica es menos de la mitad.

El primer cambio institucional ocurrió en Francia en 1848, con el surgimiento de la jornada laboral de 12 horas. Veinte años más tarde en Baltimore, durante la Guerra Civil norteamericana, se propuso la jornada de 8 horas, común hoy en la mayoría de los países. Finalmente, la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas plasmó el derecho al tiempo libre en 1948.

Con todo, la caída en el tiempo destinado al trabajo se explica por tres factores principales. Primero, por el enorme aumento en el ingreso, que ha permitido satisfacer nuestras necesidades fundamentales trabajando menos. De hecho, la relación inversa entre ingreso per cápita y horas trabajadas es una regularidad empírica global. Segundo, por los avances tecnológicos. Por ejemplo, mientras a comienzos del siglo XX se destinaban 44 horas semanales para tareas domésticas, en la actualidad se ocupan solo cinco. Tercero, por políticas públicas. Ante la crisis económica de los años 70, e intentando limitar los despidos masivos en Europa, se redujo aún más la jornada laboral con campañas que legitimaban el ocio. Trabajando menos se gana menos, pero se trabaja, fue el lema en Francia durante aquella época.

Así, actualmente se trabaja en Europa 1.600 horas anuales en promedio. En los países en desarrollo, obviamente, el avance ha sido menor. En Chile, por ejemplo, trabajamos cerca de 2.000 horas. Esto es casi 40 días hábiles más por año que en el Viejo Continente, pero bastante menos que en el resto de América Latina y que las 2.500 horas que trabajábamos en los años 90. Y sabemos que, si seguimos cerrando la brecha de ingresos que nos separa del mundo avanzado, estas horas continuarán cayendo.

Es habitual criticar al mensaje materialista que acompaña al discurso pro crecimiento. Éste, sin embargo, se justifica socialmente por el mayor tiempo libre que permite, porque aunque seguimos trabajando para vivir, lo hacemos cada vez menos y sin comparación con las generaciones previas, que prácticamente vivieron para trabajar.

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