La guerra de las palabras

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¿Cuál es efectivamente el instante en que la retórica amenazante se materializa en la tragedia de una guerra? ¿En qué momento se acaban las palabras y comienzan los disparos? No hace muchas décadas atrás, cuando se experimentaban aun los efectos de la Guerra Fría, la multiplicidad de movimientos militares en Asia, Oriente Medio, África, Europa Oriental y Latinoamérica, parecían demostrar que más allá de las palabras, los grandes poderes se disputaban el control estratégico del planeta a partir de conflictos hemisféricos o regionales. Éstos, en medio de sus particularidades, representaban un cuadro de bipolaridad ideológico-militar bastante bien definido.

Hoy, los efectos de retóricas agresivas en materia internacional son mucho más difíciles de evaluar. Una cantidad importante de países relevantes para el concierto global no pretenden desencadenar guerras incombustibles, pero si quieren su épica; no quieren trincheras, pero si cobertura. El hecho es que, en una era de instantaneidad informativa, hemos sido testigos que el poder y la legitimidad de los liderazgos políticos en materia internacional se juegan, muchas veces, a partir del amenazante poder de las palabras. Pero de acá se sigue problema: se hace patente una marcada incertidumbre respecto a la impredecibilidad en la reacción de un sinnúmero de actores (estatales y no estatales) dispuestos a cargar sus fusiles por razones políticas, económicas, estratégicas e incluso, por el sólo hecho de fortalecer su prestigio regional y/o global.

Sólo días atrás, en una puesta en escena digna de recordar, el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, mostró a las cámaras del mundo los resultados de una operación de inteligencia de los servicios secretos israelíes, que confirmaría una supuesta violación del plan de acción definido por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (además de Alemania) y La República Islámica de Irán, para coartar las posibilidades de Teherán de avanzar en el desarrollo de su programa de armamento nuclear. Acto seguido -sólo días después- la fuerza aérea israelí bombardeó, en la operación militar más importante sobre territorio sirio desde 1973, un conjunto de bases militares iraníes en las cercanías de Damasco y los Altos del Golán. De acuerdo al Ministerio de Defensa israelí, el objetivo central del ataque fue coartar las posibilidades iraníes de atacar a Israel desde Siria. Según agregaron, no pretenden escalar un conflicto que ya se ha vuelto sistemático, sino que enviar un mensaje a Teherán sobre las consecuencias de sus ataques sobre el Estado de Israel.

No hay duda de que Netanyahu montó un espectáculo bastante particular. Con una presentación llena de dudosas imágenes, señaló sin tapujos que 'Irán mintió'. Para comprobarlo, mostró decenas de carpetas con copias de documentos recogidos por sus servicios de inteligencia en la capital iraní. Éstos, comprobarían el desarrollo encubierto del programa nuclear persa. Así además, develó una decena de discos compactos supuestamente cargados de 'pruebas irrefutables' sobre las intenciones militares del régimen de los Ayatolas. Y sí, es muy temprano para establecer algún juicio certero sobre toda esta información. Es más, quizás alguien podría darle el beneficio de la duda al ejecutivo israelí, sobre todo considerando las tensiones reales en este complejo Oriente Medio. Pero seamos sinceros; la estrategia comunicacional de Netanyahu fue profundamente artificial.

Entrevistado por CNN sólo horas después de dicha rueda de prensa, confirmó sus dichos y esquivó una pregunta sobre la cual no hay claridad desde la década de 1950; frente a la insistencia de un periodista respecto al supuesto poder nuclear israelí, Netanyahu señaló que no ahondaría en ese punto, que el problema ahora es Irán y los peligros asociados a una marcada desestabilización del Oriente Medio. No hay mucho espacio para pensar entonces, que esta operación comunicacional pretendía, no sólo blindar al primer ministro en medio de importantes cuestionamientos sobre su legitimidad interna, sino que además, allanar el camino para el escenario que se espera luego de la salida de Estados Unidos del acuerdo multilateral de limitación de producción de armamento nuclear iraní (JCPOA). No hay duda que la decisión de Trump traerá consecuencias directas e indirectas para la seguridad de Israel y Tel Aviv, a pesar de apoyar la determinación de Washington, se está preparando para la complejidad de lo que viene.

Así, la preocupación más urgente de Israel es el vínculo de Teherán con Hezbollah y el régimen alawita de Bashar al Assad en Siria. El problema que se sigue de esto es que una guerra entre Israel e Irán, a partir de la tensión militar en Siria, pareciera representar un escenario tremendamente complejo. Esta eventualidad no la espera nadie; ni el Cairo, ni Ankara, ni Beirut, ni Riad. Irán, por su parte, no es un régimen suicida. Un choque militar contra enemigos poderosos lo dejaría en el suelo; basta recordar el resultado de la guerra que debió pelear contra Irak entre 1980 y 1988. Hoy, más que nunca, frente a un escenario macroeconómico frágil producto de las sanciones internacionales que se activarán en pocos días, entiende que un conflicto militar lo haría perder, muy probablemente, más de lo que ha podido lograr en más de 30 años. Es cierto que la Guardia Revolucionaria Islámica se ha fortalecido, sobre todo en Siria, pero es poco lo que se podría lograr en un escenario de guerra abierta. Netanyahu, por su parte, podría esperar que un conflicto con Irán permitiría consolidad una posición de liderazgo en Oriente Medio. Complejo al menos, si consideramos las posibles ramificaciones de tal escenario.

Mientras tanto, se sigue escalando en esta permanente retórica agresiva. No sólo desde Washington, Londres, Paris o Tel Aviv, sino que también desde Teherán, Moscú y Damasco. Decenas de actores internacionales se amenazan mutuamente y, mientras tanto, se reúnen en las Naciones Unidas para hablar de paz. Así también, los medios de comunicación sirven como una herramienta esencial para fortalecer esta aguda tensión. Lo paradójico es que todos ellos entienden a la perfección que una guerra abierta es la peor de las alternativas, pero a su vez, no están dispuestos a debilitar el poder regional o global que han logrado adquirir.

Sin duda, estamos frente a un problema interesante: la consolidación de un escenario global multilateral que ha superado sistemáticamente la lógica bipolar que lo antecedió. Esto significa que los grandes poderes deben aprender a asumir que los más pequeños también pueden imponer ciertas condiciones. Todo esto, en medio de una clara política aislacionista estadounidense. Las piezas del tablero se están reestructurando y sólo queda esperar las consecuencias propias de una tensión permanente. Por el momento, las palabras cruzadas y los discursos agresivos son signo de los tiempos y no sería imprudente preguntarse que pasará cuando alguno, grande o pequeño, pase del discurso a la acción.

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