La misión de Duque

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Duque junto a sus adherentes en la sede de su partido, el domingo. Foto: AFP


Tendrían que suceder cosas misteriosas en el campo de la demoscopia -y la psicología- para que este domingo los colombianos no elijan Presidente a Iván Duque, que le ha llevado una ventaja consistente a Gustavo Petro en la campaña por la segunda vuelta.

Puede sonar paradójico que un candidato apoyado por Álvaro Uribe esté en condiciones de devolverle al país, tanto tiempo desgarrado por luchas ideológicas, una convivencia serena. Pero alguna razones permiten suponer que, si se lo propone, lo puede conseguir.

Duque sumó respaldos, de cara al balotaje, de un amplio espectro de dirigentes que van de los partidos oficialistas (sí, los que sostenían a Juan Manuel Santos, el archienemigo del uribismo) al conservadurismo (que en la primera vuelta se había dividido y en parte había rechazado su candidatura). Quizá el golpe de efecto mayor fue el respaldo de Clara Rojas. Ella, que fue jefa de campaña de Ingrid Betancourt, estuvo secuestrada varios años por las FARC y abogó, ya estando libre, por los acuerdos de paz, representa cosas que, a primera vista, están en las antípodas de Duque.

O, mejor dicho, del Duque que trataron de construir en el imaginario colombiano sus adversarios. Porque el verdadero candidato, y eso parece haberlo visto Clara Rojas

al igual que muchos políticos liberales, no es un enemigo de los acuerdos de paz. Sólo alguien que quiere darles la legitimidad social que no tienen hoy día introduciendo ciertos elementos de justicia punitiva y rendición de cuentas, que sin dejar de hacer concesiones indispensables para mantener la paz, amisten a millones de personas con la herencia de Santos. La justicia transicional y la jurisdicción especial creadas por los acuerdos fue, a juicio de millones de colombianos, excesivamente concesiva, como lo fue el alto grado de representación política otorgado a las FARC sin la obligación de pasar por las urnas. Si Duque logra encontrar el equilibrio que preserve la herencia de Santos en este punto y devuelva a los colombianos, que en algún momento apoyaron mayoritariamente esos acuerdos, confianza en el proceso, el país habrá dado un salto de gigante hacia la (siempre relativa) concordia.

Hay otras dos áreas en los que Duque puede dar a sus compatriotas razones para abandonar tanto pesimismo acumulados. Una es la economía. A diferencia de algunos otros países latinoamericanos, Colombia no realizó reformas de gran calado entre finales de los años 80 y finales de los 90 porque su economía crecía sostenidamente. Pero hoy esa economía está lastrada por un exceso de intervencionismo y reglas cambiantes. Si Duque dispara la energía productiva y, por ejemplo en actividades como las de la "economía naranja", facilita un mucho mayor dinamismo, habrá resultados no sólo contables sino también esos otros, los anímicos y psicológicos, que impulsan a los países hacia adelante.

La otra área en la que Duque podría traer confianza es la política exterior. Para Santos la dictadura chavista ha sido un permanente dolor de cabeza, pues a pesar de los múltiples gestos que Bogotá hizo para ganarse las indulgencias de Caracas, Nicolás Maduro ha tratado insistentemente de desestabilizar a Colombia. La respuesta de Santos ha sido siempre incómoda, entre otras cosas porque Venezuela, aliada de las FARC por muchos años, jugó un papel en los acuerdos de paz. Tener enfrente a alguien más resuelto y libre en la complicada relación con Venezuela, país del que huyen a diario por la frontera innumerables ciudadanos, es algo que agradecerán tanto los colombianos, muy alarmados por la convivencia con el vecino, como los propios venezolanos, que viven en estado de desesperación su cotidiano drama.

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