La política del "me too"

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Un fantasma recorre Chile. Se pasea por la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, cerrada con candado por un sumario contra un académico connotado por acoso sexual. También da vueltas por la alicaída industria televisiva chilena, donde las acusaciones de todo tipo contra un conocido director dramático amenazan con convertirse en una reacción en cadena con muchos otros casos.

Esto se parece, salvando los tiempos, a la Revolución Francesa. Ningún historiador duda que fue un proceso necesario para corregir una injusticia de fondo que separaba al Tercer Estado de la nobleza, pero que cortó cabezas de más y varias veces fue más dócil al clamor popular que al sentido común. Pero las guillotinas de más no lograron tapar la grandeza de la epopeya del pueblo francés. Así será vista en el horizonte del tiempo la revolución que vivimos.

Y al igual que entonces, hay una incomprensión de la rabia asociada a los actos de abusos contra las mujeres. Los sesgos machistas que funcionan de manera inconsciente están construidos para ningunear a las mujeres, no creerles, no darles espacios o caricaturizarlas. No hay mujer alguna, mayor de edad e incluso escolares, que no haya vivido alguna vez una experiencia de este tipo. La izquierda, mucho más vociferante en materias de feminismo, no es inocente. Basta recordar las crueles burlas a la actual vocera de gobierno, no solo por ser mujer sino por venir de un mundo social distinto al de la mayoría de la derecha. De la misma manera que los comunes sentían en todo momento el desprecio de la nobleza francesa en el siglo XVIII, lo viven hoy las mujeres del mundo moderno frente a un discurso correcto en las formas y letra muerta en los hechos. Eso lleva a rabiar contra las instituciones, y provoca reacciones inusitadas como la decisión de escuchar a las redes sociales para decidir quién puede acceder a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, o en el caso de la TV actuar como la reina de Alicia en el país de las maravillas, donde se decapita antes de someter a juicio.

En la política, el ninguneo al mundo femenino ha sido capaz de vencer incluso a las regulaciones inclusivas. Una ley de cuotas hizo aumentar la representación de las mujeres en el Parlamento, pero casi todos los partidos se las ingeniaron para mandar a la mayoría de sus candidatas a distritos perdidos o compañeras de lista de un preferido de la máquina. La ley del Servel respecto del porcentaje de gasto electoral que debía ser asociado a formación de mujeres fue ignorada completamente por la mayoría de las colectividades. Si las leyes que se dictan para una mayor igualdad de género son soslayadas por los mismos que las hacen, la frustración en las mujeres que apostaron por el servicio público será mayor, y por alguna parte explotará en la política con la misma irracionalidad que lo ha hecho en el mundo de la TV y las universidades.

La chispa para la rabia que se viene en la política puede ser, al igual que en otros casos, una denuncia de acoso sexual o un caso de discriminación de género en un ministerio o en el Congreso, pero incluso otras cosas. Una señal de la tormenta la vivió el Ministro de Salud, quien trató de diputado a la parlamentaria que había sido designada como su interpeladora. La propia reacción de las mujeres diputadas ante un hecho que años atrás habría pasado inadvertido es una muestra de los vientos que soplan también en la política, y que, si no cambian las cosas, se convertirán en huracanes.

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