La profesión del abogado



SEÑOR DIRECTOR

La semana pasada el presidente del Colegio de Abogados se refirió a los problemas de calidad formativa y estándar ético que la masificación de la oferta de formación de abogados ha implicado. Es bueno ver el ejemplo de países que tomamos como modelo, en donde se entienden las licenciaturas como un bagaje conceptual concentrado y una especialización necesaria y profesionalmente aplicada, con carreras más breves y posgrados correctamente orientados. En el sistema de titulación, revisar la anacrónica institución de la práctica judicial y su objetivo; generar vínculos entre clínicas jurídicas de universidades y la Corporación de Asistencia Judicial (para suplir allí ese deber solidario) y liberalizar la práctica profesional pueden ser un camino.

Lo labor de los abogados tiene repercusiones en nuestros representados; es insostenible que tanto la Corte Suprema como el Colegio de Abogados deban limitarse a aconsejar. Su injerencia en el proceso formativo debe ser mayor. Pensar en un sistema general de certificación de calidad y aptitudes éticas no es descabellado, tal como ocurre con el Examen Único en medicina, en Estados Unidos con el "Bar Exam" o en países europeos con los exámenes estaduales habilitantes.

Ser abogado hoy no es lo mismo que hace 20 años. Ante un campo profesional masificado y más competitivo no basta una oficina en "la plaza", ni un título que no es pasaporte directo para el ejercicio profesional cómodo y pomposo. Ayudar a las personas sigue siendo gratificante, pero la nueva realidad debe cambiar la manera en que se ve y se juzga, desde todos los actores, la profesión del abogado.

Jorge Mera Schmidt

Abogado, Universidad de Chile y miembro del Colegio de Abogados

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