Lecciones de Chaitén

Chaitén
Vista de la ciudad de Chaitén tomada desde un dron esta semana. Foto: Alfredo Miranda


A diez años de la destrucción parcial de la ciudad de Chaitén, por la erupción del considerado cuarto volcán más peligroso de Chile, es hora de reflexionar cómo habitamos territorios remotos expuestos a riesgos.Recuerdo cómo a menos de una semana de la erupción las autoridades evacuaron exitosamente a cerca de cinco mil personas y desplegaron un plan de acompañamiento sin precedentes. Luego vino la incertidumbre del retorno, particularmente en colonos cuyo arraigo a su tierra no moría.

En ese contexto tuve la responsabilidad de liderar el trabajo de un gran equipo con la tarea de evaluar escenarios de reconstrucción o relocalización para Chaitén. La recomendación final -una de las más difíciles de mi carrera y apoyada en evidencia científica-, fue que el único emplazamiento seguro y viable estaba pocos kilómetros al norte, en la localidad de Santa Bárbara.

En un gesto de coraje y responsabilidad política sin precedentes, en febrero de 2009 el gobierno decide relocalizar, iniciando los estudios para la construcción del nuevo aeropuerto en Chana y la ciudad en Santa Bárbara. Pese al avance en ingenierías y proyectos, lamentablemente a dos años de la tragedia no se levantó un solo ladrillo de la nueva ciudad, los chaiteninos presionaban por volver, y días antes que la Presidenta Bachelet presentara la maqueta de la nueva ciudad, el terremoto de 2010 cambió las prioridades y el plan Chaitén quedó en el olvido. Poco a poco los chaiteninos volvieron a recuperar la zona norte de la ciudad, se construyeron enrocados para contener las crecidas del río Blanco, y con los años bajó la intensidad volcánica.

Chaitén cumple una década de estoica resistencia. Pero lo que podría haber sido una ciudad modelo de sustentabilidad y resiliencia, se convirtió en un asentamiento precario. Pese a haber sido capital Provincial, hoy no cuenta con plan regulador ni servicios públicos. ¿La razón? Está emplazada en una zona de máximo peligro volcánico según mapas actualizados de Sernageomin y estudios recientes como el de Lara y Calderón. En estas condiciones, el Estado no puede invertir recursos de todos los chilenos para habitar una zona donde se pone en peligro la vida de las personas, ya que las medidas de mitigación solo protegen de inundaciones fluviales, pero no de lahares o flujos piroclásticos.

Chaitén nos enseñó que cualquier ejercicio de planificación post desastre debe respetar el arraigo. Que la percepción de riesgo en zonas aisladas es relativa (un chaitenino hoy le teme más a una apendicitis que al volcán), lo que tensiona los criterios de evaluación social de proyectos y equidad territorial. Que, si el Sistema Nacional de Inversión Pública es lento en tiempos de paz, tenemos que estresarlo en tiempos de crisis; y que por duras que sean, estas decisiones requieren determinación y perseverancia.

Lo que considero el mayor fracaso en mi carrera, dejó lecciones que luego nos permitieron enfrentar el 27F reconstruyendo más de cien localidades en forma resiliente. Pasando rápidamente de promesas a obras reales en localidades como Dichato o Constitución, devolviendo la confianza a las comunidades, considerando el riesgo y respetando el arraigo cuando se podía. Ahora que autoridades como el ministro Cristián Monckeberg acaban de visitar Chaitén, se abre la oportunidad de cerrar este proceso, que tanto dolor como lecciones nos ha dejado.

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