Lenguaje inclusivo



SEÑOR DIRECTOR

Cita un amigo a Hölderlin: el lenguaje es la morada del ser. Godard, en uno de sus primeros films, hará que un niño pregunte a su madre qué es el lenguaje y ella conteste "el lenguaje es la casa del hombre". Ya ahí saltan los fusibles de la batalla librada por el lenguaje inclusivo. El hombre, ese genérico, hoy zamarreado por la demanda de inclusión, se convierte en un equívoco, un gesto de poder.

Los movimientos de inclusión han entrado en el palacio del lenguaje. Han pedido abordar el buque de las palabras so peligro de hundirlo con términos en los cuales pueda nombrarse lo que alguna vez fue binario y hoy tiene que abrir espacio a variantes notables de la especie. Tal como la alguna vez llamada discapacidad pidió ser nombrada como capacidad diferente y solicita terreno laboral justo, la mujer descubrió que el maltrato comenzaba en las palabras, en la morada del ser.

Se hizo mofa de usar el "los y las", incluso sospechando de ese "las damas primero" tan gentil para algunos y algunas y tan machista para el resto. Pero duró poco. Hoy un artículo quizás algo eufemístico como "les", quizás un neologismo como "todes", viene a clamar que ya no es solo un tema de hombres y mujeres.

La inclusión no solo está en la calle o la asamblea o viene bajando de la academia, sino que construye una especie de utopía en que la manera de referirnos entre nosotros delata que la política se carga más al género que a la economía. No sé si el "les" y el "todes" resuelva la batalla de una era de injusticia. Ciertamente no es sano que por ser mujer dé miedo caminar por la calle. Hoy los hombres deben bajar o alzar o, qué sé yo, la vista. El dominio del modelo etológico instalado en la mirada llega a su fin. Estamos entrando a un mundo nuevo. Que sea más justo. Aunque lo atávico puede tomarse bastante más tiempo en cambiar que el deseo.

Marco Antonio de la Parra

Director Artístico Universidad Finis Terrae

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