Los jóvenes y el plebiscito



Por Roberto Méndez, Escuela de Gobierno UC

Los estudiantes secundarios que, hace un año, llamaron saltarse los torniquetes del Metro en protesta por un alza en los pasajes, jamás imaginaron las consecuencias que esa aparentemente inofensiva manifestación produciría en nuestro país.

En realidad, nadie lo hizo. Y ardió Troya.

En pocos días, se consumará el primer hito de un acuerdo, el plebiscito, parte de la solución a que el mundo político logró arribar en el intento por contener el caos y la furia que se sucedieron. Aquello que tensamente lograron consensuar esa madrugada de noviembre, es muy claro: un plan para reemplazar la Constitución vigente, a cambio de la paz.  El salto del torniquete había logrado, nada menos, que derribar la Constitución.

Los que iniciaron todo, los jóvenes, ciertamente no estuvieron en la mesa del acuerdo. Y nunca sabremos si la relativa calma que siguió fue producto de que ellos se plegaron a dicho acuerdo, o simplemente se debió a la llegada del verano y, posteriormente, a la aparición de la pandemia. La secuencia temporal, sabemos, no garantiza causalidad.

En la antesala del plebiscito, vemos que los jóvenes vuelven a manifestarse con la conocida secuela de destrucción, vandalismo y otras formas de violencia que el acuerdo de noviembre esperaba, si no eliminar, al menos contener y encauzar. A estas alturas, es discutible si se ha cumplido el primero de sus objetivos, la paz, y seguirá pendiente por un buen rato saber si logrará obtener el segundo, una Constitución universalmente legitimada

Las movilizaciones de estos días son de nuevo protagonizadas por personas muy jóvenes, casi niños según hemos visto. Y sorprende que las consignas, hasta donde puede apreciarse, no parecen referirse al plebiscito. Se plantean otros problemas, importantes, como la represión de Carabineros, el tema mapuche, las demandas por dignidad. En realidad, se trata de los mismos temas de hace un año, no las expresiones que uno esperaría dos semanas antes de una opción plebiscitaria que, supuestamente, conducirá a la solución de todos esos males.

Los jóvenes, la inmensa mayoría, aunque no participen directamente en las movilizaciones, se identifican con ellas (los datos son inequívocos). Muchos análisis apuntan a un conflicto generacional profundo, potenciado por una enorme distancia y desconfianza de este grupo hacia las instituciones políticas. Para ellos, me parece, el plebiscito discurre como un evento paralelo, lejano, en el que no están mayormente involucrados y sobre el cual no abrigan demasiadas expectativas. Su nivel de participación en las urnas está por verse.

Me pregunto si el acuerdo de noviembre está respondiendo a las frustraciones de los jóvenes que hace un año se saltaban los torniquetes, si tienen puesto en él sus expectativas. Sospecho que no, y que el malestar de estos jóvenes continuará manifestándose, independiente del resultado, de este plebiscito, y del proceso posterior.

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