Malas decisiones



Como nos ocurre a los mortales, las malas decisiones traen consecuencias que suelen perseguimos en sus efectos. Lo anterior también le ocurre a las instituciones. Esta semana, creo que el Senado de la República tomó una de aquellas. El tiempo nos dirá cuán pernicioso fue conceder la acusación constitucional en contra del ex ministro del Interior Andrés Chadwick, ello, más allá del duro y legítimo reproche con que es evaluada su gestión. Si bien es cierto, no es plausible pretender en el juicio político el mismo estándar probatorio que debe concurrir en una causa penal, tal situación no puede llegar al extremo de habilitar una sanción con ausencia total de causalidad, como creo ocurrió en la especie. Más todavía si tal sentencia condenatoria conlleva como pena accesoria una equivalente en su rigor a aquellas asignadas a delitos graves.

Siguiendo en el tema de las malas decisiones, quiero destinar algunas líneas a una que el Parlamento adoptara hace casi una década. En una casi unánime votación -los parlamentarios que nos opusimos se cuentan con los dedos de una mano- se puso término al voto obligatorio para sustituirlo por uno de carácter voluntario. Los perniciosos efectos que esa decisión trajo para nuestra democracia hoy saltan a la vista. Es cierto que hay muchos más arrepentidos que defensores, y pareciere que la corrección es posible en la actual legislatura.

El derecho a participar y ciertamente el derecho a sufragio ha debido conquistarse por muchos grupos excluidos desde que los burgueses revolucionarios de la Europa del XVIII impusieran la idea de que todos hemos nacido libres e iguales. Solo que "todos" para ellos aludía solo a los hombres propietarios y letrados. En Chile, el voto fue también una cosa solo de hombres alfabetos y acomodados (voto censitario) hasta bien entrado el siglo 19.

Hacia 1874 se expandió el voto a todos los hombres mayores de 21 años que supieran leer y escribir. De mujeres ni hablar hasta 1948, en que conquistaron el entonces llamado sufragio femenino, luego de heroicas luchas. Recién para la elección de Eduardo Frei Montalva votaron los analfabetos, y los jóvenes consideraron una gran conquista haber reducido la edad para sufragar de 21 a 18 en 1967.

El camino de la inclusión de todos a la democracia puede relatarse como una heroica historia de éxitos democráticos a lo largo de los siglos XIX y XX.

Pocas veces he estado más convencido de un error político de proporciones. Pocas veces parece razonable levantar, una vez más, la voz y decir: la democracia es más fuerte y más sólida con todos. Las opiniones reflejadas en la dimensión obligatoria del voto nos retrotraen al fundamento mismo de la democracia, de nuestra plaza pública, en donde se encuentra el rico con el pobre, el ignorante y el culto, el joven y el viejo, entre otros, y votar con el mismo valor y con la misma fuerza. ¿Hay otras maneras de construir un país que no sea eliminando la segregación, las diferencias y la inequidad? Si hay un bello ejercicio de la libertad es para adoptar las decisiones que a todos nos amarran. Aún es tiempo.

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