Pueblo mudo encuentra su habla



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Chile despertó y se hizo presente (dicen). Ahora estaríamos a esperas de que reitere su real parecer, dé vuelta la página y escriba la Constitución que lo ha de retratar como país y proyectar al futuro, porque esta vez será distinto: se confiará en la voluntad popular. ¡Atentos todos! Primera vez en nuestra historia en que la soberanía del pueblo haría valer su peso en un proceso constituyente, desde la entrada hasta, por último, salir con la suya. Debiéramos, pues, dejar que el pueblo consagre por escrito su destino.

¿Dejémoslo o hagamos como si lo dejamos? La duda es válida. Estos argumentos no son novedad, tampoco el mesianismo con que se hacen acompañar. En sociedades que nos llevan la delantera y que, ya antes, nos han guiado, se les ha sabido manejar hábilmente. Es vieja la discusión en EE.UU. sobre cómo su Constitución, clásica letra chica práctica, desmentiría la teoría política demócrata, evidente por ejemplo en la Declaración de Independencia de once años antes. Si su único saludo a la bandera consistiría en el “We The People” del preámbulo. Por eso la idea que terminaría por imponerse habría sido, no la voluntad general roussouniana o la igualdad jeffersoniana, sino el propósito de “equilibrar el interés con el interés, la clase social con la clase social, la facción con otra facción, e incluso una rama del gobierno con otra, en un sistema armonioso de frustraciones mutuas” (R. Hofstadter). En palabras de James Madison, el artífice detrás de este ajuste: “Allí donde reside el poder efectivo de un gobierno, existe el peligro de opresión. En nuestro gobierno, el poder real reside en la mayoría…”. Elegante manera de conceder el principio general y, de inmediato, neutralizarlo. Otro tanto haría el principio de representación.

No se piense que este es un remedio “yanqui” (virginiano para ser exacto). Examine el Manifiesto Comunista y verá que en ningún momento aparece el término “pueblo” o el adjetivo “popular”, sí “proletariado” que remite al obrero industrial, no a cualquier trabajador. Cuando Marx y Engels mencionan a sujetos populares (el siervo, artesano, campesino, el lumpen o la escoria andrajosa) es para despreciarlos por “conservadores” y “reaccionarios” fáciles de cohechar, no suficientemente revolucionarios. Es que para el Manifiesto, el término “pueblo” es sospechoso, evoca connotaciones tradicionales que recuerdan su opresión.

Conceptos análogos -"Vox populi, vox Dei", “pueblo elegido”- suenan anacrónicos. Lo que es el “alma permanente de Chile”, que según Lagos, habría estado acorde con nuestra Constitución de 2005, entonces “democrática”, ya no (así de ciclotímicos ambos), dejó de servir como anzuelo. Por tanto, les ha dado de nuevo con el “pueblo”, onda “Völkisch”, nacional-populista tribal, alarmante pero tampoco original. (Noticia en desarrollo)

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