Salud mental y crisis social

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La salud mental y la actual crisis social permiten examinar algunas condiciones propias de nuestro sistema sanitario que pueden considerarse determinantes y, por otro lado, aquellas consecuencias de la exposición de la población al estrés y el trauma. En el área de la salud, las demandas sociales se refieren principalmente al acceso oportuno, la cobertura y los costos asociados a la atención, en un contexto en el que coexiste un seguro público universal para el 78% de la población, uno privado para el 17% y un sistema de cobertura para las Fuerzas Armadas y Carabineros.

Nuestro país ha venido mejorando de manera significativa en aspectos tales como la expectativa de vida o la tasa de mortalidad materno-infantil, sin embargo, estos indicadores no reflejan la fragilidad, el endeudamiento y la brecha entre el sistema público y el privado. Según la OCDE, al menos el 33% del presupuesto familiar está destinado a cubrir gastos en salud, principalmente medicamentos (The Lancet. Violent protests in Chile linked to health-care inequities. Vol 394: November 9; 2019. 1696-1697).

La carga de enfermedades neuropsiquiátricas en Chile llega hoy a un 23,2% de pérdida de años de vida saludable, ocupando el primer lugar en gasto por licencias. No obstante, del presupuesto total de salud, solo un 2,1% está destinado a la salud mental, cifra por debajo de países como Estados Unidos con un 6%, Nueva Zelanda con un 11%, o del promedio mundial de 2.8%.Los esfuerzos por disminuir esta brecha y mejorar la cobertura deben incluir la organización por niveles de atención, la elaboración de un plan nacional de salud mental y la inclusión, aún escasa, de algunas enfermedades psiquiátricas entre las patologías GES. En Chile se estima que, hasta antes de la presente crisis, casi un 40% de la población había experimentado un trauma alguna vez en su vida. Enfrentados hoy a mayores niveles de inseguridad, violencia, alteración de la rutina, extensión de los horarios de traslado, a la destrucción del entorno habitual y a la incertidumbre sobre la evolución del conflicto, es probable que las personas exacerben su estado de alerta y con ello la sensación de desgaste, irritabilidad, alteraciones del sueño, cansancio físico y emocional, o presenten manifestaciones más graves asociadas al trauma tales como estrés agudo, estrés postraumático o bien la exacerbación de patologías de base.

Debemos preparar adecuadamente el sistema de salud para responder de manera eficiente ante la mayor demanda de atención especializada de las personas que presenten secuelas físicas y psicológicas asociadas a la exposición a violencia e incertidumbre. Deberíamos también revisar y corregir aquellos problemas de nuestro sistema sanitario, que son anteriores a la actual crisis y que pueden haber contribuido a ella.

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