Una aorta gorda y nutritiva



Días atrás, el periodista Juan Ignacio Brito publicó en este diario una columna que trataba la renuncia de Francisco Orrego a la presidencia de TVN. Entre otras verdades, y en defensa de la fallida gestión de Orrego, Brito denunciaba "la falta de idoneidad de los equipos directivos y gerenciales" del canal de todos y "el ambiente endogámico de la TV, donde los mismos ejecutivos juegan hace décadas a las sillas musicales". Otro punto al que hacía referencia es que la estación pública "paga sueldos elevados a quienes no los merecen". Sospecho que Brito se refería, entre otros, a Jaime de Aguirre, quien renunció al cargo de director ejecutivo poco después de publicada la columna.

TVN es una hemorragia incontenible de recursos públicos, hemorragia que alcanzó su máximo caudal bajo la presidencia de Ricardo Solari, quien, a su vez, nombró a Jaime de Aguirre director ejecutivo en 2016. Como casi todos saben, De Aguirre recibía un salario de 18 millones de pesos mensuales -el Presidente de la República gana la mitad- y su contrato, según señaló hace algunos meses la Contraloría de TVN, presentaba irregularidades: fue firmado antes de que la mesa directiva pudiese aprobarlo. Por donde uno mire el asunto, la cifra es en sí obscena, y derechamente impresentable a la luz de los magros resultados de la gestión de De Aguirre.

Ahora bien: dado que uno no está aquí para evaluar los envidiables sueldos del prójimo, sean o no merecidos, prefiero detenerme en las palabras de un político que le reconoció a De Aguirre su corrección -"su hidalguía", creo que dijo- al renunciar y no haber aguantado otro poquito hasta que lo despidieran, con lo cual se habría llevado a casa un botín aún más suculento, la gloriosa indemnización establecida en el contrato.

A juzgar por un par de hechos notorios (su participación en la canallada que articuló Chilevisión contra el juez Calvo y la prestación de boletas ideológicamente falsas), De Aguirre no sería lo que comúnmente se entiende como modelo de virtud o corrección. Pero, diantres, ¿quién es uno para juzgar la moralidad del prójimo? Mi madre, sin ir más lejos, aconsejaría que me fuese con cuidado en estas lides, pues a sus ojos no estoy libre de casi ningún pecado.

Aunque en calidad de televidente, sí puedo manifestar una opinión: la mediocridad discursiva de los llamados "rostros" del área periodística de TVN es alarmante, el nivel infantil, maquinal o burdo con que explican la realidad al público es a veces enervante y en ocasiones francamente desconsolador.

Intuyo que Jaime de Aguirre se dio cuenta de lo que acabo de mencionar. Pero el anquilosamiento que promueve un sueldo mayestático que no exige a cambio resultados visibles, ha de haberlo apoltronado hasta el punto de que él mismo estimulaba la mediocridad aludida, pues así, seamos francos, no se granjeaba problemas con nadie y las cosas seguían un curso confortable para casi todos.

Los hechos indican, para cerrar el punto anterior, que su renuncia no estuvo rodeada de un aura de corrección o hidalguía, pues con las reformas que pretende llevar a cabo el gobierno, él ya no podría seguir aferrándose como nigua a esa aorta gorda y nutritiva que para muchos es el canal estatal. Según están las cosas, lo único que conseguiría salvar a TVN sería la sangre nueva, la sangre joven, a raudales y a todo nivel.

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