Carlos Peña, rector de la UDP: "Sacudirse de Pinochet es fundamental para consolidar una derecha democrática"

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Columnista y ensayista aborda el debate que hoy cruza al oficialismo y pondera el efecto que genera en el bloque y en la izquierda el protagonismo de José Antonio Kast. En un balance del año, reafirma la idea de que el segundo gobierno de Piñera es "más político" que el primero y destaca el actuar de La Moneda en la crisis derivada del crimen de Camilo Catrillanca.


"La tarea intelectual de la derecha es no eludir, como hasta ahora, la reflexión sobre su pasado", sentencia el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, al abordar uno de los debates que han marcado la recta final del año: el impacto que sigue generando la figura de Augusto Pinochet en el actual bloque oficialista.

En un balance de lo que ha sido el año político 2018, el ensayista -autor de Lo que el dinero sí puede comprar y Por qué importa la filosofía, éxitos en ventas de los últimos años- cuestiona al bloque por su incapacidad de "emitir una opinión reflexiva frente a su propio papel en la dictadura y en la violación a los derechos humanos". En respuestas emitidas a través de correo electrónico, el columnista, además, aborda lo que representa José Antonio Kast, la crisis producto de la muerte de Camilo Catrillanca y el presente y futuro de la gratuidad en la educación superior.

El año se caracterizó por el cuestionamiento a las instituciones. En Chile los ejemplos más evidentes son la Iglesia y Carabineros. ¿A qué responde ese fenómeno?

Hay, desde hace mucho tiempo ya, un cierto descrédito de las instituciones que, como la Iglesia, pretenden guiar la vida ajena. Es probable que eso -sumado al hecho objetivo de la alarmante presencia de la pedofilia y el abuso- sea el fruto de la individualización de la vida y la creciente autonomía personal que es fruto de la expansión educativa y del consumo. La gente ya no comulga y menos con ruedas de carreta. La convicción religiosa se ha protestantizado, en el sentido de que se ha vuelto más subjetiva y electiva. El caso de Carabineros, por su parte, es distinto. Me parece el resultado de una cultura corporativa a la que se ha dejado florecer, que venía de antiguo, que se profundizó en la dictadura y que los gobiernos posteriores no han sabido controlar más preocupadas, como han estado, de tener buenas relaciones con quienes poseen las armas que de imponer la voluntad civil.

Lo de Carabineros impactó en la agenda política. El gobierno de Bachelet termina con la Operación Huracán y Piñera concluye el 2018 con la crisis por el caso Catrillanca. ¿Cuán responsable es la autoridad civil de lo que ocurre en Carabineros?

Por supuesto, la autoridad civil no es jurídicamente responsable de los delitos cometidos por Carabineros; pero es política e históricamente responsable (y no solo este gobierno, claro está) de haber dejado florecer delante de sus narices una cultura aislada, autorreferida, que se ha creído capaz de generar criterios propios acerca de lo que es correcto y lo que no. Se ha reparado poco en los niveles de corrupción de Carabineros, con desfalcos sistemáticos, mentiras concertadas, desprecio de la autoridad civil, y es un error, por no desmoralizar a los policías de la calle, minimizar lo que ha ocurrido allí.

¿Qué debe hacer La Moneda para sortear una crisis que aún no termina, pero que ya se llevó a un intendente y a un general director de Carabineros?

Lo que está haciendo: ejercer el poder que los ciudadanos han puesto en sus manos e imponer su voluntad legítima sobre las instituciones armadas. En la democracia, quienes llevan armas no mandan: obedecen y se someten a la ley.

¿Hay responsabilidades políticas que aún no asume el gobierno?

Lo peor que podría ocurrir es transformar la crisis de Carabineros -que, como le digo, es el resultado de un insano y viejo corporativismo- en una cuestión gubernamental, como si todo esto fuera el resultado de un mal manejo del último año. Todos saben que no es así. Lo que ha ocurrido ahora es un eslabón de una larga cadena. Por el contrario, lo que ahora hay que hacer es fortalecer el poder político y gubernamental para que imponga su voluntad sobre las instituciones armadas y acabe con la creciente anomia.

¿Tiene solución lo que se entiende como "conflicto en La Araucanía"?

La única solución posible -hay que decirlo una y otra vez- es instituir a los pueblos originarios, en especial al pueblo mapuche, como sujeto político, favoreciendo que forme una voluntad colectiva. Para eso es imprescindible crear escaños protegidos y un padrón electoral separado, como lo sugirió hace años el informe sobre la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato creada en el gobierno del Presidente Lagos. La propuesta del gobierno, sin embargo, no contempla esto. El gobierno parece creer que el problema mapuche se resuelve con asistencialismo, buen trato y tímidas propuestas de cambio. Es el buenismo que se ha detectado en Alfredo Moreno.

En abril dijo que advertía un énfasis mucho más político en Piñera respecto de su primera administración. ¿Mantiene esa visión?

Sí, desde luego. Hay menos narcisismo infantil de parte del Presidente, esa pulsión por hacer "gracias" que de vez en cuando le aflora, y un esfuerzo por manejar el Estado con menos ansiedad, que es la base de la política como actitud. Otra cosa es que tenga éxito inmediato.

Una de las apuestas del gobierno son las llamadas reformas "estructurales", tributaria, pensiones, laboral. ¿Cuánto se juega La Moneda en el éxito o fracaso de estos proyectos?

Bueno, esos proyectos son el verdadero desafío del país en el largo plazo. Los desafíos del mercado laboral que plantea el desarrollo tecnológico -desafíos que ningún asalto ideológico podrá apagar- y el temor al desamparo de la vejez -que ensombrece el bienestar actual de los nuevos grupos medios- son los grandes temas de los próximos años.

¿Cuál es el sello que va a marcar el segundo gobierno de Piñera?

En política no se sabe lo que va a ocurrir. Lo único seguro es lo que se pretende. Y mi opinión es que el propósito gubernamental de atender a lo que a veces he llamado "la nueva cuestión social" -una agenda enfocada en los grupos medios que hoy cubren más del 60% de la población, poseídos por la pasión por el consumo y amenazados por el temor de quedar a la intemperie- es un propósito correcto. Quien logre encarar ese problema brindando reconocimiento a esos grupos, tendrá de su lado el favor de la mayoría. La izquierda tiene aquí un desafío. Ese será el campo de batalla de la política.

La figura de Pinochet cada cierto tiempo tironea a la derecha. Ahora resurgió el debate tras la reivindicación del pinochetismo que hizo una diputada de RN. ¿Se puede desligar la derecha de la figura de Pinochet?

Es difícil, porque la derecha está atada biográficamente a Pinochet. Pero sacudirse su memoria es fundamental para consolidar una derecha democrática. En esto la derecha tiene una tarea reflexiva, una tarea intelectual por delante que hasta ahora ha eludido: explicar y explicarse cómo y por qué, mientras se persignaba, abrazó la dictadura y cerró los ojos frente a los crímenes. La tarea intelectual de la derecha -una de sus tareas- es no eludir, como hasta ahora, la reflexión sobre su pasado. Por decirlo de manera gráfica y fría: el político Hernán Larraín Matte debe ser capaz de explicar reflexivamente al político Hernán Larraín Fernández; Felipe Kast a Miguel Kast, y así. No se puede cambiar de generación política en silencio.

Líderes oficialistas y ministros dicen que el pinochetismo es parte de la diversidad del sector. ¿Coincide?

No, esa afirmación es una simple cuña, una astucia para eludir el problema que señalo. El problema no es la diversidad, sino la contradicción entre una derecha que se persigna frente al aborto y que arrisca la nariz frente a la cuestión de género y al mismo tiempo es incapaz de emitir una opinión reflexiva frente a su propio papel en la dictadura y en la violación a los derechos humanos.

La figura de Pinochet suele agrupar a los sectores conservadores de la derecha. Los liberales salen a reclamar su espacio, pero una vez más, parecen ser minoría en el sector. ¿La derecha más dura ya ganó la pelea?

El problema de los liberales de la derecha -Felipe Kast es un buen ejemplo, aunque no el único, también está Larraín Matte- es que son descafeinados, liberales que se oponen al aborto y que abogan por la objeción de conciencia a costa ajena, liberales en suma que no quieren enemistarse con su histórica identidad social.

¿Hasta qué punto puede ser incidente la irrupción de un liderazgo como el de José Antonio Kast? ¿Puede ser semejante a lo de Bolsonaro?

Bueno, mal que pese, José Antonio Kast tiene más talento que sus rivales, eso es indesmentible. Si llegara o no a ocurrir algo como lo de Bolsonaro, depende ante todo de la izquierda, de la capacidad que esta tenga de responder a las demandas ciudadanas que él explota, porque están abandonadas por el progresismo: la demanda de seguridad física, el temor del abandono cotidiano en la calle, el sordo e irracional temor que causa la migración, etcétera. El principal desafío de la izquierda, si quiere evitar que algo como lo que representa Kast se expanda, es elaborar un discurso y una agenda con sentido frente a esos temas y no la simple invocación del "buenismo", que a falta de reflexión a veces también la inunda.

Junto al debate sobre el pinochetismo, hoy se discute si debe penalizarse el negacionismo respecto de crímenes ocurridos en el régimen militar. ¿Por qué rechaza esa idea?

Pienso que penalizar el negacionismo sería un grave error. No solo lesiona la libertad de expresión, sino que perjudica la propia cultura de los derechos humanos, cuya fuerza reverdece en medio del debate democrático y abierto. Instituir un tabú -como sería castigar con cárcel el negacionismo- daña, además, el debate histórico que es siempre un debate acerca de los hechos y su significado. Y después de todo, ¿por qué castigar el negacionismo de los crímenes de la dictadura y no el del genocidio de los selknam o las violentas políticas de aculturación de los mapuches en los inicios de la república? Y más en general, ¿por qué Hitler y no Stalin? ¿Por qué el holocausto judío y no el genocidio armenio? Es mejor, sin duda, mantener abierto el debate que vivifica la memoria. El debate ayuda a que el pasado, que siempre amenaza ser un revenant, pueda ser dominado.

"La implementación de la gratuidad ha estado tapizada de torpezas"

El actual gobierno heredó la gratuidad universitaria impulsada por Bachelet. ¿Cómo ha visto su implementación?

La implementación ha estado tapizada de torpezas inexplicables: atrasos increíbles en las transferencias que el gobierno debe hacer, informaciones tardías, etcétera. Es increíble e inaceptable que el gobierno no efectúe las transferencias por gratuidad en tiempo y forma y que aún no informe los aranceles del próximo año. Todo eso no es mal diseño, es simple torpeza.

¿Ve al gobierno comprometido con sostener la gratuidad en el tiempo?

Me parece que sí; aunque creo que la ministra está, afortunadamente, persuadida, al mismo tiempo, que el problema que hay que afrontar es cómo compatibilizar la gratuidad con los desafíos estratégicos y de largo plazo del sistema de educación superior. Este es el verdadero asunto. Suele olvidarse, pero el sistema de educación superior chileno (especialmente universitario) es de los mejores de la región y ello le plantea especiales desafíos, para los que se requiere una economía política a la altura.

El primer gobierno de Piñera estuvo marcado por su relación con un movimiento estudiantil empoderado tras las movilizaciones del 2011. ¿Cómo ve al movimiento hoy?

Mire, hoy tenemos la generación entre 18 y 24 años más educada de la historia de Chile. Se trata de una generación que, sin embargo, vive el acceso a la educación superior con cierta frustración. Es la paradoja del bienestar: las nuevas generaciones esperaban encontrar en la universidad los bienes que ella proveía cuando era de minorías (aura de prestigio, altas rentas, alta movilidad), pero ocurre que hoy día, cuando la educación universitaria es de masas, esos bienes se esfumaron. Los certificados universitarios son bienes posicionales, cuando todos los tienen los beneficios asociados se esfuman. Es posible que allí esté una de las causas del malestar juvenil. Eso explica que haya múltiples circunstancias que operan como catalizador de lo que se llama movimiento estudiantil, que no es propiamente un movimiento orgánico. Y desgraciadamente las seguirá habiendo. Y lo peor sería dejar que la agenda pública se centre en ese malestar que seguirá como una estela en la vida pública.

¿Tiene espacio para incidir en la agenda pública, como lo hizo en los dos gobiernos anteriores?

Aceptar la captura de la agenda pública por parte de los estudiantes -o el movimiento estudiantil como se le llama, atribuyéndole una organicidad que no siempre tiene- sería un error. Creo que no hay que confundir la capacidad de los jóvenes para detectar a veces los problemas, con la capacidad de saber cómo resolverlos. Los jóvenes, y no solo esta generación, sino las que le antecedieron y con toda certeza las que vendrán, son mejores en lo primero que en lo segundo. Desgraciadamente, a veces el temor o el cálculo impide ver eso y se incurre en una especie de "beatería juvenil" que pone del lado de la juventud todas las virtudes, entre ellas la pureza de intenciones y la claridad. Esa es, en el fondo, una forma de desprecio paternalista hacia los jóvenes. Desproveer a los estudiantes de la capacidad de actuar mal -poniendo la virtud de su lado- es desproveerlos de responsabilidad y por esa vía de dignidad.

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