Columna de Ascanio Cavallo: La orquesta del buen criminal

En esta historia, con toda su trama de delitos y delaciones en varios países, se engarzan los admiradores de los buenos criminales, los seguidores del asesino justo, que solo pueden alojar en un Chile vengativo, dispuesto a aprobar el homicidio si el muerto es Guzmán, como antes hubo un Chile oscuro encantado de hacer lo mismo si el muerto era Miguel Enríquez. La idea del buen criminal es siniestra, la encarne un sujeto o un Estado: ahora es más claro que hace medio siglo. Acercarse a ella -por decisión, flaqueza, bobería, con el título de intelectual o el de diputado- expone al contagio que ya produjeron las Brigadas Rojas, la ETA, las Farc.



Escribe Peter Sloterdijk (¿Qué sucedió en el siglo XX?, Siruela, 2018): "Los crímenes no cometidos esperan a sus autores, así como las revoluciones no realizadas todavía esperan a sus activistas. Por ello, lo que el siglo XX conoció como 'gran política' -la expresión se retrotrae a Nietzsche- adoptó siempre la forma del gran 'buen crimen', en el caso de Lenin y Stalin lo mismo que en el caso de Hitler y Mao Tse-tung. […] El revolucionario es el buen criminal".

Sloterdijk -que estuvo en Chile en las pasadas semanas- es un filósofo sofisticado y rastrea el origen de esta anomalía hasta el Marqués de Sade, aunque solo se trata de caracterizar lo que Hobsbawm denominó "el siglo de los extremos". El fenómeno no es tanto la aparición de líderes o revolucionarios criminales, sino el embobamiento con que los contemplan algunas gentes de conductas normales, que de pronto resultan ciegas a "la vulgaridad y la barbarie", como dijo Thomas Mann acerca de Hitler. Hay en esa admiración un formidable desplazamiento: los deseos propios están contenidos en el crimen del otro.

Galvarino Apablaza, el "comandante Salvador" del FPMR, vive en Argentina, donde tuvo el amparo de los Kirchner. Su extradición ha sido autorizada por la Corte Suprema y el Presidente Macri ha prometido que la cumplirá. ¿Lo hará? A diferencia de sus compañeros, Apablaza no está convocado para cumplir una condena, sino para defenderse en los tribunales de la acusación de ser el líder intelectual del asesinato del senador Jaime Guzmán. No quiere correr ese riesgo. Prefiere vivir a salto de mata y sabe que, aunque el PC lo defienda, ya nadie lo considera un buen criminal.

En este punto falta un enlace.

El siguiente, Mauricio Hernández Norambuena, el "comandante Ramiro", está convencido de que es un militar, aunque no lo fue más que para el FPMR. Está preso en Brasil, en el tenebroso penal de Catanduvas, pero no por el asesinato de Guzmán, sino por secuestrar al empresario Washington Olivetto, en el marco de un negocio de secuestros que, según él, era para financiar al Ejército de Liberación Nacional, la guerrilla más cerril de Colombia. A diferencia de Apablaza, Hernández Norambuena sí está condenado en Chile por el asesinato de Guzmán y también por el secuestro de Cristián Edwards. Hace unos años, antes de morir, la madre de Guzmán pidió al gobierno chileno que requiriera la extradición de Hernández Norambuena, por "razones humanitarias", para librarlo del infierno brasileño. Él también desea volver, sabiendo que viajaría de cárcel a cárcel: para él, la justicia chilena es algo menos mala que la que vive.

Enrique Villanueva Molina, el "comandante Eduardo", cumple una pena de cinco años en libertad vigilada por ser parte del grupo de comandantes del FPMR en el momento del asesinato de Guzmán. Es improbable que estuviera preso si no fuera por el océano de información que proporcionó Hernández Norambuena.

Raúl Escobar Poblete está preso en México por secuestros reiterados desde 2007 en adelante. Los dineros de estos rescates no tienen destino político (alguna vez insinuó que algo se iría a las Farc): son delitos puros y duros, que terminan cuando a una mujer le cortan un dedo como "prueba de vida" y, al parecer, se meten con ello en un lío político local. Escobar Poblete también está condenado en Chile como autor material del asesinato de Guzmán, además de otros crímenes, y se fugó en 1996. El juez de Guanajuato autorizó su extradición, pero otras autoridades exigen que antes pague los delitos mexicanos.

En cuanto Escobar Poblete fue capturado, salieron de México su expareja y madre de dos hijos Marcela Mardones, y su amigo y compañero de correrías Ricardo Palma Salamanca y su pareja, Silvia Brzovic, todos a Cuba. En Cuba, ese hoyo negro para la policía internacional -no tanto para la chilena- reciben ayuda y protección.

Poco más tarde, Marcela Mardones, acusada como ayudista en el asesinato de Guzmán, regresó a México sin sus hijos, abordó varios aviones, aterrizó en Buenos Aires, tomó un bus y cruzó a Chile por el sur, posiblemente sabiendo que la PDI venía detrás suyo. El juez Carroza le dio una condena de cinco años. Su entrega casi voluntaria sugiere una voluntad de dejar algo atrás, un gesto razonable para rehacer una vida.

Palma Salamanca y Silvia Brzovic dejaron Cuba el año pasado con documentos falsos en un avión Air France. En París fueron acogidos en un circuito político que les permitió tener acceso a un abogado cercano al expresidente Hollande. Hace unas semanas consiguieron que un organismo del Estado, no un tribunal, los acogiera como perseguidos, según la "doctrina Mitterrand", que en los 80 estableció que los autores de crímenes políticos tendrían refugio en territorio francés si se portan bien; así protegió a los asesinos del primer ministro italiano Aldo Moro, de las Brigadas Rojas, y a numerosos pistoleros de la ETA vasca, el IRA irlandés y la Baader-Meinhof alemana.

Palma Salamanca fue juzgado y condenado en Chile por el crimen de Guzmán y los mismos otros delitos de Escobar Poblete; es un preso prófugo, no tiene juicio pendiente. En México es requerido por secuestros.

Brzovic no ha sido juzgada y en Chile está acusada solo del secuestro de Edwards.

Hilacha adicional es Emmanuelle Verhoeven, una francesa que ha escapado de dos extradiciones, una desde Alemania, otra desde India. En ambas intervino el gobierno francés. Su último empleo, en el Ministerio de Defensa francés, refuerza la tesis de que se trata de una agente múltiple del espionaje europeo que en los 80 vino a ayudar al FPMR.

El enlace que falta es Raúl Gutiérrez Fischmann, "el Chele", que habría dado la orden a Hernández Norambuena para asesinar a Guzmán justo en el momento en que el FMPR realizaba una consulta para decidir su línea futura. "El Chele" es padre del nieto mayor de Raúl Castro. No se concibe en Cuba que un personaje de esa posición no cuente con la anuencia de su gobierno para actuar en el exterior: si dio la orden para un magnicidio, tuvo que tener un guiño de la gerontocracia cubana, eternamente interesada en polarizar a la izquierda chilena. Y ¿quién pudo facilitar la entrada y salida de Palma Salamanca y Brzovic, quién pudo recibir a los hijos de Escobar Poblete y Marcela Mardones, quién pudo elaborar la protección de los ya no-héroes del FPMR?

En esta historia, con toda su trama de delitos y delaciones en varios países, se engarzan los admiradores de los buenos criminales, los seguidores del asesino justo, que solo pueden alojar en un Chile vengativo, dispuesto a aprobar el homicidio si el muerto es Guzmán, como antes hubo un Chile oscuro encantado de hacer lo mismo si el muerto era Miguel Enríquez. La idea del buen criminal es siniestra, la encarne un sujeto o un Estado: ahora es más claro que hace medio siglo. Acercarse a ella -por decisión, flaqueza, bobería, con el título de intelectual o el de diputado- expone al contagio que ya produjeron las Brigadas Rojas, la ETA, las Farc. Es una pústula. Y la izquierda chilena -"vieja" y "nueva", en esto no la distinguirá ni Cristo- la roza cuando la gana la condescendencia con Maduro, los Ortega o la orquesta de Palma Salamanca.R

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