Columna de Héctor Soto: La agonía y el éxtasis

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Una manera diplomática de plantearlo, y de no responder a los interrogantes de fondo, es decir que al segundo gobierno de Bachelet le sobró una semana. Está bien, el balance habría sido menos malo. Pero aterra pensar que el timón del barco estuvo a cargo de una mente tan confundida por ansiedades.



Puede parecer demasiado dramática y, sin embargo, la pregunta es pertinente: ¿Hasta qué punto tiene que llegar la descomposición de un gobierno para tener una semana como la última de la Presidenta Bachelet en La Moneda? ¿Se trata de un problema de la coalición, que simplemente no estaba funcionando, o se trató de un problema de la Mandataria? Los antecedentes entregados por el ex ministro de Justicia hacen ver que, aparte de haber un caos alrededor de la Presidenta, ella tampoco estaba conectando bien con la realidad.

Una manera diplomática de plantearlo, y de no responder a los interrogantes de fondo, es decir que al segundo gobierno de Bachelet le sobró una semana. Está bien, el balance habría sido menos malo. Pero aterra pensar que el timón del barco estuvo a cargo de una mente tan confundida por ansiedades, pequeñeces y gestos postreros, no para resolver los problemas del país, sino para intentar salvar, desde sus particulares perspectivas, su propio pellejo ante la historia.

Es un poco obsceno enterarnos de que el tema que sacó a luz tales miserias haya sido la cárcel de Punta Peuco. Y lo es porque es un asunto muy doloroso tanto en el mundo de los derechos humanos -víctimas, familiares y organizaciones- como para el círculo de los militares recluidos en el penal, muchos de los cuales probablemente no estarían allí si sus superiores hubiesen tenido en el momento oportuno el coraje de reconocer y de asumir las responsabilidades políticas y penales que les cabían por las operaciones represivas que ordenaron.

Con estos asuntos no se juega. En estos temas es de mal gusto jugar al misterio ("quedan cinco días, yo no anuncio nada por la prensa, ahí se verá"). Y es simplemente una insensatez usar la expectación no para satisfacer demandas que son sentidas, sino simplemente para cortarle la respiración al país por un rato, poner cara de conexión con el más allá y ganar por unos minutos un protagonismo patético o espurio, que por lo demás la cronología republicana ya le estaba quitando. Todo muy triste, porque cualquiera hubiera sido la decisión de la Presidenta, cerrar el penal o no cerrarlo, ella sabía positivamente que a esas alturas no iba a tener ningún efecto real aparte del mediático.

Así las cosas, ahora hemos venido a saber que el gobierno de Bachelet, en rigor, había caído en la inoperancia absoluta mucho antes y que esa apariencia de gobernar hasta el último minuto era simplemente impostura, narcisismo y bluf. La Nueva Mayoría, es verdad, no tuvo nada que ver en esta comedia final; sin embargo, no fue porque La Moneda la hubiera dejado al margen de sus disyuntivas, sino simplemente porque en esos momentos ya había dejado de existir. Solo un testimonio al respecto: el candidato suyo y del continuismo, el candidato que la había representado en segunda vuelta, estaba en un proceso de devaluación política fulminante, con pocos precedentes en la historia política reciente y terminó esta semana mezclando sus opiniones sobre el conflicto chileno boliviano sometido a la Corte de La Haya en la actualidad con una inoportuna referencia al intercambio de mar por territorio. Si esa era su mirada sobre un tema tan sensible para nuestra política exterior, da hasta vértigo pensar de la que nos salvamos.

Tal vez por puro efecto comparativo, el segundo gobierno de Piñera empezó bien. En lo básico, cero falta. Se diría que hasta fue una semana excepcional y regalada: sin faroleo mediático, con una precisa determinación de rumbos y con bastante más responsabilidad política. El Presidente realizó un encuentro con las dirigencias de su coalición en Viña del Mar y lo que el país vio allí fue un cambio de discurso que la ciudadanía estaba pidiendo a gritos. Vio también un conglomerado entusiasta y ordenado, no suficiente, desde luego, para darle gobernabilidad al país, aunque sí para construirla a pulso en torno a unos cuantos consensos razonables. Como insumo inicial, para los tiempos que han corrido, no está mal.

Qué duda cabe, por supuesto, que el partido de fondo todavía no empieza. Hay efectivamente en la sociedad chilena y en el arco político tensiones que son muy agudas y que, con o sin movimiento social, igual se van a manifestar. Pero un gobierno responsable no puede vivir aterrado o inmovilizado por el cuco de la efervescencia social. Los recursos no son ilimitados y lo importante es que la gente sepa que todo lo se lleve un sector dejará de llevarlo otro cuyas necesidades a lo mejor son tanto o más atendibles. La apuesta del gobierno es priorizar a los sectores que son más vulnerables, pero eso es más fácil decirlo que aplicarlo. El gran talón de Aquiles de los países de ingresos medios en trance de modernización es la pérdida del sentido de lo colectivo y la hipertrofia del individualismo, tanto en el plano personal como sectorial. Restaurar esa dimensión, si es que alguna vez la tuvimos, y traducirla a una suerte de proyecto nacional, no será fácil, pero el gobierno tiene razón de que sería menos difícil conseguirlo -por ejemplo, entre varias otras urgencias- en materias como la protección a la infancia o en un acuerdo transversal por la seguridad ciudadana. A nadie le conviene que estos problemas se sigan arrastrando.

Gobernar significa, en definitiva, mantener el foco en eso, en lo que es importante y en lo que es posible. No hay margen alguno para que los gobiernos puedan llevar al país un centímetro más allá de lo que los ciudadanos quieren. Y no hay otro modo de superar esta restricción que con el trabajo persuasivo y movilizador que entrega la política. Por eso, esta vez el trabajo político para Piñera es clave. El Presidente entiende que el país da para más. Y que tendrá que compartir mejor con la gente su confianza en que, a pesar de todo, podemos más.

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