Columna de Rodrigo Vergara: Mirando al futuro


Desde la Crisis Financiera Global de 2008-2009 no se observaba tanto optimismo en materia económica en el mundo. Las principales economías del planeta han sorprendido positivamente con crecimientos por sobre los estimados. Estados Unidos toma fuerza, lo mismo que Europa, y Japón se ve mucho mejor que lo esperado. En el mundo emergente las noticias no desentonan. China se ha mantenido creciendo cerca de 7% e incluso América Latina, tan golpeada en 2015 y 2016, crece a tasas que, aunque aún son bajas, están acelerándose. Las tasas de desempleo se reducen y la cifra alemana hoy es la más baja desde la reunificación, mientras que en Estados Unidos es la menor en más de 15 años.

En estricto rigor, en los últimos años el crecimiento mundial no fue tanto menor que el que se tuvo en 2017 y el que se espera para 2018 (3,4% en promedio entre 2012 y 2016, versus 3,7% en 2017 y 2018), pero entonces era usual que alguna región del mundo tuviera problemas y que ello afectara las expectativas. Hoy la recuperación se ve más coordinada en el sentido que se percibe mayor dinamismo en el mundo en general. Elegí el período de cinco años, desde 2012 a 2016, porque en ese tiempo me tocó presidir el Banco Central y en tal calidad asistir a los principales foros económicos del mundo. No recuerdo que durante ese tiempo haya habido un momento de mayor optimismo que el actual. Los problemas en Europa, la deuda china, la recesión en América Latina y otros siempre ensombrecían el panorama global. Mal que mal se había pasado por la peor recesión global en 80 años y era difícil pensar que la recuperación sería rápida.

Pero ¿significa esto que no hay riesgos para la economía global? Por supuesto que no. Los hay y variados. Entre otros, se puede mencionar que el fuerte aumento en el precio de los activos podría revertirse, que el cierre de brechas de capacidad podría llevar a una mayor presión inflacionaria y a alzas más rápidas en las tasas de interés en el mundo, que el endeudamiento en China sigue siendo preocupante, y que siguen existiendo conflictos geopolíticos de envergadura. Aún así, estos riesgos parecen menos apremiantes que los de los últimos años.

¿Y en Chile?

El mayor dinamismo externo, más el alza en el precio del cobre, qué duda cabe, tienen un impacto positivo en la economía nacional. Una economía pequeña y abierta como la nuestra depende, en parte, de lo que pasa en el resto del mundo. Los últimos datos de actividad dan cuenta de un mayor dinamismo, aunque aún lejos de lo que podríamos definir como satisfactorio y todavía por un período demasiado corto para poder hablar de una recuperación sostenida.

Para aislar el efecto del crecimiento mundial, una opción es ver cómo nos va en relación al mundo. Es destacable que desde el retorno de la democracia Chile ha crecido, por lo general, más que el resto de los países. No obstante, eso se interrumpió en estos últimos cuatro años, en que nuestro crecimiento fue de apenas algo más de la mitad que el del resto del planeta, muy inferior al de los cuatro años previos, donde se creció 30% más que el mundo. De ahí que naturalmente surja el argumento de que algo no hicimos bien esta vez. Las políticas públicas no fueron las adecuadas para mantenernos creciendo por arriba del mundo, incluso considerando que éste se desaceleró.

Así, entonces, es evidente que en el ciclo el escenario externo importa, pero también es evidente que no es lo único, ya que las políticas públicas que se implementen son tanto o más relevantes. Más aún, lo que hagamos internamente define la trayectoria de la economía no sólo en el ciclo, sino también, y lo que es más importante, en el largo plazo. Lo que pase con la economía internacional no lo controlamos, pero sí manejamos nuestra políticas internas. En la medida en que diseñemos e implementemos buenas políticas tendremos buenos resultados.

El notable desempeño de la economía nacional desde mediados de los 80 hasta 2013 no se explica por un escenario externo particularmente bueno, de hecho no lo fue, sino porque se hicieron bien las cosas internamente. En este sentido, lo más negativo de los últimos años, más que la modesta tasa de crecimiento, es la caída en alrededor de dos puntos porcentuales en la capacidad de crecer a largo plazo. Ello es preocupante, porque, de no revertirse, compromete nuestras posibilidades de desarrollo futuro.

En síntesis, es cierto que era inevitable que el escenario externo más deteriorado nos afectara, pero también lo es que ello no alcanza para explicar la profunda desaceleración y la baja del crecimiento potencial que ha tenido nuestra economía en los últimos años. La buena noticia es que si logramos consensos y aplicamos buenas políticas, estamos a tiempo de revertir el pobre desempeño reciente y acelerar nuestro crecimiento potencial. La tarea no es fácil y tomará tiempo, pero es lograble.

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