Columna de Fernando Villegas: El Gran Inquisidor

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Estos personajes declamatorios pretenden meternos por el gaznate cada una de sus pobres regurgitaciones.



El señor Elizalde, hoy a cargo de una colectividad que conoció tiempos mejores y hasta gloriosos con los Clodomiro Almeyda, Aniceto Rodríguez, Allende y Pedro Vuskovic, todos inteligentes (pero no olvidéis que los caminos del Señor son inescrutables) está experimentando una placentera transformación: a ojos del progresismo su imagen ha ido mutando desde la del villano que habría urdido el asesinato político de Lagos a la actual, algo más decente, del "hombre duro" del momento al servicio de la Gran Causa del regreso al poder y a los pitutos. Es el resultado de su esmero por representar el papel de Fiscal de la Probidad Pública, Censor a tiempo completo, Inquisidor y labrador de frases que, en su autoestima, debe considerar prodigios de ingenio. Es, dentro de la jauría socialista, el que por ahora ladra más fuerte.

Una de sus frases más recientes fue aseverar que el Estado "no es una agencia de viajes". Se refería al tour escolástico del ministro de Hacienda a Estados Unidos, caso al cual la oposición se ha asido con la desesperación de quien se ahoga y aferra a un clavo ardiente. No habiendo ideas, no habiendo "autocríticas", no habiendo programas y lo peor de todo, no habiendo cargos ni nada que les permita dar una prueba de vida, recurren al anecdotario político, a lo que dijo fulano o zutano, a la nominación de un hermano del Presidente, al viaje del ministro o al costo de un televisor. Hay que sacarle provecho a lo que haya y tocar el timbre en Contraloría, golpear la puerta en el TC, presentar demandas judiciales, hacer declaraciones y poner caras de Santos Varones.

Self-righteousness

A propósito de Santos Varones, los pueblos de habla inglesa usan la expresión "self-righteousness" para denominar la actitud de quienes se consideran iconos y custodios de todo lo que es justo y correcto. En los diccionarios Inglés-Español la definición no es muy amable: santurronería farisaica. A propósito de dicha actitud y en una columna en el New York Times el profesor de ciencias políticas de la Universidad de Virginia, Gerard Alexander, tuvo a bien poner en conocimiento de los santurrones que "no son tan listos como se lo piensan".

No es que Alexander transite por la vereda del conservadurismo, sino al contrario, echó al vuelo las campanas de alarma porque teme que Trump podría ganar la reelección si los "liberals", que hoy hacen nata en las universidades, el Congreso, la prensa, la TV y en Hollywood continúan provocando resentimiento en todos a quienes imputan como racistas, fascistas, sexistas, homofóbicos, reaccionarios, etc. Según Alexander, durante la campaña presidencial ese desdén abarcó a millones de norteamericanos, entre ellos a muchos que habían votado hasta dos veces por Obama, pero que esta vez, sintiéndose menospreciados, reaccionaron votando por Trump. El "liberal", arguye Alexander, se cree intelectualmente superior al ciudadano común e imagina saber siempre qué es lo justo y adecuado, actitud intolerable que provoca reacciones contrarias a su agenda. En eso consiste su falta de listeza.

Autocomplacientes y cachetones

De todo eso en Chile sabemos bastante, quizás más que suficiente. No sólo abundamos en iluminados (as) que creen tener en sus manos la agenda del progreso de Chile, sino además en los últimos cinco a 10 años hemos visto la emergencia masiva de gente no solo dada a dicha santurronería farisaica, sino además complacientes en su ignorancia porque ignoran que lo son. Su inanidad no los contiene; ¿acaso queda algún ítem valórico, político, histórico, racial, sexual, ideológico o religioso en que no estén presentes? A los académicos de moda evacuando letárgicos papers o fatigosas columnas de opinión ahora se han sumado quienes jamas se interesaron en esos temas, ni siquiera sabían que existían y de los cuales no han leído ni menos estudiado nada. No importa; todos por igual, la gran mayoría en estado de glorioso analfabetismo, se suben al vociferante bus del paseo de curso y entonces somos estupefactos testigos de cómo simples colegiales, oscuros políticos y políticas de la vertiente progre, súbitos "liberals", hombres y mujeres ancla de la televisión, actores y actrices de teleseries y un Gran e innumerable Elenco de partiquinos disertan sin fin pero también sin inteligencia. El boleto del bus está al alcance de cualquiera: basta poner los ojos en blanco y sentirse la sal de la Tierra. ¿No consiste en eso la self-righteousness?

A diferencia del "autocomplaciente" de hace 15 años, figura algo fastidiosa pero al menos no intrusiva, estos personajes declamatorios no solo rechazan todo lo que existe y tienen Los Diez Mandamientos para todo lo que aun no existe, sino además pretenden meternos por el gaznate cada una de sus pobres regurgitaciones. Son agresivos, ruidosos, histriónicos y pagados de sí mismos y con eso instantáneamente revelan que sus posturas derivan menos de la reflexión que de la emoción. Son, en suma, lo que otrora se llamaba, sin tanta delicadeza, cachetones hinchapelotas.

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