Arauca, el nuevo territorio de la paz en Colombia

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Han pasado 18 meses desde la firma del tratado de paz entre el gobierno colombiano y las FARC. Este acto histórico ha sido para Arauca un renacer a los secretos de su cultura y biodiversidad que ahora reciben a quienes llegan a esta ciudad llanera fronteriza con Venezuela. El turismo se abre paso después del horror.


Son las 5:30 de la mañana y el sol ha despuntado hace un rato. Las calles de Arauca, en la región de los llanos colombianos, están llenas de gente que pareciera haber esperado con ansias el amanecer para invadirlas. Escolares, trabajadores tomando "tinto" -el café matinal puro- ofrecido en pequeños puestos callejeros y cambistas de dinero se entrelazan en las panorámicas que vemos desde un auto en movimiento.

Todo es tan tranquilo que cuesta imaginarse que esta ciudad de 200 mil habitantes, ubicada en el extremo oriental de Colombia, haya sido uno de los epicentros de la guerra fratricida entre el gobierno, las FARC, el ELN y los comandos paramilitares. El miedo, compañero constante durante casi cinco décadas, lentamente se ha ido disolviendo.

Luego de un año y medio de este período de "postguerra", las sonrisas han vuelto a reaparecer. Una de ellas está tatuada en el rostro de Jhon Edison Álvarez (29) al darnos la bienvenida en el sendero Monserrate-Clarinetero, distante a sólo 5 kilómetros de Arauca. El joven, junto a Leidy Blanco (17), son parte de Arauca Birding, una asociación de guías locales y anfitriones de uno de los tesoros de este departamento: sus aves. Este lugar, ribereño al río Arauca -tributario del gran Orinoco-, es el hogar de más de 400 especies de pájaros.

No es necesario meterse en la espesura del bosque seco tropical. Comenzamos a recorrer un despoblado callejón de tierra, a las 6 a.m. de un día nublado y caluroso. Jhon dice que de niño le gustaron los bichos y los pájaros. Que todo partió como un hobby que ahora lo llevará a estudiar Biología en la universidad y que la ruta por la que vamos era imposible de transitar un par de años atrás: "Esto antes era todo de las FARC". Nadie caminaba por ahí si valoraba su vida y curiosamente el efecto de esta permanencia guerrillera provocó que el ecosistema se mantuviera a salvo. No es un dato más: sólo se conserva el 8% del bosque seco tropical de Colombia. Es paradójicamente bizarro atestiguar que la guerra salvó a la selva.

La vista de Jhon es mejor que la de nuestros binoculares. A 200 metros es capaz de identificar una especie, dar el nombre científico y las características del ave: "Ese perico es una Aratinga pertinax… la garza de allá una Eurypyga helias", dice sin chistar. En otro punto señala una especie de gallina con cresta punk que pende de un árbol y recita: "Es una Opisthocomus hoazin o más conocida como Pava Hedionda, un ave que tiene orígenes prehistóricos". Uno de nuestros acompañantes piensa en voz alta: "No sé si es fea, exótica o linda".

El viaje, luego de cuatro horas, cambia el trekking por una pequeña canoa a motor sobre el río Arauca. Dicho afluente divide el territorio, mediante una línea imaginaria. De un lado, Colombia; del otro, Venezuela.

Uriel Roa, dueño de este navío para 40 pasajeros, nos lleva a ver las "toninas". La Inia geoffrensis, o delfín rosado de agua dulce, está en peligro de extinción, sin embargo, media docena de lomos aparecen una y otra vez a contracorriente. Roa cuenta: "El río es la vértebra de Arauca, antes de existir una carretera todo pasaba por sus aguas. Soy su amante".

Día 2: De la coca al cacao

Nuevamente son las 5:30 a.m. Nos dirigimos hacia Arauquita, a 100 km de Arauca. Esta ruta, hasta hace poco tiempo, era una de las más peligrosas por el inevitable encuentro con puestos de control de la guerrilla. Aunque eso ya es pasado, un par de batallones del ejército aún custodian a quienes pasan o vuelven por acá.

Arauquita fue famosa por sus cultivos de plantas de coca y hoy es reconocida por la espléndida producción de cacao que ha ido reemplazando en los campos a la polémica hoja. Arauquita era uno de esos lugares "duros", donde casi todas las familias fueron víctimas de la lucha armada. Sus habitantes han tenido que aprender a vivir y reconciliarse. O al menos intentarlo. Elizabeth Agudelo (55) sabe bien de esto.

La finca Villa Gaby huele a chocolate. Sus 14 hectáreas cuentan con más de 1.500 árboles con diferentes clases de cacao que, desde hace seis años, Elizabeth trabaja con amor. Ella representa a la tercera generación de cacaocultores y cuyos méritos la llevaron a ser reconocida el 2017 en el Salón de Chocolate de París, Francia, como el mejor cacao de Colombia. Desde hace un año su casa-finca está abierta al turismo, entre monos aulladores y tucanes.

Hace una década, Elizabeth se tuvo que ir de Arauquita por la cercanía de la violencia. Volver ha sido un ejercicio para reconciliarse con su propia historia. Vecina de un ex comandante de las FARC, durante el recorrido -que termina con muestras de la creación de su propio chocolate- explica su filosofía: "Busco compartir este conocimiento. Somos la semilla para que otros continúen, ese es nuestro aporte al proceso de paz".

A pocos kilómetros de acá y frente al río Arauca, la bella sonrisa de Yasmín Comas (46) es tan contagiosa que es imposible no sonreírle de vuelta. En la finca Kakaua abraza con fuerza a un enorme cedro de más de 50 metros, en un rito en que invita a los visitantes a dar gracias a la madre Tierra. El tesón de esta mujer, junto a su esposo, Gerardo Peña, en sólo cuatro meses los ha llevado a un explosivo éxito junto a sus 4.500 plantas de cacao. Pero la historia no ha sido fácil.

Yasmín, hija de un cacaotero sindicalista que estuvo preso, tuvo que desplazarse de manera forzosa dos veces en su vida debido a la guerra. Debió dejar todo. Arauquita fue un renacer para la pareja y sus tres hijos. Y el cacao transformó sus existencias.

Esta ingeniera agrónoma empezó de abajo usando los "abortos del cacao" -que son cascarones similares a un ají pequeño- para hacer artesanías, descubrimiento que de paso mejoró el proceso fitosanitario de las plantas en un 40%. Cuando quiso venderlas como aritos o collares pintados a mano, se burlaron de ella, pero persistió. Sus investigaciones, basadas en técnica y en conocimientos ancestrales, la llevaron a utilizar las pepas del cacao como medicina natural para la menopausia; a crear té de cacao con propiedades antioxidantes; aceites para la piel o el misterioso "champurreado": un elixir de origen mexicano que, según Gerardo, arregla cualquier problema sexual. Eso sumado a mucho chocolate y a las hojas de la planta de cacao que se usan como platos para servir el almuerzo.

El éxito de su empresa, que ofrece recorridos guiados a los visitantes de un par de horas, provocó que Yasmín encabece una cooperativa que representa a 26 productores locales que trabajan en base a un proyecto autosustentable. Aunque todos los miembros tienen historias diferentes, todos sufrían también de uno de los efectos más potentes de lo que dejó el conflicto: la desconfianza hacia el vecino. La cooperativa, que ya exporta barras de chocolates por Colombia, aportó algo fundamental, como explica ella: "Volver a trabajar en equipo es hacer real a la paz".

Día 3: Los llaneros también cantan

"Soy veloz, tengo mucha energía y corro como un gato", dice Felipe, el único nieto de Henry García (55), mientras se agita, salta y es la felicidad de los ojos de su abuelo. Juntos nos reciben en la finca Campoalegre, a 40 minutos de Arauca y en pleno campo. La cultura llanera, los "huasos" con sombreros cowboys que viven en esta plana región compartida por Colombia y Venezuela, sigue viva a pesar de las transformaciones modernas.

Son las 7 a.m. y en la finca de don Henry no hay señal de internet ni de celular. En su casa, a la que llegan los visitantes, se cocina a leña mientras en el patio se alimenta a las gallinas. La vida de los llaneros se hace a pies descalzos, con café "cerrero" y cantando. Sí, el canto es parte de su impronta a tal punto que es considerado como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde el año pasado.

"Cantamos para relajar a las vacas al momento de ordeñar. Las letras se nos van ocurriendo según el nombre del animal", cuenta Henry, mientras uno de sus jóvenes ayudantes coloca la "totuma", un cuenco de madera, donde irá la leche fresca. El canto a capela no es afinado, pero es auténtico. En la soledad de las llanuras de Arauca es usado durante el arreo del ganado, en el proceso de amansamiento o cuando hay que pasar la noche en vela cuidando a los vacunos. Con más de dos siglos de tradición, estos cantos se han heredado por generaciones, pero con la industrialización agrícola pareciera condenado a la extinción.

Los entonados versos resuenan en el aire mientras montamos a caballo y somos divididos en equipos de trabajo para llevar a las vacas a pastar. Parece documental de Nat Geo, pero la tarea se toma con seriedad y a varios nos toca cantar pícaras estrofas que terminan con gritos de alegría. Pasamos cerca de pequeñas lagunas donde aparecen "babas" o caimanes de anteojos, que calientan su anfibia sangre cuando el sol se eleva.

Al volver, las mujeres de la casa sirven un abundante almuerzo con sendos platos atiborrados de carne, pescado guisado, plátanos fritos y arroz. Se come bajo la modalidad llanera: todo lo que uno pueda y/o quiera.

Como el gato que siente, Felipe -el nieto de don Henry- corre para invitarnos a participar en los juegos tradicionales de esta zona de Arauca. Bolas de acero que caben en una mano sirven para el "boliche": se disputa entre dos equipos y gana quien queda más cerca de una pequeña canica. Luego es el turno del extrañísimo "gallo alemán": dos personas, con las espaldas al suelo, se desafían para voltear al oponente usando sólo las piernas mediante contorsiones y llaves. Don Henry le gana al más fuerte de sus ayudantes y estallan los gritos de júbilo y las risas.

En la finca Campoalegre pareciera que los conflictos bélicos de Colombia fueran una historia de otro lugar y que esta armonía nunca se hubiera quebrantado. Es la misma imagen que nos queda en la retina de Arauca estilo 2018. Una tierra que renace de las sombras, buscando la luz con las manos abiertas.

A tener en cuenta

*La USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), la Cancillería de Colombia y la Fundación Creata se han unido para potenciar y difundir la riqueza de los llanos orientales y, con ello, potenciar el proceso de paz. Eso pasa por generar espacios de reconciliación, confianza, cooperación y articulación entre los actuales y potenciales actores del turismo en los municipios de Arauca y Arauquita. Mayores informaciones del programa en: www.araucaunica.com

*Vuelos desde Bogotá a Arauca: www.satena.com

*Dormir: Hotel Punta Arena, en pleno centro y muy cómodo. www.hotelpuntaarena.com

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