Caiozzi tiene su propio pueblo en Chiloé

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Caiozzi trasladó cerca de 16 casas a su terreno. bautizará al pueblo como Weltún (Crédito: Andrea Films Internacional).

"Y de pronto el amanecer" es la película más ambiciosa en la carrera de Silvio Caiozzi. No sólo dura más de tres horas y se ambienta en distintas épocas. Para filmarla, trasladó una docena de viejas casas de madera y levantó un pueblito en un terreno que compró frente a Castro, en Chiloé. Fueron seis meses de rodaje, luchando contra un clima impredecible.


Silvio Caiozzi se imaginó un pueblo al fin del mundo. Lo fue a buscar a Chiloé, pero no lo encontró. El Chiloé de su cabeza, que conoció en los años 70, era el de las casas antiguas con tejuelas de alerce. Ese Chiloé se había esfumado cuando volvió a recorrer la isla, hace seis años, en busca de locaciones para su nueva película, Y de pronto el amanecer, la historia de un periodista que después de 40 años regresa al pueblo de su infancia.

Quedó espantado con lo que vio. Construcciones de zinc y cemento habían reemplazado a las viejas casas de madera. Otras apenas sobrevivían, abandonadas a su suerte. Diez años antes, cuando aún no se le pasaba por la cabeza filmar esta película, Caiozzi y su socio de entonces, Orlando Salazar, habían comprado un terreno de 22 hectáreas en un sector conocido como Punta Pello, en la península de Rilán, frente a Castro.

Su plan era realizar una inversión inmobiliaria. Nada más. Pero en ese viaje, parado en un lomaje de Punta Pello desde no se ve Castro, Caiozzi supo que había encontrado ese pueblo al fin del mundo.

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Y de pronto el amanecer es el regreso de Caiozzi (1944) tras un largo silencio. Desde Cachimba, hace 14 años, que no estrenaba una película. Esta vez quiso alejarse del universo de José Donoso, que exploró en títulos como La luna en el espejo (1990) y Coronación (2000). Su inspiración llegó de la mano de otro escritor chileno, Jaime Casas. Tras leer varios de sus libros y su retrato de la Patagonia, hace diez años lo acompañó a su ciudad natal, Coyhaique. Ese viaje fue la chispa de esta nueva película.

Así nació el protagonista, Pancho Veloso (Julio Jung), periodista y escritor que vuelve a su pueblo natal y se reencuentra con Miguel (Sergio Hernández) y Luciano (Arnaldo Berríos), sus amigos de la infancia. Pancho comienza a rememorar el pasado, y por eso la historia se traslada a varias épocas, pasando por su niñez a fines de los 40, su juventud en los días del golpe militar, hasta llegar a la actualidad. "Es el desafío más grande de mi vida", reconoce el cineasta, sobre los retos que implicó filmar esta historia.

En un inicio Caiozzi quiso rodar la película en Caleta Tortel, en la región de Aysén, pero pronto, por razones de producción, tuvo que desechar la idea de filmar en un lugar tan aislado. Ahí fue cuando se le ocurrió que Chiloé sería un buen lugar para ambientar una historia situada en un pueblo al fin del mundo.

Tras visitar la isla en busca de locaciones y ver varias casas abandonadas, a Caiozzi se le ocurrió trasladarlas a su terreno en Punta Pello, siguiendo la tradición chilota de las tiraduras de casa, conocidas también como mingas. En agosto del 2013 se inició el traslado de las primeras casas. Caiozzi dice que ésta es una costumbre en retirada en la isla, y que para hacerlo tuvieron que buscar a hijos de chilotes que alguna vez estuvieron a cargo de tiraduras.

Con ellos se asesoraron para trasladar las casas como se hacía antiguamente, colocando troncos cruzados en su interior para mantener firme su estructura. Pero si antes las tiraduras de casas se hacían hasta con 60 bueyes, hoy se trasladan con grúas y camiones. O también, como ocurrió en este caso, algunas llegaron navegando, guiadas por pequeñas embarcaciones. Para los chilotes, revivir esta tradición fue una fiesta. La gente salía al camino a despedirse de las casas. "Cuando trasladamos las casas, un señor siempre nos acompañaba con un acordeón. Nunca supimos cómo se llamaba", recuerda Caiozzi.

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El rodaje partió en agosto de 2014, en pleno invierno. Caiozzi tuvo que retrasar su inicio tras una enfermedad de su esposa, Guadalupe Bornand, quien también se encargó de la dirección de arte de la película. Meses antes de comenzar a filmar, Guadalupe y su equipo recorrieron la isla en búsqueda de objetos antiguos y vestuario de época. La respuesta de los chilotes fue más allá de todas sus expectativas. Muchos prestaron ropa de sus papás y hasta de sus abuelos.

Que la película haya sido íntegramente filmada en Chiloé hizo que todos en la isla la sintieran como propia, y que la ayuda llegara desde todos lados, desde las autoridades hasta la empresa privada, que aportó alojamiento (Cabañas Alcamar) y alimentación (Enjoy Chiloé) para el equipo. Si bien gran parte del elenco viajó desde Santiago, la mayoría de los niños que interpretan a los amigos de Pancho Veloso durante su infancia fueron elegidos en un casting que se realizó en la isla.

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Caiozzi en pleno rodaje (Crédito: Andrea Films Internacional).[/caption]

Fue un rodaje largo, de seis meses, con un equipo que llegó a reunir hasta 60 personas. Para los actores fue un lujo rodar en Chiloé, pero la principal preocupación de Caiozzi fue Arnaldo Berríos, actor de teatro y cine que murió poco tiempo después de filmar la película, a inicios de 2016. Cuando llegó al rodaje ya estaba delicado de salud. "Siempre pensé en él para esta película. Teníamos que filmar algunas escenas con lluvia, y para cuidarlo le hicimos un traje especial de goma". Berríos al principio se mostró un poco decaído, pero después deslumbró a todos con su actuación. "Cada vez estuvo mejor y demostró el gran actor que era. Todo el mundo lo cuidaba y él nos prohibía que paráramos. En mi opinión, es la mejor actuación que le he visto en su vida", dice el director.

El clima de Chiloé fue otro protagonista de la película. Caiozzi sufrió para filmar varias escenas. Una de ellas transcurre durante el cumpleaños de don Olegario, un veterano personaje del pueblo al que regresa Pancho Veloso, en que participaron cerca de 300 extras. Esa secuencia concluye con una vistosa puesta del sol, y pese a que el efecto final se consiguió en la posproducción, Caiozzi necesitaba filmarla en un día despejado. Cuando llegó el momento de rodar, el cielo estaba completamente nublado. Y de un momento a otro, sucedió. "El clima mágicamente nos ayudó", dice Caiozzi. Se destaparon las nubes, los pájaros comenzaron a volar y un sol de media tarde iluminó todo.

Como director de fotografía, necesitaba a un kamikaze. Alguien capaz de meterse al barro y de resolver problemas en las condiciones más extremas. Ese hombre era Nelson Fuentes, uno de sus colaboradores más antiguos. Lo conoció a inicios de los 70, cuando Caiozzi trabajaba en publicidad. Un día llegó a pintar el techo de su oficina un tipo flaco y curioso. Cuando vio la cámara, le preguntó cómo funcionaba y un sinfín de otras cosas. "Era un cabro apasionado. A los dos días era mi asistente de cámara", recuerda Caiozzi, que entonces se dedicaba a la dirección de fotografía.

Fuentes fue asistente de Caiozzi en Palomita blanca, de Raúl Ruiz, donde incluso improvisó un papel. Cuando Caiozzi se lanzó a dirigir, Fuentes fue su director de fotografía en cintas como Julio comienza en julio (1979) y La luna en el espejo. En Y de pronto el amanecer, Fuentes fue de nuevo su mano derecha. Una de las escenas más complejas de filmar fue una persecución que ocurre de noche en un bosque.

Una opción era filmar con lo que se conoce como la técnica de la noche americana. Se filma de día, a contraluz, se pone un filtro azul, y luego la película se subexpone, para lograr un efecto de noche. Por la complejidad de la producción, Caiozzi estaba dispuesto a hacerlo así, pero Nelson Fuentes se opuso. "Hagámosla creíble", dijo. Y así lo hicieron. La escena se filmó a 80 km de Castro, en un bosque alejado de cualquier fuente de electricidad y, tal como quiso el director de fotografía, de noche. Llevaron generadores para las luces y colgaron focos en los árboles. En un momento comenzó a llover y el vehículo que trasladaba al equipo de los eléctricos se hundió en el barro. Debieron pasar ahí toda la noche. Pese a su complejidad, la escena se filmó en apenas dos jornadas.

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"Uno se emborracha de tanta belleza", dice el personaje de Julio Jung en una escena de la película. A Caiozzi le pasó algo parecido. "Chiloé es una mezcla de belleza, pero con sorpresas. Las luces que hay en Chiloé cambian a cada hora. Después de una lluvia no hay uno, sino dos arcoíris. Yo he visto hasta tres".

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Caiozzi da indicaciones al protagonista de su película. Al fondo, casas típicas chilotas (Crédito: Andrea Films Internacional).[/caption]

Luego de conseguir hace unos meses el premio a Mejor Película en el Festival de Cine de Montreal, Caiozzi finalmente estrenará Y de pronto el amanecer en Chile el próximo jueves 12 de abril. Pero su llegada a salas no cierra el capítulo chilote para Caiozzi. Después de rodar la película, el director ha seguido trasladando casas a Punta Pello, y ya suma 16 construcciones.

Su idea es tomar dos hectáreas de su terreno y convertirlas en un centro turístico y cultural que rescate el patrimonio de Chiloé y que todas las casas, algunas centenarias, sean restauradas. Dice que tiene listo un plan arquitectónico para poner en marcha este proyecto, pero que lleva largos años de trámites para cambiar el uso de suelo del lugar, que actualmente tiene uso agrícola. El resto del terreno lo dejará para seguir adelante con su proyecto inmobiliario original, el cual asegura está en estos momentos en stand by.

Para Caiozzi, Y de pronto el amanecer es una película sobre el renacer de un personaje que al reencontrarse con su pasado se cuestiona toda su vida anterior. Con el rescate de estas casas, dice, también busca algo parecido. Ya ha restaurado dos, y espera que otras más vuelvan a la vida, para preservar una cultura que parece condenada a morir. Por eso ya tiene reservado un nombre para su villorrio, Weltún, palabra mapuche que alude a algo que vuelve a brotar.

Los chilotes nunca demuelen las casas. Simplemente las abandonan. A Caiozzi se le quedó grabada una frase que le repetían cada vez que preguntaba por esa costumbre. Siempre recibió la misma respuesta: "la estamos dejando caer". "No lo dicen, pero uno deduce que es por respeto a los antepasados. Cuando caen, las transforman en leña. Ahora me doy cuenta de que gracias a eso pude filmar la película".

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