Jorge Baradit

Imagen baradit2

Escritor, es hijo de un padre del mismo nombre que se fue de Chile cuando el autor de Historia Secreta de Chile tenía 13 años. Se instaló en Italia, iba a buscar trabajo, iba a ser temporal. Pero se transformó en su residencia definitiva, con otra familia.


Hola, papá, ¿cómo estás? Por acá bien, recuperándome de la operación. Ha sido increíble que me llamaras todos los días para conversar un ratito. Creo que nunca estuvimos tan cerca. No fue tu culpa que la economía se fuera a la mierda en 1982 y tuvieras que salir de Chile a trabajar en otro país. Después te fuiste quedando, apareció alguien y sin saber cómo tenías otra familia y yo un hermano chico italiano simpático y bueno para la pelota. Eso me alegró, tú eras una persona sencilla, trabajador, de asados y partidos de fútbol, de buena mesa, vino y risotadas. En cambio yo era un puerco espín con lentes, huraño y preocupado de platillos voladores, libros raros y gustos medio dementes. No te imaginaba acompañándome a la biblioteca, pero sí te vi llevando a Diego a entrenar todas las semanas, feliz con este lateral de ataque que te acompañaba al estadio. Quizá no estuvo mal separarnos, a los doce años era una bomba bien ordenadita, limpia y obediente. Pero lo que vino después me habría significado choques frontales contigo; bandas de punk rock malas ensayando en la casa, paredes enteras rayadas con frases raras, hilos, geometría mágica, signos ocultistas ridículos, tatuajes, piercings, dreadlocks y thrash metal, pasamontañas y el pueblo unido, panfletos y Rimbaud, agujeros en la pared, "actos poéticos" imbéciles, angustia y melodramas cósmicos bien llorados. Amigos muy piteados. Libros muy piteados.

Cuando un papá se va, uno queda con un gancho libre. Se pasa el resto de la vida enganchándose a otros para mantener el equilibrio. Eso ha resultado ser algo bueno. Un buen puñado de buenas personas han venido a sostenerme. Roberto es mi papá también, esa persona que uno sabe que se mataría por ti. Roberto Abara me mostró que el techo es otro, Arturo Murúa me convirtió en una persona, Roberto Andrade fue un hermano mayor que cumplió el rol de mostrarme a Pink Floyd y un montón de otras cosas imprescindibles. No te preocupes, nunca te he culpado por dejarme acá, otros te ayudaron, mi mamá te ayudó. Quédate tranquilo, los papás se equivocan. Al final lo único que importa es el cariño, esa pelotita tibia de energía que uno tiene adentro que se ilumina cuando me llamas y puedo escucharte, cada vez más viejo, cada vez más cerca, cada vez más adentro mío. Hasta que te quedes para siempre acá, conmigo.

Jorge

Para revisar los demás artículos de este especial pulse aquí.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.