Manuel Guerrero

Sociólogo, es hijo del profesor Manuel Guerrero Ceballos, quien junto a José Manuel Parada y Santiago Nattino fueron asesinados por la Dicomcar en 1985. Hoy estudia y vive en Suecia con su esposa y sus tres hijas.


Hola, papá:

Te cuento que estuvimos de aniversario, y ella la bella me obsequió una tarde de relajo: un masaje compartido tras una sesión de piscina. Un regalo bonito e inesperado, pues como pareja nunca habíamos vivido algo así.

Llegamos a un lugar que invita al cuidado y al respeto mutuo. En un ambiente de máxima intimidad, donde los sentidos son activados por aromas, aguas y aceites, recorrimos diferentes piscinas, hasta cerrar la actividad en una cálida habitación acondicionada para dos.

Nos recostamos cada uno en una camilla. Con complicidad nos miramos de reojo mientras sentimos iniciar el masaje en nuestras espaldas, cuello, hombros, cuero cabelludo y rostro. Pasado un momento se nos pidió diéramos la vuelta. Los dos quedamos boca arriba. Con una toalla tibia me cubrieron la vista. A oscuras, mientras mantenía la respiración regular, sentí cómo mi cuerpo cedía al relajo. Pero de pronto me vi recorrido por una sensación antigua que me estremeció.

Me encontraba semidesnudo sobre la camilla, sin poder ver. Esto lo reconozco, me dije. La sensación de estremecimiento transmutó a recuerdo de algo vivido. Pero no por mí. Mi mente llamó a la calma, a no confundir espacios y realidades, a no dejarme invadir por una experiencia radicalmente diferente a la que yo estaba asistiendo. Pero al saberme tendido con los ojos tapados, a pies descalzos, con la boca del estómago mirando hacia el techo, sin saber la rutina que seguiría, me sentí expuesto, indefenso. Como tú aquella vez.

¿Dónde estoy? ¿Qué viene ahora? ¿De dónde vendrá el próximo golpe? ¿Qué quieren de mí?

Con la respiración agitada me moví sobre la camilla y quien me masajeaba sintió mi tensión. Con destreza profesional aumentó la presión de sus dedos en puntos que consideró debía trabajar más para hacerme sentir mejor. Qué candidez, pensé. Cómo explicarle que la piel también tiene memoria. Que hay una historia de violencia política alojada en mi cuerpo con nudos transgeneracionales que no está en sus manos poder deshacer.

Pasado un momento, sin embargo, gracias a su amable y silente insistencia me encontré de regreso al aquí y ahora. Agucé el oído y reconocí la respiración tranquila de ella, la bella. Contigua a mí, vivía serena este momento de regalo amoroso para ambos. Es tu aniversario de bodas, Manuel, me dije. Respira y disfruta. Tienes derecho a ser feliz.

Vuelve las veces que quieras, papá. Eres siempre bienvenido con tu ternura, sueños y luchas. También con tus dolores y espantos. Por mí no te preocupes. Que con la ayuda de mis amigos he aprendido la ruta de regreso a la vida. Es un camino siempre abierto que no acaba en ti, ni en mí. Conduce a un nosotros en medio de los demás. Y a ella, la bella. La mujer clara que amo y me ama sin pedir nada. O casi nada, que no es lo mismo pero es igual.

Manuel

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