Mario Antonio Guzmán

Mario (en la foto) es periodista. Hijo de madre soltera y de un hombre que recién apareció en su vida cuando tenía 7 años. En 1994 fue la segunda y última vez que lo vio.


Señor Antonio Roco:

Soy su hijo aunque no llevo su apellido. Usted le pidió a mi madre que yo viniera a un Chile muy oscuro y extraño que por esos meses, a finales de 1976, se configuraba a punta de mentiras, sangre, fuego y brutal represión. Sin embargo, nací una noche de agosto en la que, según el relato de mi madre, fui el único hombre entre varias mujeres recién nacidas. Ella no pudo estar porque una sorpresiva apendicitis la llevó a un coma por semanas.

Debe ser de esos días que me gusta la "luz artificial".

Fui cuidado por varias enfermeras y amigas de mi madre. Ella, cuando despertó, preguntó por usted. Pero usted no sólo no estaba, sino que nunca llegó. Por lo mismo, mi mamá tomó la decisión de ir a registrarme como "Guzmán Guzmán". Eso marcó mi vida hasta hoy. Por años fui "hijo natural", aunque para los más indolentes era "otro huacho más". Esa discriminación me forjó. También me hizo más tímido, lo que se reforzó con el diagnóstico de miopía y astigmatismo que me sirvió para, por varios años, sumirme en libros, historietas y el cine.

Entre todo eso y hasta ahora pregunté por usted. Siempre me dijeron que se había ido a trabajar afuera y que ya volvería.

Su retorno ocurrió a mis 7 años. La experiencia fue muy desagradable, porque usted no sabía mis gustos, ni menos mis anhelos. Le pedí a mi madre que no volviera, porque usted para mí era un desconocido.

A los 11 años ingresé al Internado Nacional Barros Arana y eso cambió mi vida. Fueron 6 años de aprendizajes, amigos que se transformaron en hermanos y mis primeros pasos hacia la juventud y mi sueño: la universidad. También el lugar donde pensé mucho en usted. Mi guía, nuestro profesor jefe, me enseñó que no debía tenerle rencor, porque me había dado la vida. En ese instante lo perdoné, y por eso resolví invitarlo a mi graduación. Sabía que recibiría premios por mis calificaciones, pero lo que más quería era pedirle que fuéramos amigos.

Claro, usted se juntó conmigo y me prometió que hablaríamos "el martes". Pasaron los días. Llegó el viernes en la noche y el llamado nunca llegó. Tampoco llegó en mis cinco años como estudiante de Periodismo, ni menos después.

Fue brutal. La manera más dura de hacerme saber que nunca se ha sentido mi padre. Por eso, recién en junio, aprendí que no tengo padre. Que esa palabra nunca la conseguí, porque usted nunca la quiso usar conmigo.

Quizás ya es tarde, pero opté por decírselo, porque ahora yo sí soy padre, sé lo que es serlo y amo a mi hija, su nieta.

Mario

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