Montevideo sobre ruedas

Imagen Playa Los Pocitos 2
Una bicicleta en el sector de la playa de Pocitos.

La capital uruguaya de a poco se ha transformado, sin pensarlo, en una ciudad diseñada para ciclistas. Porque en bicicleta es posible recorrerla en sólo un día de punta a cabo, sin prisas y con muchas pausas. A Montevideo el estrés no le viene y el pedaleo está dentro de esta regla no escrita.


Patrick Perry se ha transformado en un personaje recurrente para el equipo que trabaja en el hostal Buenas Vibras de Montevideo. Tranquilo, el texano, oriundo de Houston, carga una pipa de marihuana mezclada con tabaco. Se sienta al sol, mientras ve pasar la mañana con relajo, ya que a sus 56 años "no está para vivir apurado", asegura. Y se hace cargo de sus palabras, ya que en un viaje que lo trajo a Sudamérica hace 4 años fue en la capital uruguaya donde encontró su centro. Lleva dos meses en esta pensión para mochileros de arquitectura colonial.

Eso sí, cada cierto tiempo, Patrick se aburre del descanso y como un Forest Gump sobre ruedas agarra su bicicleta mountain bike negra para salir sin rumbo fijo, hasta alcanzar alguna de las playas del departamento de Rocha, como Cabo Polonio o Punta del Diablo. Allí, tras cientos de kilómetros de pedaleo, se relaja nuevamente en algún lugar con el ambiente hippie que abunda y que a él tanto le acomoda.

Otras veces, sus recorridos ciclísticos son más esporádicos, como los que hace por la ciudad, que según él es un excelente lugar para pedalear. Esto le exige el ritual de elongar su cuerpo y llevar varias veces sus manos hacia la punta de los pies, lo cual repite con una flexibilidad envidiable. Tras despedirse con una sonrisa desdentada de la recepcionista de turno en el hostal, sale montado en su Giant aro 29.

El norteamericano encontró en Montevideo una ciudad donde es factible andar en bicicleta tranquilo; y no porque ésta cuente con la cultura ciclística que podrían tener ciudades como Ámsterdam o Berlín, sino porque son sus mismas condiciones y circunstancias que le otorgan esta cualidad. Con algo más de 1 millón 400 mil habitantes y un parque automotriz relativamente bajo, es posible -principalmente los fines de semana- circular con calma y sin mayores riesgos, sin sufrir de bocinazos histéricos ni amedrentamientos de ningún tipo.

La Rambla, el inicio

Imitar a Patrick es posible, ya que son varios los lugares que ofrecen arriendo de bicicletas por el día a los turistas, como la empresa Orange Bike (orangebike.com.uy). Incluso lleva las bicicletas a domicilio y las van a recoger al mismo lugar. También son varios los hostales y hoteles que promueven estos servicios con bicicletas propias, poniéndolas a disposición de los huéspedes por aproximadamente 8 mil pesos chilenos. El itinerario recomendado una vez obtenida la bicicleta es comenzar por La Rambla, uno de los platos fuertes de la ciudad: esta avenida de 22 kilómetros, que rodea la costa de la ciudad bañada por el Río de la Plata, cuenta con una extensión de veredas y parques con pista exclusiva para el tránsito de todo tipo de ruedas, desde bicicletas, skates y patinadores a coches de guagua.

El punto de partida es en la playa Miramar, justo al frente del enorme parque Lavalleja, uno de los principales pulmones verdes de la ciudad. Desde aquí dirigirse hacia el oeste hasta llegar al punto final: el puerto y ciudadela, como se conoce al casco histórico. Como nota al margen, éste es el inicio de la ruta más larga, pero si no se tiene demasiado tiempo, siempre se puede comenzar desde un punto intermedio. El resultado será igual de satisfactorio.

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La ciudadela de la capital uruguaya.[/caption]

Es fácil incluso para ciclistas amateur pedalear por La Rambla. El camino es plano y sin baches, con zonas diseñadas con mosaico de colores blanco y negro que recuerdan a las veredas de Ipanema y Copacabana en Río de Janeiro, una ciudad que comparte un ADN indiscutible con Montevideo, gracias a sus raíces portuguesas, que se ven reflejadas en la arquitectura más que en la alegría carnavalesca. Porque aquí nadie vende cerveza helada en la playa ni la samba se escapa por los parlantes. La tranquilidad casi pueblerina parece ser la regla en la capital de Uruguay.

Y aunque única y grata, mientras se pedalea es fácil encontrar referencias visuales de otras ciudades como Buenos Aires e incluso nuestra cercana Viña del Mar, principalmente en el sector de la playa de Pocitos, donde los edificios sesenteros de la Avenida República del Perú por ratos puede llegar a confundir al chileno con la avenida San Martín de nuestra Ciudad Jardín. El paseo exige también recomendaciones básicas, como llevar bloqueador solar, además de traje de baño y toalla, porque la ruta ofrece más de 10 playas de arena delgada y agua semidulce. Lo bueno es que basta sólo de una cadena sencilla para asegurar la bicicleta, ya que otro de los puntos a favor de Montevideo es su baja tasa de delincuencia.

Adiós, Tristán Narvaja

Una de las paradas obligadas es el Parque Rodó, verdadero centro social que los fines de semana reúne a la sociedad charrúa de manera transversal, luego ya de haber recorrido las avenidas que reflejan bien el espíritu hermanable de Montevideo: sus calles homenajean a personajes tan diversos como O'Higgins y Mahatma Gandhi y a países como Chile, Argentina Perú, Gran Bretaña, Francia o Armenia.

Aquí hay espacio para todos, para niños que visitan los juegos del parque de diversiones -con mansión embrujada, autos chocadores y tagadá incluidos- y para grupos de amigos universitarios donde el consumo de mate, y ahora último de marihuana legalizada, son parte de un ritual común y que nadie desaprueba al menos públicamente. Esa misma tarde en este parque, pueden pasar eventos simultáneos, desde una actividad deportiva auspiciada por una bebida energética en la vecina playa Ramírez, o una fiesta electrónica del jet set local en una terraza abierta de un restaurante que permite al resto también gozar del espectáculo desde afuera.

La parte final del trayecto, unos 15 minutos más de pedaleo, entrega la postal perfecta para ver el centro de la ciudad, donde resaltan edificios emblemáticos como Palacio Salvo, que ostentó el título de ser el rascacielos más grande de Latinoamérica durante la primera mitad del siglo XX y cuyo diseño se le encargó al arquitecto milanés Mario Palanti. Ángel, Lorenzo y José Salvo, los propietarios del edificio, llegaron a la capital uruguaya empobrecidos y lograron aquí levantar un imperio textil, lo cual es un reflejo del pasado boyante de esta ciudad-puerto y de su importancia como una de las cunas de inmigración europea más relevantes del continente.

Es precisamente en el final del trayecto cuando se llega al puerto, donde conviene hacer un último esfuerzo para entrar a la ciudadela, donde reaparece la influencia portuguesa en sus calles rodeadas de palmeras y suelos de adoquín. Hasta hace poco este sector vivía una cierta decadencia, pero hoy ha resurgido con la llegada de la moda hipster con tiendas de diseño, galerías de arte, restaurantes de autor, cafés y cervecerías. Aquí también está el mercado, donde se puede poner a prueba el paladar en sus distintas parrilladas y juzgar si el asado uruguayo supera o no al argentino, tema que dará un largo rato de debate con el garzón de turno.

Casi una obligación, estando en la ciudadela, es bajar de la bicicleta una vez más y entrar a la librería Puro Verso, en pleno Paseo Sarandi. Está en el edificio Pablo Ferrando, de estilo art déco y patrimonio nacional uruguayo. Si en el primer piso se pueden perder varias horas eligiendo algún texto, en el segundo nivel -al cual se llega por una gran escalera de mármol adornada con vitrales- se encuentra un restaurante con cafetería. Otro punto a favor: si bien los precios uruguayos se han disparado en los últimos años producto de una inflación sostenida que alcanza el 7%, esto pareciera no afectar a los libros: aún se venden libres de impuesto.

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El Parque Rodó en Montevideo.[/caption]

Y si de comprar barato se trata -oportunidad que aquí escasea- o si se quiere conocer un poco más de la cultura popular de Montevideo, hay que considerar un último lugar en este recorrido, sólo si es que se cumplen dos factores: que sea domingo y que aún existan energías para continuar con la ruta. Si es así, hay que tomar la avenida 18 de Julio en dirección al barrio Cordón. Ahí, en plena calle Colonia, se monta todas las semanas la feria de Tristán Narvaja, un mercado callejero que vende de todo, desde antigüedades a frutas, pasando por repuestos de autos, artesanías, discos de vinilo y choripanes. Aquí el Montevideo plácido se pierde entre gritos y música.

Eso sí, el evento sólo dura hasta las 5 de la tarde y después todo vuelve a la normalidad, a la pausa y al mate siempre conversado. Es hora de agarrar la bicicleta, partir rumbo a casa y descansar al estilo de Patrick Perry; es decir, sin hacer nada.

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