Pantanal, de safari por el barrio

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Hasta hace algunos años, visitar Pantanal era una aventura con más riesgos que certezas. Caminos a menudo intransitables y vías precarias, escasos alojamientos que carecían de toda comodidad y una gran cantidad de mitos e informaciones infundadas, desde el contagio de enfermedades raras al peligro de animales salvajes y de pantanos, espantaban a los turistas. Hoy la zona tiene buenos accesos y fluida conexión a través de Campo Grande, capital de estado de Mato Grosso do Sul, mientras que empresarios y muchos de sus habitantes han hecho del turismo un motor de desarrollo y, lo mejor, de manera sustentable. De hecho, se calcula que cada año un millón de turistas -brasileños y extranjeros, entre ellos muchas familias con niños- visitan Pantanal.

Al igual que la Patagonia o el Amazonas, el solo nombre de Pantanal ya evoca aventura y naturaleza extrema. Sin embargo, a pesar de estar relativamente cerca, los chilenos aún vemos con distancia y algo de desconocimiento a esta zona del sur de Brasil, casi en la frontera de Bolivia y Paraguay, a la que se puede acceder con un vuelo en conexión desde Sao Paulo o Río de Janeiro.

"Pantanal es el mayor delta interior del mundo, la más grande superficie inundable existente en el planeta, con un área total de 240.000 km2; es decir, como la suma de los territorios de Bélgica, Holanda, Portugal y Suiza. Sólo imaginen eso", dice Elías Alves, nuestro guía, mientras salimos de la ciudad de Miranda hacia la primera excursión por estas tierras.

Lo que Elías explica es que estamos en el más extenso humedal del mundo, un escenario lleno de atractivos, donde es posible realizar una magnífica observación de fauna, navegar por sus ríos y lagunas, conocer sus cavernas y su impactante vegetación.

La vida en Pantanal sigue un ciclo anual de subidas y descensos de aguas, dictado por las abundantes lluvias y por el curso del gigantesco río Paraguay y su gran cantidad de afluentes. "Cada año el ciclo se repite: durante la temporada 'cheia' (llena), que va desde diciembre a junio, cerca del 80% de la región es inundada por el crecimiento de los ríos y las lluvias", explica Elías. El nivel del agua puede subir entre tres y cinco metros, dando lugar a un sistema en el que predomina la flora acuática en las bahías y lagunas que se forman naturalmente. Con el final de las precipitaciones, las lagunas pasan a concentrar una gran variedad de seres que atraen a otros animales que andan en búsqueda de agua y alimento. La falta de lluvias entre agosto y noviembre forma un laberinto de charcos, islotes y manchas de fango llenas de vida. Sin embargo, a pesar de las diferencias entre un período y otro, Pantanal es visitable todo el año.

Gracias a este ir y venir de las aguas, la región cuenta con diversidad de ecosistemas, con una enorme riqueza de sus suelos que atraen y permiten la subsistencia de una gran variedad de vida animal. Una de las mayores virtudes de esta tierra es que en ningún otro sitio esta fauna puede ser admirada con tanta facilidad como aquí; ni siquiera en Amazonas, donde el denso follaje dificulta la observación. Por ello, fotógrafos y amantes de la naturaleza se deleitan con las más de 650 especies de aves que acá conviven, 100 especies de mamíferos, cientos de reptiles, anfibios y más de 250 especies de peces, además de 23 millones de cabezas de ganado, el mayor rebaño de Brasil.

"Aquí los colores, los sonidos y las formas son un espectáculo en sí. Los atardeceres tienen tonos únicos, la fauna demuestra su presencia día y noche. Oirán diferentes graznidos, aullidos y bramidos", adelanta el guía, mientras nos internamos por Cacimba da Pedra, una de las tantas haciendas –fazendas, les llaman- que se han abierto al turismo y que realizan excursiones de observación animal y de aves, safaris fotográficos, paseos a caballo, pesca, tours nocturnos y turismo ecológico, además de ofrecer alojamiento. Elías no termina de hablar cuando se escucha un espontáneo "oooh" entre nosotros: nubes gordas y pomposas no sólo se mueven con rapidez en el cielo, sino que empiezan a tomar los colores arrebolados del atardecer y todo se tiñe de naranjo.

Un caldillo de piraña

En las próximas dos horas, arriba de un camión especialmente acondicionado con una especie de gradería, tendremos una adictiva sobredosis de fauna 'pantaneira'. Lo primero que llama nuestra atención son los capibaras o carpinchos, el roedor más grande del mundo (del porte de un perro pequeño), curiosa mezcla de ardilla con cuadrúpedo y que anda en lagunas y en la tierra con simpático semblante. Pero no hay que gastar en él toda la tarjeta de memoria de la cámara.

Aparece un oso hormiguero gigante, y luego un armadillo (de esos que uno sólo ha visto en enciclopedias) realmente enorme. Uno empieza a respirar más agitadamente. Le siguen venados, coatíes (parecidos a los mapaches), unos animales similares a jabalíes llamados puercos del monte y muchos monos. Las aves alzan vuelo apenas sienten el sonido del camión, las primeras, grandes y ágiles, nos dicen que se llaman 'tuiuiú' y es la cigüeña típica del Pantanal, de plumas blancas y cuello y cabeza oscuros. Tenemos suerte y podemos observar antes de que se vaya la luz diversos plumíferos: garzas; papagayos amarillos, rojos y azules; martines pescadores; picaflores; tucanes; y a las gritonas 'anhumas', conocidas como centinelas del Pantanal.

Por la noche, cambiamos de sede y nos vamos a Refugio Ecológico Caimán, uno de los mejores de la zona, para realizar el safari nocturno. Un poco más abrigados, no por frío, sino para evitar a los mosquitos, con lentes protectores, esta vez el camión abierto lleva unos potentes focos como los que usan los cazadores. Nuestro primer encuentro deja a todos en silencio, sin saber bien qué estamos observando a unos 100 metros. Sólo vemos unos ojos brillar. Pronto nos dice el guía que es un ciervo, y luego otro y otro. El foco primero los encandila y luego los muestra en todo su esplendor. Contamos doce.

"¿Qué es eso, un hipopótamo?", dice un argentino medio perdido. "Un anta", le responden mientras iluminan a un tapir, el mayor animal terrestre de Brasil, que puede alcanzar los 2,5 metros de largo y puede pesar 350 kilos. Al rato, los ojos brillando de dos 'cachorros do mato' o lobito, como le dicen a este mamífero, nos dejan otra vez silentes. Uno de ellos lleva algo colgando del hocico, no logramos saber si es un pájaro o un cangrejo, uno de sus platos favoritos, porque se escapan con rapidez. Lechuzas, muchos capibaras con sus crías, aves que alzan vuelo al ser tocadas por la poderosa luz, hasta que, detrás de unos matorrales, el guía apunta. Se apaga el motor y nos hace callar. Como si todo fuera parte de un show, primero vemos dos ojos brillando. Grandes, separados, mirando hacia nosotros. Calculo que estamos a unos 30 metros. Quizás menos. De pronto, comienza a moverse. El foco ahora ilumina su cuerpo, completamente pintado de grandes puntos oscuros sobre su piel café clara. Estamos frente a la onza pintada o jaguar, el mayor felino de América. Se mueve con un garbo que nos deja atónitos, con un bamboleo casi seductor. No se intimida, mira de frente, desafiante, se deja grabar, fotografiar y observar. Y cuando ya cree que fue suficiente, se da media vuelta y regresa tras los arbustos.

La mañana siguiente parte temprano en la Fazenda San Francisco, arriba de una chalana, embarcación que se interna en uno de los tantos ríos tan anchos como tranquilos. En varios puntos de la embarcación hay fuentes con trozos de carne que parecen de pollo picado. No van a preparar chapsuy: es la carnada para la excursión de la pesca de pirañas. Una llamativa experiencia con una caña de bambú, hilo de nylon, anzuelo y, por supuesto, carne. En un par de minutos es posible sacar este pez carnívoro, casi siempre con la ayuda de un pescador local o un guía. Cualquier descuido puede ser complejo por su poderosa mandíbula y afilados dientes dispuestos en serie.

La observación de yacarés o caimanes es otro imperdible de la excursión fluvial. Ya sea cuando asoman la cabeza sobre la superficie del agua -y con una mirada fija y penetrante- o en las orillas donde suelen echarse a reposar y desde donde lucen perfectamente relajados, con sus más de dos metros de longitud.

De vuelta a la posada, un caldillo de piraña nos hace entrar en calor. No es un manjar, pero hay que probarlo. Difícilmente tendrá la ocasión de hacerlo en otro sitio.

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¡Qué bonito!

Bonito surgió a comienzos de los 90 como uno de los primeros destinos de ecoturismo de Brasil y rápidamente se convirtió en un imprescindible por su cantidad de atractivos, algo así como el Pucón de Pantanal. Un pueblo con mucho que ver a su alrededor. Gracias a un acuerdo entre los dueños de grandes extensiones de tierras y los agentes de turismo, los turistas pueden visitar los atractivos existentes en áreas privadas. Siempre, eso sí, con la presencia de guías locales. Esta mezcla permitió que surgiera un ejemplo de turismo ecológico sustentable que hoy es altamente rentable.

Una de las principales excursiones es la llamada "flutuação" (flotación) en el río de Plata. Es un recorrido de snorkeling desde donde nace este río de aguas transparentes y suelo de arenas blancas como una playa del Caribe. A medida que uno -con máscara, gualetas y traje de neopreno- se deja llevar por la suave corriente, decenas de peces multicolores se acercan. Es un paseo calmo, considerado como unas de las mejores experiencias turísticas de Brasil, según la prestigiosa guía Quatro Rodas. Otra excursión atractiva es la Gruta del Lago Azul, en la que tras una caminata entre la vegetación se desciende 300 metros dentro de una enorme caverna para avistar un lago de aguas intensamente azules. También está el Buraco das Araras (algo así como el hoyo de los papagayos), donde nos internamos unos 120 metros por una cueva amplia, que permite una visión panorámica de su interior y del sitio hasta donde cada tarde regresan miles de gritones papagayos rojos.

Cómo llegar

Desde Sao Paulo o Río de Janeiro, distintas aerolíneas -Latam, Gol, Avianca Brasil, entre otras – llegan a Campo Grande, capital del estado de Mato Grosso do Sul. Desde allí, por carretera en buen estado, se puede ir hasta los pueblos de Miranda, Aquidauana y Corumbá.

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