El 18 de brumario de Michelle Bachelet




Hemos oído y/o leído, esta semana, pasmosas frases dignas del mármol brotadas de labios de nuestras más altas autoridades, pero antes de examinarlas recordaremos para ustedes, porque viene muy a cuento, una que aparece en el libro El 18 de brumario de Luis Napoleón Bonaparte, luminoso ensayo de Karl Marx a propósito del golpe de Estado perpetrado en 1852 por Luis Napoleón, sobrino del Gran Napoleón. Es, esa frase, una de sus más grandes o al menos de sus más citadas y memorables. En ella y con humor acerbo y estilo epigramático propuso una suerte de ley de recurrencia acerca de las repeticiones que ofrece la historia. En efecto, Luis Napoleón y su golpe fueron en cierta medida una repetición del de su tío, efectuado un 18 de brumario, pero en 1799. Considerando la distancia entre ambos personajes, las circunstancias algo bufas de las acciones del sobrino y las muy distintas consecuencias, Marx dijo lo siguiente: "La historia se repite dos veces, primero como tragedia, luego como comedia". Una sombra de ese raciocinio tal vez se encuentra en la popular sentencia  "nunca segundas partes fueron buenas". El concepto es el mismo: lo que ha aparecido por primera vez en la escena humana con ribetes de gran drama, quizás tragedia o siquiera novedad, al repetirse se convierte en un aburrido "deja vu" histórico, en defectuosa copia repleta de chascos y tropiezos. Es cuando la repetición se convierte en torpe imitación con caracteres de farsa.

No siempre la diferencia entre ambos actos, el inaugural y el del reestreno, consiste en ser luctuoso el de la tragedia y sólo para la risa el de la comedia. En los dos golpes de Estado, el del tío y el del sobrino, hubo un tendal de muertos. Seguramente a quienes cayeron en el de 1852 la frase de Marx no les habría reportado ningún consuelo. Las balas, disparadas en broma o en serio, matan por igual. Hay gente que muere hasta en parques de entretenciones. Precisamente uno de los más poderosos elementos de la farsa es el modo velado como coquetea con el abismo. Lo revelaba a menudo el cine bufo de los años 20, repleto de caídas vertiginosas, locomotoras amenazantes y edificios desplomándose sobre los cómicos.

El acto de Bachelet

La frase de Marx podría ser de alguna utilidad para entender las de este gobierno, nacidas de su espíritu y estilo. En su meollo, como lo hemos dicho en todos los medios y en todos los tonos, vivimos un proceso político con los rasgos de una revolución, pero no siendo todas copias del modelo melodramático con que nos ha acostumbrado la iconografía y cinematografía de la Revolución Francesa, era preciso esperar muchos meses para constatar cuál variante la nuestra iba a seguir. Ahora lo sabemos y las frases, las actuales y muchas otras, han ayudado a dilucidarlo. Ya tenemos claro de qué se trata: gracias al alto auspicio de la santa patrona de Chile, la Virgen del Carmen, el proceso ha seguido el sendero de la farsa.

Entiéndase que una farsa histórica NO ES tal porque esa sea la intención de los protagonistas, muy por el contrario, pero contribuye no poco a eso la forzada seriedad de sus vedettes  tal como la cara impasible de Buster Keaton contribuía a la comicidad de sus rutinas. Tampoco significa que pronto caerá el telón y descubriremos que ni detrás ni delante de aquel ha sucedido nada grave. La revolución chavista se prolonga ya por años, pero no por los muchos rasgos de tropicalismo hilarante, no por las frases que espeta Maduro y apenas se distinguen de las que diría Cantinflas, no por eso Venezuela deja de estar en ruinas y de haber numerosos presos políticos en las mazmorras del régimen. En política la comedia puede ser tan gravosa y dañina como los idus de marzo.

Nuestra farsa

En Chile el elemento de farsa lo aporta el perenne e infructuoso forcejeo por cuadrar el círculo en todo orden de cosas. Es una enredosa pantomima en la que nuestros combatientes intentan ir adelante pero sin dar un paso ni siquiera hacia atrás, anuncian "profundizar las reformas" sin casi haberlas iniciado, posan de modelos éticos aunque estén implicados hasta los alamitos en la corrupción, las irregularidades, los negociados y el simple escamoteo y la celebran también por haber llegado anunciando "auditorías" y no ser capaces de revisar sus propias cuentas y anunciar cambios de fondo sin otro fundamento que frases revoloteando en la superficie; en breve, por intentar darle sustancia a un sueño palabrero pretendiendo sin querer -¡y al mismo tiempo queriendo!- mantener la sustancia del statu quo.

¿Cómo se acomodan propósitos  tan opuestos? No se puede. Las antinomias no son capaces de resolverse armónica, eficazmente, sino sólo tropezarse unas con otras. Llegado ese punto es cuando se aparenta que se ha encontrado una respuesta al enigma insoluble por medio del palabrerío. ¿No es en eso en lo que consiste la comicidad de Cantinflas? Y en el plano de los hechos, ¿no es lo cómico un despliegue de torpeza en escala delirante? Es lo que en la industria del entertaiment llaman el "slapstick". Es el Gordo y el Flaco llegando a pintar una casa, pero terminando por demolerla.

Algunas anécdotas...

La revolución a la chilena, a medias gatopardista y a medias bufa, no carece de anécdotas como las de Laurel y Hardy, llenas de excelente humor. Es lo que da continuidad estilística al quehacer del gobierno. El domingo pasado, en tono de patriarca satisfecho tras una larga carrera haciendo el Bien pero por lo mismo ya exhausto, Nicolás Eyzaguirre anunció que "probablemente" no regresaría a la política. De haberse puesto en la misma postura bien pudo el capitán del Titanic, a medida que el agua subía y le empapaba los calzoncillos, haberle presentado al contramaestre su expediente de jubilación. Días después Valdés hizo su aporte. Ante el -0,4% de crecimiento -o más bien decrecimiento- afirmó que se requería "cautela". ¿Qué quiso decir con eso? ¿En qué audaz aventura cree él que los empresarios y los trabajadores se van a enzarzar a la vista de esa cifra?  Naturalmente la Presidenta no se quedó atrás. Reveló ante los pasmados auditores de un foro que "la incertidumbre es una oportunidad". ¿Cuál incertidumbre? Las malas cifras son una certeza y no se vislumbra mucha oportunidad en ellas. Con ese criterio la Presidenta podría decirle a quien viera desplomándose desde un vigésimo piso que su caída es "una oportunidad para volar".  Tampoco se quedan atrás colegiales y universitarios. Ni siquiera en los años 60, el período más glorificado y celebrado de la necedad juvenil, se los había visto dando saltitos en una suerte de danza tribal para proclamar su condición putativa de hijos del Che y el difunto Fidel. Antes, en los 60, la tonada era "el que no salta es momio", lo cual es marginalmente menos para la risa.

Epílogo y telón

Hay muchas más anécdotas. Esta columna no tendría fin si agregáramos las del ministro Fernández. Habrá sido la nuestra entonces, Dios mediante, una revolución de pacotilla, algo así como la puesta en escena de una compañía de teatro de aficionados de barrio intentando sacar adelante los más tenebrosos monólogos de Hamlet o el rey Lear. Y sin embargo y aun así es una revolución con la habitual cuota de idiotismo, barbarie, crispación y demolición; aunque hecha al lote, inepta, desprolija y patética, aun así sufrimos y sufriremos la inevitable destrucción que traen estos procesos, el desquiciamiento de los equilibrios, de todo lo que permite vivir en paz y en medio de relativa y civilizada decencia.

La historia, esa oscura bestia repleta de humor negro y chuscas volteretas a costa de los embarcados en su nave -La nave de los locos se llama una pintura escalofriante de El Bosco- puede darnos todavía sorpresas. La historia quizás se repite más de dos veces. En nuestra primera puesta en escena del drama revolucionario, la con Allende, se trató de pura tragedia, pero hoy no hay personajes de su calibre épico y su valor y sólo contemplamos una farsa a cargo de pigmeos. Podemos razonablemente esperar que así termine, salvo que haya un tercer acto.

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