¿Máster para profesiones no universitarias?




*Esta columna fue escrita junto con Sergio Salas, Director de Ética y Formación Cristiana, Duoc UC

CON LA reforma de la educación superior en Chile, en 1981, el Estado dio una estructura formal a la educación superior técnico profesional, pero le puso límites artificialmente mayores a su horizonte de aprendizaje por sobre la formación universitaria. En efecto, otorgó solo a ésta última la posibilidad de entregar grados, requerimiento formal para acceder a maestrías y doctorados.

Hoy, esos límites se refrendan cuando el Estado entrega a través de su programa Becas Chile enormes recursos para que solo egresados universitarios financien su formación de posgrado. Sin perjuicio de que mucho se puede hacer por aumentar la selectividad de los programas de posgrado que financia el Estado, la virtual exclusión de los egresados técnico profesionales a las maestrías especialmente diseñadas para esa formación, es lo más urgente de rehacer. Lo anterior no tiene fundamentos históricos ni prácticos.

La enseñanza profesional que las primeras universidades occidentales entregaban entre los siglos XI y XIII no difería sustancialmente de la de los gremios o corporaciones medievales (panaderos, zapateros, canteros, tejedores, sastres, etc.). Ni su lógica de funcionamiento y formación, ni la ruta para el aprendizaje a la práctica era distinta; el estudiante se iniciaba como aprendiz y transitaba a un grado mayor, denominado bachiller o licenciado.

Éste validaba sus conocimientos básicos y, mientras seguía formándose, se le autorizaba a enseñar. Luego, demostrando sus competencias y valía, pasaba al grado de maestro, reconocido indistintamente como máster o doctor según el área de "especialización" de los alumnos. Así, los juristas y médicos accedían al grado de doctor y los graduados en Teología y Arte, al de maestros. Los gremios designaban como maestros -máximo grado gremial al que podían aspirar- a los que tenían la capacidad o habilidad para hacer algo, es decir, dominaban el arte (o técnica) de su área de especialidad. Los maestros de los gremios daban los lineamientos claves relativos a las condiciones técnicas y prácticas de cómo tenía que realizarse el trabajo y dirigir la producción.

La gran diferencia entre universidades y gremios se daba en esa época en la naturaleza de sus funciones y la condición de los estudiantes, más que por los títulos de quién le enseñaba o a los cuales podía acceder.

Han pasado prácticamente diez siglos y permanece en el mundo desarrollado la identidad de los herederos de las universidades y gremios medievales. Los egresados de institutos profesionales de Finlandia y Canadá por ejemplo, pueden seguir grados de máster en universidades y en los institutos y politécnicos que los imparten. En Chile, los alumnos de las instituciones más reconocidas del sector técnico profesional también tienen puertas abiertas en esos países y crecientemente en posgrados con orientación profesional que entregan las mejores universidades chilenas. Sin embargo, el financiamiento de Becas Chile, el programa de mayor relevancia para esos programas, no los contempla.

Es momento de que a los institutos profesionales de reconocida calidad, como herederos de los gremios medievales, se les reconozca su capacidad de identificar y certificar la evolución de sus propios especialistas en el conocimiento práctico, en la técnica, y en campos de investigación aplicada. Asimismo, que sus egresados tengan acceso a financiamiento no discriminatorio y a grados académicos superiores.

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