La toma del 67




En el Chile de hoy se anda permanentemente tratando de reescribir la historia, lo cual no tiene nada de particular -es propio de la historia que se la revise-, si no fuera que la intencionalidad es a menudo burda. Se nos quiere convencer que la Tierra es plana (después de todo seguimos usando geometría plana), o que el caballo blanco de Napoleón es pardo (Bonaparte alguna vez montó un caballo marrón, y así aparece en unas pocas imágenes). No. La Reforma Agraria no es causa de que niños campesinos hayan ido a la escuela, tengan zapatos, y exportemos frutas y maderas. Tampoco es cierto que desde la toma de la Casa Central de la UC el 67 el sistema universitario ha "progresado en forma creciente y significativa". Se cae en esa lógica panglosiana y no faltará el ingenioso que trate de dorarnos la píldora contándonos que, con ocasión del bombardeo de La Moneda, se terminaron por abrir "las grandes alamedas".

La modernización universitaria comienza en los años 50 si no antes en los 40, al iniciarse una serie de cambios: reestructuraciones (U. Concepción), centros de investigación desligados de las facultades (Flacso), ramos por crédito sin plan fijo, semestralización, jornadas completas, instancias de extensión (teatro experimental), líneas de publicación y editoriales (Editorial Universitaria), nuevas bibliotecas y planteles (U. Técnica, U. Austral), sedes provinciales, aumento de matrícula… La Ford Foundation, entre otros, aportó millones de dólares a nuestras universidades entre 1960 y 67. La Escuela de Economía de la UC hizo un acuerdo clave con la U. de Chicago, y hacia el 67 funcionaba conforme a estos novedosos parámetros.

Lo que es propio de la Reforma Universitaria a partir de 1967 son las tomas (empezando con la de la Católica de Valparaíso y de Santiago en ese orden), el activismo y su posterior radicalización, la demanda de cogobierno (que la del 67 en la UC consagra), el discurso del "compromiso con el Pueblo (obrero-campesino)", "la Universidad Para Todos", el aborto del proceso que antecediera, la crítica de indiscutibles académicos (J. Millas y M. Góngora, este último diciendo después que "el nivel intelectual de las Universidades no subió un punto entre 1967 y 1973"). La toma misma, precedida por agresiones y destempladas manifestaciones de dirigentes de la FEUC, involucró y gatilló presiones del gobierno de Frei, la interesada intervención del arzobispo de Santiago (Silva Henríquez) y de órdenes específicas (jesuitas), la renuncia forzada del rector y meses después la de J. Gómez Millas (ex rector de la UCh) como ministro de Educación al extenderse el "proceso" a otros planteles. La toma engendró al gremialismo y eventualmente el MAPU cuyas consecuencias políticas son de suyas conocidas.

El registro histórico habla por sí solo: no cabe "reescribirlo".

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