Abstención: el todo y las partes




En la antesala de la elección presidencial, parlamentaria y de CORES, nuevamente el fantasma de la abstención deambula por el ambiente político. Como de costumbre, algunas voces plantean solucionar el problema a través de la alquimia institucional, reponiendo el voto obligatorio, como si todos los males y déficits de nuestra democracia se remediaran con el acto de obligar a los ciudadanos a participar. Es razonable plantear algunas objeciones de principios y de resultado en torno al voto voluntario, pero no parece sensato jugar con las instituciones, otorgando derechos para luego, transcurrido tan breve plazo, retractarse de la decisión. Se trata de una forma de esquivar el problema de fondo y desconocer la complejidad del fenómeno abstencionista.

Dicho lo anterior, es preciso aclarar que no existe la abstención como un todo uniforme. Podemos distinguir a lo menos tres tipologías de ella, donde cada una requiere medidas específicas si de re-encantar a la ciudadanía con la oferta política se trata.

En primer lugar, existe un grupo de abstencionistas crónicos o precarizados respecto de sus grados de socialización política. Se trata principalmente de jóvenes de niveles socioeconómicos bajos que descreen de las instituciones de la política formal como herramienta de cambio social. Se trata de una generación huérfana de formación cívica y que -digámoslo también- ha sido expuesta a un ciclo poco virtuoso en relación al prestigio de la actividad pública. Es el grupo más difícil de re-encantar, porque su desafección no es coyuntural, sino que fruto de ciertas condiciones estructurales que han corroído su afecto cívico.

Enseguida, todas las democracias robustas presentan niveles de abstencionismo sofisticado, entendido como el de individuos socializados políticamente y con opinión respecto de los asuntos públicos que evalúan cierta estabilidad dentro de las reglas del juego y la convivencia democrática, que los lleva a considerar como poco decisivo su voto, optando por restarse del juego electoral. Hay también aquí sujetos con diagnósticos y visiones de política que pueden no estar representadas en el abanico de alternativas, que optan por abstraerse o buscar otros canales de participación no convencionales.

Finalmente están los abstencionistas involuntarios. Son aquellos que manifestando algún interés en el proceso político, estarían dispuestos a sufragar, siempre y cuando se generaran condiciones favorables a su participación. En este grupo variables tales como la distancia y accesibilidad del local de votación, tiempos de espera en la fila de la urna, acceso a la información electoral relativa a propuestas y programas de manera clara y oportuna y una campaña efectiva en materia de promoción y relevancia del ejercicio del voto, podrían marcar una diferencia en los márgenes de participación. Acá hay espacio para trabajar e innovar desde la perspectiva de la política pública, sin embargo, a nuestro pesar, parece ser un tema en el que nuestra dirigencia se abstiene de actuar.

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