Adiós a la DC




El ex subsecretario y ex coordinador de la candidatura DC a las primarias, Jorge Navarrete, ha decidido poner término a una militancia de 25 años en la Falange. Otro destacado dirigente de su generación que termina diciendo adiós a su partido y a la Concertación, defraudado por una forma de hacer política que ya nada tiene que ver con los ideales que alimentaron la lucha contra la dictadura y la reconstrucción democrática. Una generación que en palabras del propio Jorge fue incapaz de instalarse como una auténtica comunidad política: "fuimos buenos gerentes, pero dueños de nada. Nos acostumbramos a hacer política con ropa prestada. Esta fue una generación de 'mijitos ricos', que no estuvimos dispuestos a sacrificar parte de la comodidad política y bienestar material que tan temprano adquirimos".

Sobran las palabras y abunda la sensación de fracaso frente a una decisión que desnuda, otra vez, a esa centroizquierda que fue perdiendo sus convicciones y quedándose sólo con sus ambiciones de poder. Algunos antes y otros después, somos muchos los que terminamos alejados de una coalición donde las "malas prácticas", ese eufemismo usado para designar la corrupción política y ética, lograron enquistarse y hacerse hegemónicas; donde el oportunismo y el doble estándar fueron la pauta que se impuso desde las más altas esferas durante largos años de gobierno, y que se consolidaron luego siendo oposición; donde ya no queda responsabilidad y compromiso con el esfuerzo realizado para cambiar Chile, y donde finalmente hoy se instrumentaliza el legítimo malestar de las mayorías para retornar al gobierno ofreciendo cualquier cosa.

La generación de Jorge y de muchos de nosotros fue derrotada por sus miedos y, también, por su propio acomodo. No estuvimos disponibles para asumir en serio la dura tarea de renovar la política a tiempo y hoy estamos pagando caro los efectos de esa cobardía moral: viendo cómo los residuos tóxicos de un proyecto en ruinas utiliza la popularidad de Bachelet para reinstalarse de nuevo y seguir haciendo de las suyas. Ahora le ofrecen al país cambiar todo lo que ellos -y nosotros- consumaron y defendieron; tienen justificación para muchas cosas injustificables y en silencio hierven al ver a Sebastián Piñera cerrar el penal Cordillera. La Nueva Mayoría, hoy sin impedimentos ideológicos para ofrecer lo que la calle quiere escuchar, se niega a mostrar su programa a cuatro semanas de la elección, porque sus diferencias insalvables deben ser ocultadas a la opinión pública, en función del imperativo del reparto del botín a cualquier precio. Sin importar lo que ocurra con el país el día de mañana.

Marco Enríquez-Ominami representó en la elección anterior el grito de esa generación que no quiso seguir sometida al chantaje moral de la maquinaria política, que impuso a Eduardo Frei en una primaria escandalosa que terminó a los golpes. Fue un esfuerzo sincero, que hoy día se ve a todas luces abortado por una candidata dispuesta a dejarse usar por las "malas prácticas". Y los que, genuinamente, pusieron su empeño en modificar las cosas desde adentro, hoy se encuentran en la misma encrucijada que en estos días ha debido resolver Jorge: renunciar a sus esperanzas de una política distinta, donde las convicciones estén puestas en el imperativo de pensar Chile en función de sus desafíos actuales, y no de una popularidad sin riesgos en beneficio propio.

Jorge Navarrete no renunció a la Concertación: fue ella la que terminó abandonando ese patrimonio por el que muchos estuvieron dispuestos a darlo todo.

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