Algo se mueve en Brasil




Es difícil, aturdidos como estamos todos por el culebrón de Lava Jato, perder de vista que empiezan a ocurrir en ese país otras cosas importantes. Importantes, quiero decir, para Brasil pero también para América Latina, donde pesa mucho y pesaría más si no hubiese estado tan mal gobernado.

El gobierno de Michel Temer cosecha ya algún éxito económico y, lo que es más pertinente, impulsa reformas que cualquiera que fuese Presidente de Brasil tendría que llevar a cabo si tuviera un mínimo de lucidez sobre las causas del fracaso del modelo imperante.

Temer llegó a Planalto tras la polémica destitución de Dilma Rousseff y bajo cuestionamientos éticos dirigidos tanto a su Partido del Movimiento Democrático Brasileño como a él. Por ahora lo único que se sabe a ciencia cierta es que Temer pidió y recibió donaciones de empresas que están en el ojo del huracán, pero no está claro que fuesen ilegales ni que él haya correspondido a esos donativos con tratos de favor. Esas investigaciones deben seguir su curso y tener el desenlace que corresponda, incluyendo, si fuera necesario, la destitución del Presidente. Pero mientras no esté claro que ha tenido responsabilidad o culpa en un acto delictivo, su Presidencia debe seguir hasta que las urnas decidan, el próximo año, quién lo sucederá en el cargo.

Temer está haciendo lo que dijo al asumir la Presidencia. ¿Qué dijo? Dos cosas que son una misma porque sin la primera la segunda sería inviable: primero, que no optará a la Presidencia en 2018, con lo cual su breve gestión se limitará a completar el mandato de Dilma; segundo, que en este "interinato" breve dedicará su energía a empezar unas reformas -en los campos fiscal y tributario, previsional, educativo y laboral- indispensables para liberar a Brasil de la tela de araña del modelo estatista/populista actual. Un modelo que ha provocado un desbarajuste monumental.

Gracias a una mayor disciplina monetaria y fiscal, la inflación ya ha caído a su nivel más bajo en 10 años e incluso se ha situado por debajo del 4,5% que el Banco Central tiene como referencia. Además, el Congreso ha aprobado un límite que impedirá que el presupuesto pueda seguir creciendo en el futuro; la Cámara de Diputados ha cambiado una legislación laboral de inspiración corporativista que data de 1943, reduciendo el poder monopólico de los sindicatos sobre la negociación colectiva y bajando los costos del empleo, y se espera que el Senado dé su aprobación en pocas semanas; la comisión clave de Diputados ya ha dado luz verde a la reforma de las pensiones, que devolverá algo de racionalidad a un sistema en el que la gente se jubilaba con 54 años en promedio y beneficios imposibles de financiar a mediano plazo, y que cuesta el equivalente al 10% del PIB (los compromisos totales ascienden a cuatro veces el tamaño de la economía); se anuncia, por último, la reforma educativa para desapolillar un sistema que ha dado pésimos resultados.

Esto sucede con un Temer impopular (su aprobación roza el 15%), con la sombra de Lava Jato planeando sobre la cabeza del gobierno y con los poderosos sindicatos y movimientos de protesta social, cercanos aliados del PT, convirtiendo las calles en una batalla campal. Si Temer sobrevive, lo que está por verse, su sucesor o sucesora se beneficiará de que él esté pagando el costo político de unas reformas (todavía tímidas) que alguien tenía que empezar.

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