"All talk, no walk…"




A comienzos de la semana que hoy termina, otro huracán de feroz intensidad, esta vez denominado "María", se dirigía hacia la misma zona devastada por "Irma". Su trayectoria, calcularon los expertos, golpearía también Puerto Rico, hasta la fecha incólume por 85 años. Seguramente el desastre se produjo y es ya historia periodística. También es al menos muy probable que a partir de este año -o el siguiente o el subsiguiente- sus habitantes ya no puedan darse el lujo de disfrutar un descanso de dos o tres generaciones entre el impacto de un evento y el siguiente u olvidarse de siquiera la amenaza de recibirlo, así como tampoco los pueblos de Florida y toda la zona sureste de Estados Unidos podrán seguir confiando, como hasta ahora, que el golpe llegará sólo cada 10 o 15 años o aun más espaciadamente. Desde tiempos inmemoriales la temporada de huracanes ha amenazado esa porción del océano y sus costas aledañas, islas e islotes con, en algunos casos, episodios apocalípticos, pero se trataba de un evento esperable sólo una o dos veces por década cuanto más; los huracanes, siempre muy demoledores, al menos eran lo bastante infrecuentes como para ser tolerables. Además no eran tan duraderos en su poder -"Irma" avanzó muchas horas seguidas en el grado máximo, categoría 5- y NUNCA simultáneos. Este 2017 y por primera vez desde que se tienen registros tres huracanes se formaron en la misma semana en el Atlántico y en hilera se pusieron en movimiento hacia el oeste. Antes de "Irma" amplios sectores de dicha zona ya habían soportado la furia de "Harvey", de cuyos daños aún no se recuperan docenas de localidades inundadas con lluvias que precipitaron MEDIO METRO de agua en cuestión de horas.

"Calentamiento global"

Inevitablemente una situación como la que se vive en el Caribe y el sureste de los Estados Unidos pone en el primer plano el tema del "calentamiento global" y por una razón muy sencilla: los huracanes se alimentan de energía calórica, la cual ha aumentado consistentemente en los océanos y la atmósfera. Aun así el aumento de la temperatura, hecho comprobado y no una hipótesis, no hace mella en quienes rechazan el tema en su totalidad como si fuera una leyenda puesta en circulación por miembros de una conspiración ecologista ligada al "Nuevo Orden Mundial". O en caso de aceptar la existencia del calentamiento, insisten en que se trata del efecto de causas naturales antes las cuales nada podemos hacer. Dicha porfía, la obcecación con que muy identificados sectores de interés -la industria petrolera es el más evidente- pero también muchos ciudadanos comunes y corrientes niegan el fenómeno o lo convierten en un tema intratable o lo atribuyen a conspiraciones siniestras señala lo arraigado de cierta característica de nuestra especie, aunque propia quizás de todo organismo viviente, a saber, el dominio absoluto que las necesidades y goces del presente tiene en la regulación de nuestro comportamiento, simultáneamente con la casi absoluta ausencia de una conducta que considere el futuro y sus amenazas. El cerebro nos permite ver algo de ese futuro -sobre todo cuando ya está casi encima-, pero rara vez la reacción va más allá del "all talk, no walk" (hablar, no hacer) como lo describen los norteamericanos. Así como la magia del hombre primitivo pretendía controlar los fenómenos naturales con invocaciones, hoy la humanidad pretende hacer algo similar con conjuros burocráticos, reuniones en las Naciones Unidas, documentos, discursos y promesas, esto es, con palabras. O peor aun, con la política del avestruz. Lo que se hace a partir de lo que dice y se firma es rara vez contundente; las partes cumplen a medias promesas ya diluidas o postergan o se olvidan o ponen condiciones o privilegian los negocios -el interés de hoy- o lisa y llanamente archivan los papeles de los tratados al costado del retrete. En el mejor de los casos se toman algunas medidas sólo si el problema es tan local y puntual que el esfuerzo y sacrificio requerido es muy acotado y ofrece, como estímulo y compensación, el arrogarse una actitud de complacencia, presciencia y superioridad moral. El tema de los clorofluorocarbonos, llamados comercialmente "freón" y usados como refrigerante, es un ejemplo; su efecto destructivo en la capa de ozono se descubrió hace unos años y fue resuelto en el Protocolo de Montreal mediante el simple procedimiento de prohibir su uso, lo cual ha sido felizmente acatado, pero nótese que se trataba de UN solo producto usado para UN solo propósito y que involucraba a una o dos industrias solamente y que además tenían ya a mano un reemplazo, los hidrofluorocarbonos. En comparación con los complejos clorofluorocarbonos, el muchísimo más simple CO2 propone un problema más arduo porque ese gas resulta de la combustión, esto es, de los procesos industriales y de la operación de casi todos los vehículos aéreos, marinos y terrestres, esto es, de toda la actividad económica. La solución muy difícilmente podrá provenir, entonces, de prohibiciones y tratados, sino sólo del desarrollo tecnológico. El auto eléctrico así como las generadoras eléctricas eólicas o fotosolares, cuya instalación a nivel mundial se ha ido acelerando, es expresión de dicho desarrollo. En varios países dichas plantas se erigen en más cantidad que los sistemas convencionales. En China se estudia ya la prohibición absoluta, en unos años más, del auto con motor de combustión interna. Hay esperanzas…

Despoblamiento

Mientras se dirime la carrera mortal entre la polución, el calentamiento global y el desarrollo tecnológico, los efectos de los gases acumulados desde comienzos de la revolución industrial y de las temperaturas ya aumentadas por aquellos no sólo continuarán ejerciendo efectos, sino estos crecerán. Sucederá aun si hoy día mismo se cortaran en un 100% las emisiones de CO2. Será así porque ya se acumularon los niveles críticos capaces de causar consecuencias de gran calado en otros planos y niveles de fenómenos, los cuales a su vez causan o causarán consecuencias en otros planos y así sucesivamente, en cascada. El desbarajuste puede ser inmenso porque todo sistema dinámico complejo se altera de manera mayúscula con que en una parte de su mecanismo se produzcan alteraciones minúsculas; basta para eso con que sean inconsistentes con el equilibrio de su actual funcionamiento. Es el efecto mariposa que estudia la teoría del caos.

Piénsese tan sólo qué ocurrirá en la zona habitualmente tocada por los huracanes del Atlántico si el fenómeno se repite todos los años o incluso "sólo" cada dos o tres. ¿Quién querrá y podrá reconstruir su casa y su vida cada dos o tres años o hasta todos los años? Ante esa perspectiva al menos una parte de la población comenzará a emigrar. Sucedido eso, el mismo camino seguirá una fracción de los negocios e industrias, tanto por el peligro de reiterada destrucción física como por pérdida de mercados y trabajadores. Esto, a su vez, incitará a otros a irse por el debilitamiento de la vida económica. Nuevos huracanes intensificarán el proceso. La interacción entre estos factores puede hacer de esa zona, en 10 años o menos, lo que es el "Rust Belt" en el área continental de Estados Unidos, donde el hundimiento de la industria del acero condenó a la ruina y despoblamiento a condados enteros. Detroit, la capital del automóvil, tiene barrios completos prácticamente deshabitados. La resistencia y capacidad de adaptación humana tiene límites. ¿Qué haríamos en Chile si terremotos importantes ocurrieran todos los años?

Por ahora es posible que los habitantes de la zona golpeada por los huracanes se consuelen con la idea de que sólo les ha tocado un destructivo período de muy mala suerte, pero que no se repetirá. Aun así, quienes viven en las islas turísticas que fueron arrasadas en un 100% sencillamente no podrán darse el lujo de sostener dicha esperanza. Tendrán que partir. No es difícil adivinar una pronta emigración masiva desde ellas. Bien decía Will Durant que "las civilizaciones existen por cortesía de la geología". Le faltó agregar la cortesía del clima.

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