Amistad cívica




ES PROBABLE que Chile se encuentre técnicamente en recesión y que a fines de año enteremos cuatro años seguidos con tasas de crecimiento inferiores a las del resto del mundo, cosa que no sucedía desde los años 1980. Tanto así, que el crecimiento se ha transformado en un tema destacado de las diversas campañas presidenciales.

Al respecto ha surgido un interesante debate sobre los orígenes del estancamiento de la economía chilena, que en lo inmediato se explica por la baja tasa de inversión. Por un lado están los que atribuyen esta parada principalmente a problemas estructurales asociados a la transformación de una economía exportadora de unas pocas materias primas, a otra más diversificada. Y por el otro lado, están los que culpan del fenómeno en buena medida al diseño y a la implementación de las reformas específicas impulsadas por el actual gobierno.

Resulta difícil aceptar la tesis estructuralista del estancamiento chileno. Chile tiene una economía que -por su estructura institucional- tiende a adaptarse con facilidad a las condiciones cambiantes. Como prueba están, en el pasado reciente, la rápida recuperación después de la crisis de 2008 y ahora, el impecable ajuste cambiario y la notable reubicación del empleo. No obstante, esta vez no se ha producido el esperado repunte de la inversión en los sectores favorecidos por el cambio en el precio de la divisa.

Tampoco es plenamente convincente la tesis del costo de las reformas específicas impulsadas en este gobierno. La reforma tributaria -la más relevante en el contexto de este argumento- efectivamente tiene que haber tenido un importante efecto negativo transitorio sobre la inversión. No obstante, a juzgar por la evolución del indicador de la masa salarial, el esperado y correspondiente ajuste de remuneraciones ya se ha producido, y a pesar de ello la inversión sigue cayendo, y con fuerza.

El fondo del problema es mucho más grave y trasciende lo técnico. Sin confianza en la estabilidad de las reglas del juego la inversión se resiente. En ese sentido, en Chile la certidumbre de los empresarios ha caído a partir de 2011. Se recordará que ese año se produjeron graves movilizaciones estudiantiles en demanda de -en el fondo- reformas sustanciales al modelo económico y político imperante. Luego el actual gobierno inició el proceso refundacional, en pos de un país más inclusivo, pero utilizando para ello medios que se traducen en un Estado cada vez más abarcador y discrecional, reflejo de la desconfianza en el actuar de los privados. Junto con ello el consenso de los años de la Concertación quedó atrás y ha sido reemplazado por un ambiente político tóxico.

Si no se restablece la amistad cívica en Chile, no habrá crecimiento y mucho menos desarrollo. Ya Aristóteles sostenía que ella es una condición necesaria para la prosperidad, y, agrego, para reducir la incertidumbre. Por ello, restablecer esa amistad que permita llegar a amplios acuerdos en materias económico sociales debiera ser la primera prioridad de todos los candidatos.

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