Anhelos insatisfechos




EN LA política chilena hay un importante sector de la población no representada actualmente. Falta un movimiento que enarbole y defienda sólidamente un puñado de principios fundamentales, tales como: la vida en toda sus manifestaciones; la familia nuclear conformada a partir del matrimonio entre un hombre y una mujer; la amistad cívica; la existencia de justicia efectiva; la primacía de la iniciativa personal, el esfuerzo, el trabajo y el mérito por sobre el privilegio inequitativo; el equilibrio entre los legítimos derechos y los insoslayables deberes; la preeminencia del orden social ante la violencia delictiva o terrorista; una educación de calidad al alcance de todos; etc.

Sin embargo, las "agendas ideológicas" impulsadas por determinadas élites copan el espacio de la comunicación pública, al tiempo que la mayoría de los políticos las siguen sin gran discernimiento, las más de las veces buscando con ello alcanzar éxito electoral. Contrariamente, el sentido común, confirmado habitualmente en el trato con personas provenientes de diversos orígenes sociales y de distintas edades, muestra que los anhelos reales de los chilenos están muy lejanos de las discusiones de género, del "matrimonio gay", del aborto indiscriminado, de los reclamos por derechos individuales desbordados, y otras cuestiones de similar laya. Tampoco se hallan cercanos a una visión economicista de la vida que pone todo su acento en la tasa de crecimiento del PIB, en mediciones de eficiencia y en la competitividad exacerbada. No comulgan, puesto en el lenguaje al uso, ni con "progresistas", ni con "individualistas liberales". Y no pueden hacerlo, precisamente porque son personas que, consciente o inconscientemente, se niegan a ser deshumanizadas.

Ellas quieren contar con la posibilidad de formar una familia, poder darles a sus hijos una educación que los prepare medianamente para la vida y los desafíos laborales, aquilatan disponer de viviendas más confortables y espacios urbanos que hagan la vida más amable, desean tener a su alcance servicios de salud donde sean acogidas dignamente y tratadas oportunamente, sueñan con barrios tranquilos y una comunidad solidaria, donde no campee por sus fueros la inseguridad, la droga y el crimen. Y, en su mayoría, buscan obtener todo esto como fruto de su trabajo honrado. Por lo mismo, aprecian tener acceso a un empleo estable y justamente retribuido. Son hombres y mujeres de familia, comunidad, orden y trabajo. Por lo mismo, las diatribas ideológicas no los movilizan. No lo hace tampoco el culto al resultado, aunque aspiren a un bienestar material más alto y consideren relevante la correcta conducción macroeconómica. Parecen, además cansados de tanta división -muchas veces ficticia- con que alimenta su propia supervivencia más de algún personero público. La unidad nacional, en cambio, es para ellos un bien altamente preciado.

Parece, entonces, existir un amplio espacio político descubierto e insatisfecho, esperando a ser llenado por dirigentes y agrupaciones que hagan suyos los valores patrios y cristianos que han dado forma a la nación y pueden proyectarla a un futuro mejor. Líderes y movimientos que defiendan este ideario podrían cambiar decisivamente el escenario político chileno presente, incluso de cara a las próximas elecciones presidenciales que hay quienes aventuradamente ya dan por decididas.

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