Argentina: lecciones de Chile para bajar la inflación




Hace unas semanas atrás el gobierno argentino relajó los objetivos de inflación y postergó la eliminación del déficit fiscal. La desregulación de las tarifas de los servicios públicos y las expectativas impidieron lograr el objetivo de una tasa de inflación para 2017 entre el 12 y 17%. Así la meta de 2018 se actualizó de 10% a 15% y la de 2019 de 5% a 10%, alcanzando recién un digito (5%) en 2020. Hay muy poco disenso en que la financiación del déficit fiscal financiado con emisión monetaria es la principal causa de la inflación. De hecho, en la primera semana de enero el Banco Central anunció que reducirá la asistencia financiera al Tesoro Nacional. Sin embargo, suele repetirse que la inflación es un fenómeno que tiene vida propia, es decir, puede seguir existiendo aún después de que sus causas se hayan eliminado. Uno ejemplo notable de esto último fue la experiencia de Chile durante los años 70.

Tal como lo señalan Rosende y Tapia (2012), la inflación en Chile fue un flagelo que existió durante gran parte del siglo XX, pero su tendencia creciente se aceleró a mediados de los años 50 cuando la política monetaria se puso al servicio de las finanzas públicas. Lo sorprendente llega a comienzos de los años 70, cuando el elevado intervencionismo estatal tuvo como resultado, en el año 1973, un déficit fiscal del 25% sobre el producto y una expansión monetaria que superó el 300%. Estos niveles inéditos de inflación y déficit dieron lugar a serie de planes de estabilización que fracasaron a tal punto que el país demoró más de veinte años en volver a una tasa de inflación estable y de un dígito.

El primer plan anti inflacionario comenzó en 1974 con reducciones a la base monetaria y un fuerte recorte fiscal que permitió reducir el déficit fiscal a un 5% en 1974. Esto logró reducir la inflación desde 505% en 1974 a 212% en 1976. Sin embargo, la indización del tipo de cambio por inflación pasada complicó el objetivo de reducir la inflación, ya que como lo señala Edwards (2000), la gente se dio cuenta rápidamente que la inflación y la devaluación del tipo de cambio estaban muy vinculados. Por lo tanto, las expectativas inflacionarias y las devaluaciones se revelaron como factores determinantes para mantener la tasa de inflación en porcentajes elevados. El segundo plan comenzó a fines de los años 70 y consistió en la fijación del tipo de cambio nominal a fin de limitar el aumento de los precios de bienes transables y cortar la inercia inflacionaria. Sin embargo, dicho plan culminó en un colapso del régimen cambiario y en una crisis bancaria que terminó derivando en una cruda recesión.

El plan exitoso vino a mediados de los años 80 cuando se adoptó una banda cambiaria móvil y el tipo de cambio se ajustó periódicamente para evitar una sobrevaluación real como la que causó la crisis del 82. Luego, el golpe final vino a finales de los 80 cuando se le concede plena autonomía al Banco Central. Esto último fue de fundamental importancia ya que le permitió a dicha institución adoptar un riguroso esquema anti inflacionario y tener grandes ganancias en credibilidad al estar alejado de las presiones políticas.

Argentina, al igual que Chile, tiene largo historial inflacionario. No obstante, el país trasandino solo logró ser exitoso en lograr una inflación baja durante apenas una década cuando adoptó un tipo de cambio fijo para cortar en seco la hiperinflación de los 80 y financió el gasto público con deuda externa. Esta estrategia culminó con una severa crisis financiera y económica que provocó grandes costos sociales. Esta experiencia dejó un trauma de tal magnitud, que años después se le dio vía libre al Banco Central para que financie los desmesurados aumentos de gasto público. La inflación no tardó en volver a aparecer.

Una de las principales lecciones del caso chileno es que la reducción del déficit fiscal por sí solo no es suficiente para conseguir una tasa de inflación baja y estable. También se hace necesario la adopción de políticas cambiarias e institucionales que ayuden a contener las expectativas y a darle credibilidad al Banco Central. En este sentido, Argentina tiene un largo camino por recorrer.

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