Bachelet, primarias y sus secuelas




De la negativa inicial a realizar primarias parlamentarias por parte de la Concertación se desprende la distancia entre la nueva mayoría que Bachelet ansía y sus posibilidades concretas. Se la quiso atisbar tras la caída del ministro Beyer, pero el voluntarismo no alcanza para distinguir lo que podría unirla. Hablamos de un arco disímil que va desde bacheletistas acérrimos hasta Patricio Walker (dueño del voto disidente), pasando por el PC y un senador Navarro que, con pretensiones de hijo pródigo, no es fácilmente refrenable.

La ex presidenta, ignorada inicialmente en sus exhortaciones por primarias inclusivas, ha pasado al plano de las exigencias. Los partidos que sustentan su candidatura (el PS y el PPD) se complican con explicaciones, buscando enmendar el rumbo a través de primarias autogestionadas, exentas de la vigilancia del Servicio Electoral. Resulta evidente que el remedio puede resultar peor que la enfermedad.

Se pueden hacer varias lecturas de lo ocurrido. En primer lugar, se corrobora la ambigüedad concertacionista con sus propios compromisos. Es cosa de recordar el de "Caleta Membrillo", del 5 de octubre de 2010 en el que, entre otros desafíos, se acordó acometer primarias para todos los cargos de elección popular. Enseguida, el episodio es otra muestra de las difíciles relaciones del comando de la ex presidenta con los partidos, cuyas rencillas internas escalan con los días.

Ya lo ha advertido Marco Enríquez-Ominami (candidato presidencial del PRO), al decir que "no va a poder cumplir sus promesas porque la Concertación no le hace caso". Si no logra que sus partidos concreten acuerdos procedimentales, ¿qué sucederá cuando haya que enfrentar reformas de envergadura, como la tributaria y la laboral?

De la pregunta inofensiva a poner en duda su liderazgo, como le gusta a la derecha, hay sólo un paso. Pero no todo lo que es obvio en política puede aplicarse automáticamente a Bachelet. La adhesión personal que recibe es inversamente proporcional a la mala imagen de los partidos. Es más, parece crecer en su contradicción con ellos. Se trata de una relación dialécticamente compleja, no necesariamente premeditada y difícilmente asible por la mercadotecnia.

Cuando señala estar decepcionada con ellos, reafirma su equidistancia pero también valida la idea, exitosamente instalada durante su anterior mandato, de lo martirizante que puede ser lidiar con los partidos. Es una situación que personalmente la beneficia, pero que a la vez tiene efectos letales sobre el sistema político. Bachelet no es precisamente recordada por su  legado en materia de reformas políticas, pese a que enfatizó dimensiones tanto o más democratizadoras, como la igualdad de género.

Sin embargo, el actual gobierno ha cosechado sobre su siembra. Nos referimos a la inscripción automática, el voto voluntario y las primarias. Va siendo ella, quizá, la única con estatus de credibilidad suficiente para acometer reformas tan impopulares como una ley de partidos con financiamiento público u otras más ambiciosas, con aspiración relegitimadora, como una nueva Constitución. Pero proponerse algo así demanda, más que liderazgo, heroicidad.

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