Bachelet, segunda parte




Michelle Bachelet batió una nueva marca: después de haberse convertido en la primera mujer en acceder a la jefatura de Estado en el 2006, ayer consiguió situarse, además, como la primera persona en ser reelecta en toda la historia del Chile democrático.

También obtuvo el mayor porcentaje de votos registrado hasta ahora, aunque este récord puede parecer algo velado por el hecho de que esta segunda vuelta ha sido la contienda con menor número de votantes, un volumen aún más exiguo que el de las elecciones municipales de octubre del 2012.

En un país acostumbrado a bajos niveles de abstención, la masiva deserción de votantes de ayer tenía que ser una de las noticias más llamativas, además de un campanazo para una clase política que no termina de salir de su poltrona. Es probable que el millón de sufragios que se perdió entre noviembre y diciembre se pueda atribuir a la escasa incertidumbre sobre el resultado, pero incluso esa explicación dice algo acerca del débil encantamiento de los electores con lo que estuvo en juego en las elecciones.

Nada de esto disminuye la contundencia del triunfo de Bachelet. Lo consiguió después de tres años de ausencia, nueve meses de campaña y tres elecciones sucesivas, desde las primarias hasta la segunda vuelta. Ha sido un triunfo largamente anunciado, pero también demorado y, en algún sentido, más trabajoso de lo que parecía hace un año.

Si hubiese que escoger un factor eminente en este proceso, tendría que ser la balcanización de la derecha, un fenómeno que es de autoría del gobierno y de los partidos de la Alianza, no de la candidata Evelyn Matthei. Mientras la Nueva Mayoría construía paso a paso la legitimidad de su candidatura, la Alianza se dedicó a destruir la suya, alejando toda posibilidad de construir una fuerza superior al 37% que obtuvo en las parlamentarias. Aunque logró recuperar 12 puntos desde noviembre, la candidata oficialista no pudo sobrepasar esa barrera que fue instalada por otros. El resultado de Matthei estaba escrito entre las veleidades de sus partidos, no en su campaña ni en el vigor potencial de la Nueva Mayoría.

Gracias a la paciente y ordenada construcción de la Nueva Mayoría y a su propia tenacidad, Bachelet asumirá el gobierno con una mayoría personal incontestable y con mayorías parlamentarias suficientes para emprender por sí misma casi todas las reformas de su ambicioso programa, excepto la de la Constitución. Tendrá, además, a una oposición desbaratada, que desde hoy se verá obligada a escoger entre reconstruirse o refugiarse en los terrores que vino exacerbando durante la campaña de segunda vuelta.

La derecha leyó erróneamente los signos de cambio social y las demandas que lo han expresado en los últimos años. Sus resultados son la traducción de ese desconcierto. Por el contrario, la Nueva Mayoría ha hecho un esfuerzo sostenido por entender ese proceso -aunque muchas veces ha ido detrás de él-, pero nadie puede garantizar que ese esfuerzo siga siendo exitoso en los siguientes cuatro años. De aquí en adelante, la principal dificultad será la de conciliar las demandas de la mayoría con las de las minorías agregadas que la componen.

Bachelet recibe a un país con altas expectativas -esta ha sido la frase favorita de la derecha en los últimos meses-, pero también con altos índices de optimismo. Pocas veces en el último medio siglo se había registrado una situación semejante. Sólo un espíritu sombrío podría considerarlo negativo. Pero este vigor intelectual no es tampoco una taza de leche.

¿Será más difícil el gobierno? Por cierto. Ya lo fue el de Piñera y lo sería cualquiera. La propia presidenta electa lo anticipó durante su campaña. Las sociedades modernas son más veleidosas, y más levantiscas cuando divisan los efectos del progreso. Cada paso necesita y suscita el que sigue. Pedir el conformismo es un contrasentido político e intelectual.

Bachelet quedó investida ayer con esas dos condiciones notables del ánimo social, expectativas y optimismo, y la responsabilidad principal de su segundo mandato será la de evitar el divorcio entre ellas, que fue tantas veces en el pasado la fuente de sus peores frustraciones.

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