Buen partido o buen político




Cómo podría usted definir un buen político. La pregunta no es retórica, sino muy concreta y por estos días necesaria por lo menos de formular. Lo más probable es que la respuesta más común sea la de enumerar los atributos que debería tener quien se desempeñe en esta actividad. Así, podríamos partir por que sea honesto, confiable, honrado, directo, empático y una larga lista de adjetivos podrían llenar esta hoja para describirlo.

Le quiero proponer una respuesta más simple y a la vez compleja en su fondo. Teniendo presente que deseamos contar con un buen político en un sistema democrático, este personaje debe ser capaz de representar los múltiples intereses que los ciudadanos tienen; y a su vez debe tener las competencias para dar soluciones a los problemas que en su ámbito de competencia le sean planteados.

Como se puede apreciar, los adjetivos con los cuales calificamos a los políticos se hacen verbo en la medida que exigimos de ellos el cumplimiento de ciertos objetivos que van de la mano con el devenir del propio sistema democrático.

En tal sentido, tanto el atributo de representar a los ciudadanos como aquel de ser competente en la generación de propuestas para solucionar problemas públicos resultan claves para entender los desafíos actuales.

Por su parte, reconocemos en aquellos atributos, la esencia también de los partidos políticos. Son ellos los encargados de representar intereses sociales que se van agregando en la medida que se tiene una directa conexión con la sociedad. Es la dinámica de una organización que por naturaleza recibe intereses, los procesa e incorpora en la agenda política. Esto último empalma con su segunda dinámica, cual es proponer soluciones a dichas demandas, para lo cual mediatiza en ellos sus principios para formular respuestas que son reflejo de su sistema de pensamiento socio político.

Hasta aquí, por tanto, tenemos políticos y partidos que son capaces de representar y proponer soluciones a problemas derivados de su contacto con la ciudadanía y que son basados en su sistema de creencias. Estos son los fundamentos clásicos de los partidos políticos, por ello debiera ser lo mínimo que se le exige a quienes se desempeñan en esta actividad.

Sin embargo, reconocemos que esta reducción conceptual se topa con la realidad extremadamente compleja a la cual nos enfrentamos cada día. Partiendo por la incapacidad física de poder representar a todos en sus intereses y por otra en la más compleja aún, posibilidad de tener soluciones factibles a los múltiples problemas planteados.

Es por ello que ante un sistema político fragmentado, donde la representación ciudadana se ha manifestado en la existencia de un sistema multipartidista, pareciera que la lógica de representación al menos está presente. En el caso de la capacidad de solucionar los problemas que se agreguen en la agenda política está la gran duda, ya que eso implica la búsqueda de arreglos institucionales, lo que en muchos casos implica negociar parte de los objetivos propios para viabilizar políticamente los acuerdos.

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