Camus, eterno




LAS CELEBRACIONES por el centenario del nacimiento de Albert Camus han estado a la altura del personaje. Se realizaron ediciones especiales de sus libros, exposiciones, coloquios y tampoco ha faltado la discusión en torno a su figura. Camus sigue dividiendo aguas, sigue siendo un intelectual incómodo.

Nacido el 7 de noviembre de 1913, fue capaz de unir como ningún otro el talento narrativo con la agudeza del pensamiento crítico y la fuerza para intervenir en el debate público. Por eso brilló en la novela, en la filosofía y en el periodismo.

Con un lenguaje exacto y transparente se involucró en todos los grandes debates desde una perspectiva personal. Ni las directrices partidistas ni el compromiso (tan caro a los intelectuales de su época) nublaron sus juicios. Para Camus el mundo no podía dividirse en buenos y malos, culpables e inocentes, colaboracionistas y resistentes. De hecho, los primeros problemas con la izquierda vinieron tras los juicios a los partidarios de Vichy, al darse cuenta de que la "depuración" no contribuía a la unión ni a la comprensión del conflicto.

En momentos en que Sartre planteaba certezas, Camus tenía dudas. Quizá esto haga del primero un fósil y del segundo un escritor vigente, inagotable. En El extranjero o La peste no hay mensajes claros y los personajes son sujetos ambiguos, que producen identificación y rechazo al mismo tiempo. Ya en El mito de Sísifo explicitaba su ideario estético: en oposición a la novela de tesis, aquella que demuestra una verdad, el auténtico novelista no entrega respuestas. "Si el mundo fuese claro no existiría el arte", precisó.

Camus sostenía que el hombre se encontraba privado de ilusiones, viviendo una existencia carente de sentido. Eso lo convertía en extranjero -extranjero del mundo-, que es también el título de su mejor novela. El protagonista desmonta la hipocresía del sistema judicial, que termina condenándolo no tanto por matar a un árabe como por no haber llorado en el funeral de su madre. A un nivel, Meursault representa la libertad extrema y es un ejemplo de autenticidad. Sin embargo, su apatía resulta agresiva. En esta ambivalencia radica el triunfo del novelista: sabemos que debe ser castigado, aunque tampoco podemos olvidar que la planicie emocional de Meursault es un reflejo de "la tierna indiferencia del mundo".

Camus creció en la extrema pobreza de Argel. Su abuela estaba decidida a sacarlo del colegio cuando terminó la básica, pues debía traer dinero a la casa. En El primer hombre hay un retrato admirable, conmovedor, de ese profesor que logró convencer a la autoritaria anciana de que Albert era un niño que tendría un mejor futuro si ingresaba al liceo. Hasta el final de sus días Camus se escribió con ese maestro que encarna la entrega, el rigor y la inteligencia de los grandes educadores.

El otro gran personaje que emerge de esas páginas es la madre, una mujer delgada, con la espalda ya encorvada, que no sabía leer y era medio sorda. Trabajaba como empleada doméstica y todas las noches, después de lavar los platos de una cena preparada en el brasero, llevaba su silla al balcón para mirar a la gente pasar por la calle. Toda la obra de Camus es un intento por comprender esa imagen de silenciosa infelicidad.

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