Centroderecha y cuestiones valóricas




Las llamadas "cuestiones valóricas" -hoy, en nuestro país, principalmente: aborto y matrimonio homosexual- son, sin duda, relevantes. Nos atañen en lo más íntimo y poseen alta complejidad.

En la centroderecha hay quien plantea que la agenda del sector debiera asumirlas según una posición liberal. Se ha llegado a sugerir que tal postura, al estar en mayor sintonía con las preferencias que manifiestan las encuestas, sería una manera en la que la centroderecha recuperaría adhesión popular.

Ciertamente, ese sector político necesita renovar un discurso atado usualmente a una combinación de economicismo y moral sexual. Lo que resulta dudoso, es si un posicionamiento liberal en los designados "temas valóricos" es la manera más adecuada de hacerlo.

Primero, hay una razón puramente pragmática para rechazar la propuesta. Esos temas dividen a la centroderecha, de guisa que acentuar la discusión en ellos probablemente incrementará un clima de hostilidad interna que dificultará allegar mayor cantidad de electorado. En estos asuntos, lo prudente sería escuchar los argumentos y atender a la experiencia, antes que proponer golpes de timón.

Pero hay una segunda razón, que no es pragmática, sino específicamente política, para el rechazo. Aborto y matrimonio homosexual, con toda la importancia que poseen, son asuntos más bien acotados. Destinar esfuerzos preponderantes a ellos podría terminar distrayendo a la centroderecha de la tarea más amplia y urgente de comprender los problemas más extendidos y acuciantes del país.

Desde la cuestión del sacristán en adelante, la discusión política chilena se centró en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Eran debates también relevantes, que comprometían las consciencias de los involucrados. Pasaron décadas en las que el núcleo de temas persistente siguió siendo ese. Mientras, el sistema político se fue debilitando, la economía se estancó, la clase política devino superficial. Todo eso cuando se incoaba el problema del emergente proletariado, atizado por grupos de dirigentes e intelectuales de izquierda. ¿Qué resultó? La crisis del centenario: décadas de inestabilidad, golpes y matanzas, que culminan recién a mediados de los años 30.

Hoy la centroderecha se halla ante desafíos mayores, comparables a los del centenario. De un lado, la aparición de nuevos grupos medios agobiados y la constante postergación de sectores vulnerables. Del otro, el surgimiento de una nueva izquierda, con fuerte raigambre en el movimiento estudiantil y sindical, y un discurso articulado -de derechos sociales, asamblea y crítica a la economía privada-, capaz de avivar el malestar y la revuelta. Y aunque las clases medias no son el proletariado de inicios del siglo pasado, hoy no es el hambre el principal padecimiento y las reacciones violentas parecen más distantes, no está lejos una crisis política de proporciones que suma al país en un período largo de malestar difuso y frustración. Es menester, entonces, articular una nueva comprensión política a la vez integradora, lúcida de la necesidad de establecer condiciones comunes de vida entre los chilenos, y republicana, esto es: consciente de la importancia de la división del poder, entre el Estado y la sociedad civil, al interior del Estado y al interior del mercado.

Recién entonces podrá la centroderecha encabezar un proyecto político reformista a escala nacional y enfrentar pertinentemente a la nueva izquierda. Sería, en cambio, algo parecido a un desvío, comparable en sus efectos con la entretención de liberales y ultramontanos decimonónicos, atar al sector al debate de los "temas valóricos".

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